martes, 31 de marzo de 2009

Mejorando


Sigo horneando desaforadamente. Con el mismo método de siempre, los resultados siguen encantándome, tanto en dulce como en salado.

domingo, 29 de marzo de 2009

Pure Peanut Butter Cookies

Para hacerlas, he echado mano de mi sitio habitual, y de esta receta. Los únicos cambios a la receta original: he utilizado miel en lugar de azúcar, aceite vegetal (canola o girasol van muy bien) en lugar de mantequilla y la mitad de la harina la he sustituído por harina integral. La textura no ha cambiado mucho, así que podéis hacer una versión más sana sin sacrificar gran cosa.
Las fotos me han quedado de un martaestuardiano que me han sorprendido hasta a mí. Si me descuido, me vuelvo rubia, episcopaliana, amante de los colores pastel, cincuentona y de derechas, y pierdo el sentido del humor. Tendré que vigilarme.

Me he hecho una pila de galletas, me he servido un vaso de leche, y a seguir revolucionando el mundo de la lingüística.

sábado, 28 de marzo de 2009

Jamón, jamón


He aquí un truquito que me enseñó mi amiga Claudia, un truquito de restaurante : con el prosciutto que se encuentra por aquí, se puede hacer un crujiente de jamón que, desmigado sobre una crema de verduras, sopa, gazpacho o ensalada, como guarnición, le da un contraste crujiente suculento.
El cómo es muy simple: no compréis un jamón pata negra, sería un desperdicio. Un jamón baratito va perfecto, porque el sabor va a cambiar mucho por efecto del calor.
Se calienta el horno a 200 grados, se extienden las lonchas de jamón sobre papel pergamino (ése que va al horno) para que absorba la grasa, y se tuestan las lonchas hasta que empiecen a "rizarse", pero no deben oscurecerse. Vigiladlas bien, se queman muy rápido. Se sacan del horno y se ponen sobre papel absorbente, dejando enfriar. Cuando están frías, deben ser rígidas y crujientes, como patatas fritas de bolsa. Si todavía están un poco blandas, metedlas en el horno un poco más de tiempo.
La deshidratación en el horno potencia mucho el sabor salado del jamón, así que cuando utilicéis estos crujientes como guarnición, tenedlo en cuenta y ajustad un poco la cantidad de sal en la receta.
Podéis guardarlas en el frigo, en una bolsa hermética, durante un par de semanas. Hay gente a la que le gusta comerlas calientes, como chips.

Para los cinéfilos, los crujientes pueden acompañar bien la película "Jamón, jamón", de Bigas Luna. Sé que para los lectores españoles no es ninguna novedad, pero creo que para los que me leen desde este lado puede ser de lo más instructiva. Puede descubrirles tradiciones españolas seculares, como los duelos con patas de jamón ibérico.

viernes, 27 de marzo de 2009

Bread alone / Pan sola, sólo pan


Sigo con los experimentos panaderos, que parecen engordar menos que mis experimentos reposteros. Aún no me atrevo con técnicas más avanzadas (como las de Lepard o las de Reinhart), en parte por falta de tiempo para ocuparme de amasar durante el día, y en parte porque el método "cinco minutos" funciona tan bien, que por el momento prefiero probarlo con diferentes recetas y diferentes harinas.
En la barraca montrealesa no somos muy integristas de nada, si acaso, de lo integral. Por salud, y por sabor, y sin proponérnoslo, fuimos dando el cambiazo lentamente a todos los alimentos compuestos de cereales que entraban en nuestra despensa, hasta que un día nos dimos cuenta de que lo único blanco que quedaba en ella era el arroz. Tenemos arroz integral, pero para algunas recetas, como que no acabamos de radicalizarnos lo suficiente... como por ejemplo, para un arrocito con leche.

Mis primeras pruebas panaderas han sido con harina blanca, y ahora empiezo tímidamente a introducir la harina integral. Este pan contiene mitad y mitad, y la textura no resultó seca ni pesada (como me temía), a decir verdad, su corteza crujiente y estilo ciabatta y la miga tierna han salido mejores que las de la mayoría de panes integrales que compramos por aquí.

Contra todos mis pronósticos, lo que más problemas me está dando no es la textura ni el sabor, sino la forma, la presentación. He tenido varios momentos críticos y blasfemadores intentando pasar la hogaza de pan leudada al horno caliente. De hecho, esta "chapata" no era tal en un principio. Era una hogaza redonda, que se quedó pegada a la bandeja y rodó de mala manera dentro del horno.

Tras contemplar mis dificultades logísticas -y oír mis sonoras blasfemias-, monsieur M., loco del pan y primer fan de mis productos, corrió a su taller de carpintería, y con sus dotes de dios del bricolaje me fabricó la pala panadera que véis abajo.


Esta pala, junto con la piedra de hornear que acaba de llegar, van a mejorar ostensiblemente mis panes. Eso espero. Si no, siempre me puedo servir de ellas como armas de autodefensa.

Termino este post con la novela que hizo que mis ganas de hacer pan pasaran de ser virtuales a reales: "Bread alone". Si cuando la leáis no termináis haciendo pan, es que sois inconmovibles.

martes, 24 de marzo de 2009

Nos vamos de chóping (II)


Andaba yo de buena mañana intentando resolverme a empezar a revolucionar el mundo de la lingüística -al menos la porción correspondiente a esa mañana-, pero en realidad leyendo discretamente el periódico entre entrada estadística y entrada estadística (ya habrá algún lector avezado preguntándose qué demonios tiene que ver la estadística con la lingüística; y bien, yo tampoco tengo mucha idea, por eso me va como me va...), cuando el cartero, que últimamente vuelve a mirarme con indulgencia -no plenaria, pero casi- cuando me da los paquetes, (espera a que llegue el verano y prospere la maleza en el parterre, ya verás cómo la indulgencia desaparece), sube ruidosamente los escalones de la entrada.

Alertada por el ruido, levanto la cabeza de la versión electrónica del "Hola" (bueno, vale, no sólo leo el periódico, pero es que ya llevo un par de infantas de retraso y me siento fatal, desconectadísima de la madre patria), y observo por la ventana al cartero, que cuidadosamente se pone el paquete bajo el brazo, y estira la manga del uniforme hasta cubrirse la mano con ella. Llama a la puerta con tres golpes.

El hecho de que el cartero, quebequés acostumbrado al agua corriente y a la electricidad, y a los timbres eléctricos, llame a mi puerta con los nudillos, se debe a un antiguo y molesto hábito del timbre de esta barraquita montrealesa: cada quince días se escacharra. Soy estudiante, y por el momento no hay pasta para gastarla en futilidades como un timbre. Cuando vuelva al trabajo, me compraré una réplica del Big Ben.

Nuestro cartero, que ya es un tío curtido y un veterano y sabe lidiar con nuestras marmotas irritables, malezas cubriendo los escalones y timbres inútiles, se cubre la mano para tocar nuestra puerta. Este detalle no se me escapa. Tras abrir la puerta y recoger el paquete, miro alejarse al señor cartero y observo la puerta. Una simple ojeada a la puerta me revela lo que mi subconsciente no ha querido que vea durante más de dos años: nuestra puerta está podrida. No sólo eso, hace ya mucho que la cerradura sirve tan sólo como complemento, como mera decoración (he olvidado las llaves más de una vez, y he logrado girar el tambor y abrir con un cortauñas). Para daros una idea de lo segura que es la ciudad de Montreal.

Ese mismo día, más tarde, cuando monsieur M., el zen de la casa, llega del trabajo y se calza las Birckenstock con calcetines, le anuncio a bocajarro (ni siquiera le dejo entrar a la cocina):

Esposa Infame (Yo): -"Hola, mon beau bûcheron. No sé si tu ojo de lince lo ha notado, pero la puerta de la entrada está podrida. Terminada. Finie. Kaputt. " Yo soy así. Lo malo lo suelto inmediatamente, en cuanto entra por la puerta del hogar, ese remanso de paz, sin darle tiempo para respirar.

-"La próxima vez que el cartero la toque, se caerá en una nube de serrín en descomposición." "No he tenido tiempo de hacer nada para cenar, revolucionar el mundo de la lingüística cuesta, y aquí es donde vamos a empezar a pagar. Con algo congelado."
"Tu madre ha llamado y me ha pedido que te diga que eres un hijo ingrato, que no quiere volver a saber nada de tí, que te ha desheredado, que no vas nunca a verla, que claro, total, ella sólo es una anciana enferma y sola a la que sólo le queda esperar a la muerte, y que le lleves sin falta una botellita de tinto cuando vayas esta tarde, porque lo que les sirven en la residencia es una porquería."
"La contable dice que si este año le damos los recibos para la declaración amontonados en una caja de zapatos como el año pasado, los impuestos nos los va a hacer nuestra abuela. Que se los demos ordenados o que no la llamemos nunca más." "La ducha se ha ido otra vez al garete, y además no traga," "¿Has tenido un buen día, chéri?"

Monsieur M. suspira.

Un par de días más tarde, estoy de nuevo delante del ordenador rellenando tableros absurdos, cuando monsieur M. entra por la puerta media hora antes de su llegada habitual y me dice:

Monsieur M.: -"Vístete, mon petit chardon. Nos vamos de compras."

Esposa Infame (los ojos enrojecidos y las lentillas secas y pegadas a las córneas, los pelos aún como los de María Von Trapp en su época de novicia, vestida de un chándal lleno de pelo de gato porque Julieta y Alfonso se turnan sobre mis rodillas mientras trabajo): -"¿Euh?"

Si monsieur M. me hubiera propuesto irnos a California en furgoneta y gastarnos su fondo de pensión en un mega trip de ácido, me hubiera parecido más propio de él. Y es que mi quebequés de marido es grande, es zen, ha eliminado el apego y, por consiguiente, prefiere que le arranquen las uñas de los pies con unas tenazas antes que ir de compras.

Monsieur M. con irritante jovialidad, según su costumbre: -"Hace un día espléndido. Vayamos de chóping, femme de rêve."

Esposa Infame, mirando la cantidad de pelo felino pegado a la sudadera con el eslogan "Linguists have more phone": -"¿Y qué vamos a comprar en este día espléndido?"

Monsieur M., con la gran sonrisa de quien anuncia una supersorpresa : -"Nos vamos a mirar puertas. Acaban de anunciar en la radio que cualquier compra de material para renovación de una propiedad va a desgravar un montón para los impuestos. Es el momento."

Genial. Exactamente el tipo de tarde de compras por el que suspira cualquier chica.

Esposa Infame, levantándose con escaso entusiasmo. -"Puertas. Súper. Corro a ponerme los tacones."

Monsieur M.: -"He mirado el termómetro, y tenemos dos gradazos. Vayamos a pie, un paseo primaveral."

Esposa Infame, abriendo el armario, pensando en el camino siniestro de pabellones industriales que lleva hasta el centro de bricolaje. Decido ponerme las botas de monte, la puntera no es de acero, pero si hay que defenderse puede servir. -"Dos grados. Wow. Definitivamente, saco las bermudas."

Monsieur M., ignorando mi sarcasmo: -"Y ya que vamos de compras, estoy incluso dispuesto a tomar el tiempo de mirar un timbre."

Esposa Infame: -"No sé si podré soportar tanto esparcimiento y frivolidad."

Monsieur M., los ojos brillantes, hablando consigo mismo, buscando en un cajón: -"... ya que estamos, han salido unas brocas que... ¿dónde dejé el catálogo?"
A ver, si esto no es amor, no sé lo que es.

lunes, 23 de marzo de 2009

Kiss me, I'm Irish

Este domingo pasado se celebró en Montreal la fiesta de Saint Patrick. En sus orígenes, la ciudad de Montreal tal y como la conozco hoy fue construida con el trabajo duro de muchos quebequeses francófonos, escoceses e irlandeses, gentes trabajadoras que formaban la clase obrera de la época.

El día del desfile de Saint Paddy todos los montrealeses, vengan de la procedencia que vengan, se sienten un poco irlandeses. Montreal se viste de verde, los pubs irlandeses se llenan hasta los topes de leprechauns de todas las edades, los participantes y espectadores de la fiesta se atiborran de Guinness y balbucean un ebrio "kiss me, I'm Irish" a cualquiera que se les acerque.

Y una tiene la impresión de que, más que festejar al bueno de Patricio, lo que se celebra aquí es que por fin tenemos un grado sobre cero.

Bouillabaisse


Hay días en los que echo muchísimo de menos el mar, vivir en la costa, el olor del viento del Cantábrico, los acantilados, las nubes que pasan a toda velocidad. En días así, terminamos siempre por comer pescado.
Éste es mi primer intento de bouillabaisse. Utilicé la receta fácil, que no requiere marinar los pescados previamente, y en caso de extremo estrés debido a desdichada tesina :-) puede hacerse con pescados y mariscos congelados. Comparada a la suculenta sopa de pescado que hacía mi padre, no le llega ni a la suela de los zapatos. El sabor de naranja y azafrán combinados era... soleado. Justo lo que necesitaba, un poco de sol en un caldo.

El pan de ajo -hecho en casa- con el que la acompañé era espléndido, obra de monsieur M., que unta de ajo sin miedo, como un jabato.

viernes, 20 de marzo de 2009

Sobrinos y otros animales


Creo que ya os comenté algo sobre la estimulante relación telefónica que mantengo con mi Estoico Hermano, su legítima consorte, Recia Cuñada, y sus retoños, Sobrino Espitoso y Bebé Brutita. Desde hace un tiempo, esta estimulante relación se ha expandido gracias a las maravillas de la técnica, de esta era de comunicación planetaria en la que vivimos por medio de Internet : ahora no sólo escucho las descripciones por teléfono, ahora me enseñan el color de la caca de los pañales de Bebé en directo, a través de una webcam, vía Skype, mientras tomo el café en la comodidad de mi hogar (la tostada, ya ni lo intento). Es el progreso, que no cesa.

Como ya veo que los talibanes defensores de la familia ya empiezan a alarmarse, aclaro, como siempre, que adoro a mis sobrinos (y demás fauna familiar), pero eso no quiere decir que me apetezca tener un estrecho contacto con sus subproductos, especialmente los fecales. Cuando llamo por teléfono -normalmente porque me dispongo a comer o acabo de hacerlo, y no quiero que mi digestión se vea afectada por imágenes live de ese gore infantil con el que tanto disfrutan Estoico Hermano y señora-, sospecho que mi hermano intenta hábilmente librarse de su legítimo heredero durante el máximo de tiempo posible, porque siempre intenta pasármelo, aunque para ello tenga que amenazarlo, gritarle, y arrastrarlo hasta el teléfono. Sobrino Espitoso, en toda su espitosez de candidato al Ritalín y en todo el esplendor cabezón de sus casi seis años, ODIA hablar por teléfono. Sospecho que, si ha salido a su padre, ODIA HABLAR, punto.

Las conversaciones que nos salen en este contexto son entrañables:

Hermana Ingrata, con relajado cinismo: -"Hola, hermano. Llamo porque últimamente he engordado un poquillo, es casi la hora de comer, y hablar contigo fijo que me quita el apetito."

Estoico Hermano, con una cachaza muy propia de su persona: -"Justamente. ¿Te he comentado lo del salvaje eritema del pañal que le ha entrado a Bebé Brutita? Cuando la cambiaba esta mañana, más que un eritema, parecía la lepra." Ruido de fondo. -"¡BONK! ¡BUAAAAAAHHHHHHH!!!!" -"Eso es Brutita. Acaba de usar la sillita que le regalaste como plataforma de lanzamiento. El proyectil era ella, me temo. Tu sobrina tiene vocación de mujer-bala del circo. En cuanto pase un circo por aquí, la vendo."

Hermana Ingrata: -"Mh. Yo creo que podrías fundar tu propio circo."

Estoico Hermano (a Brutita, que sigue berreando, esta vez cerca del auricular):
-"¡BUAAAAAAHHHHH!!!!"
-"Nada, nada, nada. No ha sido nada."
-"¡BUUUUUUAAAAAAAHHHHHH!!!!"
Meciéndola en piloto automático: -"Eah-eah-eah."
A mí: -"Ya lo he pensado, no funcionaría. Demasiados payasos en la pista. Oye, tengo que cambiarla otra vez, te paso a Espitoso."

Hermana Ingrata (temiendo lo peor): -"No, de verd--"

Estoico Hermano (vocifera lejos del teléfono): -"¡ESPITOSO! ¡QUE VENGAS TE HE DICHO! ¡O LE PRENDO FUEGO AL BARCO PIRATA DE LOS CLICKS!!!!"

Así me gusta. Inculcándole el placer del diálogo con estímulos positivos.

Ruido. Gruñido: -"Mbrrrghfs. Hola."

Tía Arantza, llena de buena voluntad: -"Hola, hombre. ¿Qué haces?"

Sobrino Espitoso, voz apática: -"Hasta que he tenido que venir a hablar contigo, jugar con los gormitis."

Tía Arantza, completamente out. So. Out.: -"¿Los qué?"

Sobrino Espitoso (desganado): -"Déjalo. No tienes ni idea."

Espitoso está en esa fase de la infancia masculina en la que el género femenino es algo completamente desprovisto de interés. Juegan a cosas tontas, lloran y son aburridas. Lo he visto en la escuela donde enseñaba, en los bailes de disfraces, los chavales se quedaban en el patio, jugando al fútbol (o al hockey, depende de la estación), y las niñas bailaban entre ellas, maquilladas como pilinguis del barrio chino. Los mismos seres, tan sólo tres años más tarde, requerían una espátula, un quiropráctico y bombas lacrimógenas para ser despegados y deshacer el nudo con lengua que se habían hecho en un rincón del gimnasio, a la hora de terminar el baile. Los designios de las hormonas son inescrutables.

Tía Arantza (picada): -"Oye, que todavía eres muy pequeño para hablarme en ese tono. Espera unos siete años." Probablemente menos. -"¿Qué tal el cole?" (Hay que decir que ante un público poco entusiasta, pierdo mucho carisma.)

Sobrino Espitoso: -"Jjjrumpf."

Tía Arantza: -"Eeh, ya veo que te entusiasma. Por cierto, he recibido tus fotos."

Sobrino Espitoso (perdiendo interés por momentos): -"¿Qué fotos?"

Tía Arantza: -"Pues las que te hicieron en el fotógrafo, en las que estás vestido, ehm, elegante." Cambiando de idea, qué diablos: -"En las que pareces una ardilla a la que le han atado al pescuezo una corbata demasiado prieta."

Sobrino Espitoso, con una risilla: -"Ji, ji. Ah, ésas fotos. Ya me acuerdo. NO parezco una ardilla."

Tía Arantza (siguiendo el juego): -"SI, pareces una ardilla sentada en un taburete untado de aceite, como si te fueras a resbalar en cualquier momento. Y vaya cara de roedor chiflado que pusiste. Cada vez que las veo, me muero de risa."

Sobrino Espitoso: -"Pffff. Jiu, jiu. Cuando me hagan las fotos de la clase, ya verás que cara pongo."
Tía Arantza (jorobando toda su educación en dos minutos): -"Te aconsejo un dedo bien metido en la nariz. Nunca falla."

Sobrino Espitoso (animado): -"También sé poner los ojos en blanco."

Tía Arantza (la voz de la experiencia): -"Pero si no enseñas la parte rosa del párpado al mismo tiempo, no mola. También queda bien si le haces llorar a la compi más cercana. Un buen pescozón cuando la profe no te vea."

Sobrino Espitoso: -"Mjjjiiii, jjiii, ji." "Te paso a papá."

Tía Arantza: -"Vale. No te olvides de mandarme una copia, ¿eh?"

Estoico Hermano: -"Qué raro, nunca aguanta cinco minutos." Con tono de ligera sospecha: -"¿De qué hablabais?"

Hermana Ingrata, evasiva: -"Oh, de nada. De fotografía. Nunca es demasiado pronto para sensibilizarlos al hecho artístico."

Estoico Hermano, con tono de sospecha creciente: -"No sé si te he comentado que la semana pasada lo castigaron en el cole."

Hermana Ingrata: -"¿Ah, sí? ¿Qué había hecho?"

Estoico Hermano (ahora casi acusador): -"La profe me llamó para decirme que parece que estaba decorando la pared de la clase, en equipo, empezó a discutir y, ehm, mordió a otro niño. En el culo. La nalga izquierda, para ser exactos."

Hermana Ingrata (sonriendo de oreja a oreja): -"Ése es mi sobri."
Estoico Hermano, rápido: -"¿Perdón?"
Hermana Ingrata: -"Euh, imagino que el otro niño estará vacunado, ¿no?"

Estoico Hermano, inquisitivo: -"¿Tú le has contado algo de Aníbal Lecter?"

Hermana Ingrata, con tono inocente cual lirio blanco: -"¿YO? ¿Qué te hace pensar eso?"

Estoico Hermano: -"Es la última vez que te lo paso sin estar yo delante."

jueves, 19 de marzo de 2009

Poutine

... lo hice. Me comí una poutine. El plato nacional de Quebec. Alta gastronomía.

Bueno, más bien me comí la poutine, la poutine anual. Sin anestesia ni previa ingesta de alcohol o estupefacientes . Así, a pelo (la Boréale que bebí para ayudar a bajarla no cuenta). Y es que mi estómago sólo la resiste una vez al año, pero eso sí, la pilla con ganas.

Esta perversa versión es la "poutine Elvis" (el nombre debe de ser porque si se come muy a menudo, se adquiere el volumen de Elvis en los últimos años de su vida): carne picada, champiñones y pimiento verde, acompañando las tradicionales patatorras fritas bañadas en gravy (salsa sintética con sabor a carne, cualquier parecido con algo natural es pura coincidencia), con queso quebequés fundido (fromage en crottes).
Todo ello bajo la mirada llena de espanto de monsieur M., que ha pedido algo mucho más razonable. Y es que no sólo de tofu vive la lingüista.
Elvis lives. Yeah.


En Montreal, el sitio para zamparse una poutine es La Banquise (cuán nórdico), el restaurante castizo por excelencia, abierto 24 horas. Algo me dice que tras bailar como un poseso y fumarse tres porretes, esto a las tres de la mañana tiene que entrar estupendamente. Siempre que se tengan menos de 30 tacos. A mi edad, comerme algo así a las tantas de la mañana significa dormir abrazada al bote de Eno. Incluso en pleno día, tras zampar este plato tan nutricionalmente equilibrado, me sentí muy, muy, muy mayor.

lunes, 16 de marzo de 2009

Wake-Up-and-Smell-the-Coffee Dark Chocolate Cake : Otro post pornoculinario

(* ADVERTENCIA: Este post puede perjudicar seriamente a vuestro régimen, aniquilar todo vestigio de voluntad dietética y desencadenar un apetito orgiástico por el chocolate negro. Si andáis mordisqueando zanahorias crudas y pasando hambre en vistas de embutiros en un biquini en los próximos meses, huid despavoridas. A no ser que tengáis una tendencia ligeramente masoquista, y os guste excitaros las pupilas -y las papilas- viendo fotos de todo lo que no váis a comer.)

Os lo advertí.

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Para darle un toque cultural a este blog lleno de glotonería, empezaré con la reseña histórica, que dignificará un poco esta entrada , entrada que, de lo contrario, podría ser juzgada como una mera instigación a la diabetes.

Los primeros colonos franceses que se instalaron en Quebec trajeron con ellos el catolicismo. Durante doscientos sesenta años la religión católica se practicó de una manera severa en Nouvelle France (como se llamaba entonces Quebec), ajena a la relajación -ligera, pero evidente- de las normas y costumbres que se produjo en la metrópoli. El catolicismo quebequés fue, hasta los años sesenta, incluso más severo que el practicado en la España franquista.

De esta manera, el ayuno impuesto durante la cuaresma no se limitaba sólo a los "días magros", como se denominan en francés los días en los que los fieles se abstenían de comer carne, también se extendía a otros placeres de la mesa, como los dulces. Durante toda la cuaresma, los quebequeses tenían prohibido comer cualquier tipo de postres, chocolates y caramelos, prohibición que para los niños resultaba una auténtica tortura. Las consecuencias negativas sobre la salud mental de esta norma tan antipática pueden ser contempladas en esta película tan apropiada para estas fechas.

Como yo soy muy escéptica en cuanto a las hipotéticas ventajas de la automortificación, la doma de las pasiones por el castigo del cuerpo, la flagelación (a no ser que se practique en buena compañía y vestido de vinilo) y la penitencia en general, y como parece que ya estoy suscrita a la condenación eterna, me lanzo sin tapujos a la incitación a la gula, y os propongo esta untuosa , oscura, profunda y pecaminosa receta.

Para tranquilizar vuestra conciencia, os diré que el chocolate -especialmente el negro-, empieza a tener buena prensa. Aparte de sus efectos euforizantes y antisuicidio al final de un invierno canadiense de seis meses y de una tesina infernal, parece que el chocolate está atiborrado de antioxidantes y, según el bioquímico estrella quebequés, Richard Béliveau, ayuda a prevenir el cáncer.

Si a todas estas ventajas añadimos una buena taza de café expreso, la combinación de los dos puede despertar a un muerto en su tumba. Especialmente si se combinan en este Wake-Up-and-Smell-the-Coffee Dark Chocolate Cake, o Pastel de café espresso y chocolate negro despierta-de-la-hibernación-y-espabila-que-casi-es-primavera.

Siguiendo mis hábitos alimenticios saludables, hoy he sustituído la comida por uno de estos pasteles en porción individual. Seguimos estando a dos bajo cero, pero estoy de mucho mejor humor.
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Ingredientes para el pastel (da para seis pasteles individuales o dos cakes)
  • 200 gr. de buen chocolate, mínimo 70% de cacao

  • 3/4 de taza de mantequilla

  • 1 taza y 1/2 de un buen café solo, fuerte, preferentemente espresso (largo)

  • 1/4 de taza de ron o de bourbon

  • 2 huevos
  • 1 cucharada de té de esencia de vainilla

  • 2 tazas de harina

  • 1 taza y 1/2 de azúcar

  • 1 cucharada de té de bicarbonato

  • 1/4 de cucharada de té de sal
En un cazo a fuego muy lento, fundir el chocolate cortado en onzas, junto con la mantequilla y el café, revolviendo sin parar hasta que la mezcla tenga un aspecto liso y sin grumos. Dejar enfriar un mínimo de diez minutos. Mezclar con los huevos batidos, el ron y la vainilla.

Precalentar el horno a 135º. Tamizar los ingredientes secos y añadirlos a la mezcla de chocolate, batiendo bien. Verter en los moldes previamente engrasados y espolvoreados con harina o cacao negro en polvo (yo prefiero la última opción). Hornear entre 45 y 55 minutos, o hasta que un palillo pinchado en el centro salga limpio. Dejar enfriar un cuarto de hora y desmoldar cuando aún esté tibio.

Servir espolvoreado ligeramente de azúcar glas y con frutas rojas frescas o congeladas (frambuesas, fresas o grosellas, yo no tenía en el momento de hacer la foto, así que me conformé con cerezas en conserva), o con un glaseado de café y chocolate (foto, abajo), o con un chorrito de nata líquida, o una cucharadita de crème fraîche.

Este pastel está especialmente indicado para seducir a mujeres en edad de merecer, para sacar de una depresión profunda a vuestro mejor amigo, o para poner al cónyuge en estado de propensión al disfrute carnal (en este caso, importante lavar los cacharros al terminar y servirlo sólo con un delantal, caballeros).

Tan bueno, que seguro que es pecado.

domingo, 15 de marzo de 2009

Ensalada autóctona de salmón

("Salmón". Grabado de un artista haida: cultura amerindia de la costa pacífica del Canadá)

El salmón es uno de los productos autóctonos del Canadá. Como este enorme país extiende sus tierras coast to coast, se encuentran dos variedades de este sabroso pescado: el salmón atlántico y el salmón pacífico (me recuerda ese poema tan bonito de Benedetti, "Nuevo canal interoceánico". No tiene nada que ver con la cocina, pero qué suspiros me ha arrancado en otros tiempos, Benedetti...).

Prosigo: ante las declaraciones de monsieur M. y otros quebequeses "de pura lana", que afirman preferir una variedad u otra (salmón del Pacífico, o del Atlántico en el caso de monsieur M., que afirma que es "menos graso y empalagoso"), he hecho un par de indagaciones, y he llegado a la conclusión de que quizá no sean manías suyas: el salmón pacífico se reproduce sólo una vez en toda su vida, mientras que el atlántico emprende su viaje heroico remontando el río cada año. Vamos, que hace más ejercicio. Siempre que no venga de una piscifactoría, claro. En cuyo caso, pasa toda su vida comiendo pienso sintético y viendo el Superbowl en la tele.

Distinciones aparte, el salmón es excelente para la salud (lleno de ácidos grasos omega-3, estupendos para el corazón, el cerebro, e incluso hay algún que otro estudio que demuestra posibles efectos antidepresivos), está muy bueno, y ya que tengo la suerte de vivir en un país donde es barato, pues vengan esas recetas con salmón fresco y ahumado.

La receta de esta ensalada de rúcula, lentejas y salmón ahumado proviene de un blog culinario quebequés que admiro: La mitaine écarlate. Fannie, la autora, está siendo propulsada a una mini-celebridad, acaba de aparecer en el programa de Daniel Pinard (mi chef quebequés preferido, un auténtico gamberro) y va a publicar un libro de recetas bio en Francia, junto con otras amigas blogueras.

Lo que me gusta de la cocina de Fannie es que es sana, sin ser integrista (usa azúcar, no es vegetariana aunque propone muchas recetas con verduras, frutas, legumbres y cereales, y no todo tiene que ser bio-puro-santificado-bendecido), vamos, que su filosofía de la nutrición y la cocina está muy en consonancia con la mía. Fannie es también innovadora: sus recetas son creación propia, algo que envidio sobremanera. Yo en cocina soy una intérprete correcta, pero nunca seré una compositora.

La particularidad de esta ensalada es que se sirve "tibia": hay que pasarla por el grill. El único cambio que hice a la receta (aquí, en francés) es añadir un poco de queso de cabra cortado en lonchas finas (no aparece en la foto, se me ocurrió en el último minuto antes de servir, y ya no había luz natural, intento no tomar fotos con luz artificial, o todas las recetas resultan amarillas), y, en mi opinión, mejoró una ensalada que ya de por sí es suculenta.


jueves, 12 de marzo de 2009

Eat cake: Gâteau Reine Elizabeth


Otro pastel monárquico. Este no lo he hecho yo, es obra de nuestro amigo Miguel, que lo cocinó bajo la atenta supervisión de Lisa. Miguel y Lisa nos dejaron el resto del pastel tras cenar en casa, y ya no queda gran cosa, apenas una ración suficiente para hacer una foto. La versión que nos regalaron no tiene coco rallado sobre la cobertura de caramel au beurre, lo que en mi opinión mejora el resultado. La receta es simple, es uno de esos pasteles suculentos y poco complicados.

Este bizcocho de aspecto modesto es delicioso, nada seco (aunque su aspecto parezca decir lo contrario), con su sabor profundo a dátiles y el contrapunto crujiente de las nueces.
Hay gente que, como yo, está convencida del poder terapéutico de un buen pastel :


«Cakes have gotten a bad rap. People equate virtue with turning down dessert. There is always one person at the table who holds up her hand when I serve the cake. -No, really, I couldn't, she says, and then gives her flat stomach a conspiratorial little pat. Everyone who is pressing a fork into that first tender layer looks at the person who declined the plate, and they all think, -That person is better than I am. That person has discipline. But that isn't a person with discipline, that is a person who has completely lost touch with joy. A slice of cake never made anybody fat. You don't eat the whole cake. You don't eat a cake everyday of your life. You take the cake when it is offered because the cake is delicious. You have a slice of cake and what it reminds you of is someplace that's safe, uncomplicated, without stress. A cake is a party, a birthday, a wedding. A cake is what's served on the happiest days of your life.»

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«In my family people tended to work against the cake. They wished it wasn't there even as they were enjoying it. But Florence Allen's reaction was one I rarely saw in an adult: She gave in to the cake. She allowed herself to love the cake. It wasn't that she surrendered her regrets (-Oh, well, I'll just have to go to the gym tomorrow , or, -I won't have any dinner this week). She had no regrets. She lived in the moment. She took complete pleasure in the act of eating cake. -"I'm glad you like it," I said, but that didn't come close to what I meant.»

«Eat cake», de Jeanne Ray

Una lectura culinaria para acompañar a este pastel, clásico y sin estridencias (adjetivos que se aplican tanto al pastel como a esta novela): "Eat cake", de Jeanne Ray. No es el libro que más me haya apasionado de todos los que he leído, podría ser calificado de gentle read, algo para leer en un momento difícil, en el que necesitáis un libro sin complicaciones, sin estrés, sin asesinatos, sin maldad. Un bálsamo calmante con olor a bizcocho en el horno.

Cuenta la historia de Ruth, prototípica ama de casa americana, que dejó de trabajar para educar a sus hijos y ocuparse de la casa. Ruth hornea pasteles cuando necesita un momento de evasión.

La vida tranquila de la protagonista da un vuelco brusco cuando se encuentra con su madre mudándose a su casa (tras un incidente grave que no le permite vivir sola) y su padre poco después, un padre bastante crápula, desaparecido del mapa hace muchos años, al que su madre odia con pasión. A eso se le añade la súbita pérdida del empleo de su marido, más una hija en su fase más inaguantable de la adolescencia, y el resultado es que Ruth necesita hacer algo para no lanzarse por un barranco al volante de su coche familiar (y poder alimentar a toda esa gente). Ese algo resulta ser lo que siempre ha hecho para sentirse mejor: pasteles.

Esta novela está escrita con un humor suave y mucho optimismo. Personalmente, el humor lo prefiero un poco más cáustico, pero me mantuvo entretenida hasta el final (feliz). Tiene unas recetas de pasteles estupendas, que veréis próximamente por aquí.

martes, 10 de marzo de 2009

Bajo el sol de Toscana


Este libro, y la película basada en él, me traen un rayito de sol al final de este interminable invierno canadiense. Aunque la película no es lo que se dice una obra maestra, siempre me ha parecido simpática, y volver a verla por estas fechas me suele ayudar durante el hartón característico de marzo, mes en el que los quebequeses tenemos un empacho superlativo de invierno y de temperaturas bajo cero.

Foto de aceitunas tomada de bobdipaola.com,
foto de paisaje toscano de autor desconocido. El pan, muy rico, es mío.

Para los que no la habéis visto, os diré que toca los temas que parecen haberse vuelto el leitmotiv de mi vida de los últimos años: la cocina (bueno, el libro mucho más que la película), las reformas interminables de una decrépita barraca, y la búsqueda de una vida que se parezca más a quiénes somos, a veces siguiendo por impulso una idea que aparentemente es una chifladura y al final resulta ser la decisión más sensata que hemos tomado en nuestra vida ("a terrible idea... don't you just love those?").

Otro de los motivos por el que esta historia es un feel good movie en una época del año en la que estoy cruelmente a falta de sol y calor, es porque el paisaje de esa Toscana de postal me recuerda mucho al de La Rioja, que, si bien no es mi paisaje español favorito, me es bastante familiar (por haberlo paseado mucho en los veranos de mi infancia), y es el que me hace suspirar ahora, a causa de su sequedad, calor, sol franco y fuerte, y campos de viñas, olivos y almendros, que huelen a romero y tomillo. Es algo así como una "protoEspaña" para alguien que la echa de menos.

Recomiendo el libro a todos los verdaderos cocinillas, porque la escritura de Mrs. Mayes no es lo que se dice apasionada y exuberante, pero su amor por la cocina italiana es genuino, y rezuma en las recetas tradicionales que aparecen a lo largo del libro.

Para terminar, este pan con aceitunas y aceite de oliva que, aunque no puede competir -ni lo pretende- con otros que se ven por ahí, estaba muy rico, y costó muy poco esfuerzo con el método con el que he aprendido a hacer pan... en cinco minutos.


Foto de aceitunas tomada de importpeace.org,
el paisaje de Cortona es de autor desconocido.

*Nota: Acabo de poner un enlace a la receta de base para el pan artesano en cinco minutos sin amasado (Artisan Bread in Five Minutes a Day) en la columna de enlaces que véis a la izquierda, bajo la rúbrica "Recetas". También he puesto un vídeo de los autores elaborando el pan por este método, el vídeo se ve mucho más claro que el que puse en la entrada de la semana pasada. Espero que os sea útil.

lunes, 9 de marzo de 2009

Festival del calabacín III: The Return of the Zucchini

Los calabacines han sido un ingrediente del que nos hemos tomado un largo descanso en esta casa, especialmente desde el Infausto Incidente con los Calabacines. Pero bueno, en esta barraquita montrealesa todo termina si no por olvidarse, al menos por perdonarse, y monsieur M. ya empieza a ser capaz de ver de nuevo un plato compuesto de esta cucurbitácea sin que se le extravíe la mirada y le den vahídos.

En cocina yo funciono mucho por lo que veo por el mercado, soy incapaz de planificar nada de antemano, por eso a veces he tenido esos problemillas de gestión del excedente de calabacines, problemillas que me han permitido pasar gratos momentos buscando recetas en internet. Ajem.

Hoy os voy a dar una recetilla cuyo origen ya no recuerdo (tengo una vaga imagen de un periódico gratuito en el metro..., aunque creo que la reformé un poco y se convirtió en un clásico), una receta sustanciosa y nutritiva de una crema invernal de calabacín.
En Quebec, la comida del mediodía es más ligera que la cena, y con la de meses de invierno que nos chupamos por estas latitudes, una sopa bien alimenticia forma parte casi obligada del almuerzo. Normalmente se acompaña de pan con mantequilla, crackers o scones salados, y a la sopa la sucede un sandwich.

Crema invernal (sí, todavía) de calabacines

- 1 kilo (creo) de calabacines. En cualquier caso, una bolsa de súper bien llena, (¿unos 7, 8? A ver, los que están poniendo mala cara por mi falta de precisión: que no soy Martha, leñe).

- Caldito de pollo o de verduras. O de algo que sepa a algo más que a agua.

- Un bote de unos 500ml. de alubias (o judías, es que me sale la vasquitud) blancas cocidas.

- 2 cabezas de ajo (hermosotas, yo es que con el ajo soy un poco desenfrenada).

- Perejil o cilantro fresco para servir.

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Se corta la parte superior de las cabezas de ajo, y se meten a asar a horno medio (unos 180º), en chemise (con la piel). Cuando la cocina empieza a oler maravillosamente y se pueden pinchar con un tenedor, están hechas.

Cubrir el fondo de una cazuela de aceite de oliva, calentarlo, apretar con los dedos las cabezas de ajo para extraer todo el contenido y sofreír un poco en el aceite junto con los calabacines (sí, mon bigfoot chéri, otra vez calabacines) cortados en pedazos. Cuando se han dorado un poquito, añadir las alubias (si son de lata, pasarlas previamente por el grifo para eliminar el sabor a metal), dar un par de vueltas a todo y cubrir con el caldo.

Añadir la sal y un poco de pimienta blanca y cocer a fuego medio hasta que los calabacines estén hechos. Pasar por la batidora y servir con un poco de cilantro fresco. Otras guarniciones interesantes son un crujiente de jamón (próximamente en sus pantallas), o un poco de queso parmesano cortado en finas laminitas. Lo untuoso de esta crema con el sabrosísimo fondo de ajo hará que nadie se crea lo poco que os ha costado cocinarla. Interesante forma de camuflar las alubias, si tenéis melindrosos en la familia que les hacen ascos a las legumbres.

viernes, 6 de marzo de 2009

Tutorial de interés público: cómo darle una pastilla a un animal de compañía


Visto el interés que han manifestado la mayoría de mis amables lectores por la salud de Alfonso, hoy voy a reciclar/traducir/adaptar un tutorial de esos que circulan por Internet, mandado por un amigo (también dueño de un gato), que puede ser muy útil para los primerizos que se encuentran por primera vez siendo propietarios -o coinquilinos, en el caso de un gato- de animales de compañía. La cocina montrealesa demuestra así su utilidad doméstica, con otro tipo de recetas que las culinarias.

Los lectores que conviven con simpáticos mininos ya saben lo difícil que puede llegar a ser darles una pastilla. En cuestión de segundos, esa suave bolita de pelo que hace las delicias de su dueño puede volverse escurridiza como un jurel recién sacado del mar, y tan agresiva como si estuviera poseída.

Este tutorial también lo publico en respuesta a un correo de Liuia, dueña de Ginger, quien no parece muy dispuesta a colaborar en eso de tomarse la pastilla antiparasitaria.

INSTRUCCIONES PARA DAR UNA PASTILLA A UN GATO

1) Tome al gato en brazos y acúnelo con su brazo izquierdo como si estuviera sosteniendo a un bebé. Posicione el índice y el pulgar de su mano izquierda para aplicar una suave presión a las mejillas del gato mientras sostiene la pastilla con la derecha. Cuando el gato abra la boca, arroje la píldora dentro. Permítale cerrar la boca al efecto de que el gato trague la pastilla.

2) Recoja la pastilla del suelo y al gato de detrás del sofá. Acune de nuevo al gato en su brazo izquierdo y repita el proceso.

3) Saque al gato del dormitorio y tire la pastilla baboseada a la basura.

4) Tome una nueva pastilla de la caja, acune al gato en su brazo izquierdo manteniendo las patas traseras firmemente sujetas con su mano izquierda. Fuerce la apertura de mandíbulas y empuje la pastilla dentro de la boca con su dedo medio. Mantenga la boca del gato cerrada mientras cuenta hasta 10.

5) Saque la pastilla del acuario y baje al gato de encima del armario. Llame a su esposa (u otro cónyuge), que está en el balcón.

6) Arrodíllese en el suelo con el gato firmemente sostenido entre sus rodillas. Mantenga las patas traseras y delanteras inmóvilizadas. Ignore los gruñidos que el gato emite. Pídale a su esposa que sostenga la cabeza del gato con una mano mientras le abre la boca con una regla de madera. Arroje la pastilla dentro y frote vigorosamente la garganta del gato.

7) Baje al gato de las cortinas del salón. Traiga otra pastilla de la caja. Recuerde comprar una nueva regla y reparar los desgarros de las cortinas. Barra cuidadosamente los trozos del jarrón y póngalos aparte para pegarlos luego.

8) Envuelva al gato en una toalla grande y pídale a su esposa que lo mantenga estirado, con sólo la cabeza visible. Ponga la pastilla en una pajita de gaseosa, cual cerbatana amazónica. Abra la boca del gato con un lápiz. Ponga un extremo de la pajita en la boca del gato y el otro en la suya. Sople.

9) Verifique la caja para asegurarse de que la pastilla no es dañina para seres humanos. Beba un vaso de agua para recuperar el sentido del gusto. Aplique apósitos a los brazos de su esposa y limpie la sangre de la alfombra con agua fría y jabón.

10) Llame a los bomberos para que bajen al gato del tejado del vecino. Tome un calmante. Meta al gato en el armario ropero de su dormitorio y cierre la puerta sobre su cuello, dejando sólo la cabeza fuera del mismo. Fuerce la apertura de la boca con una cuchara de postre. Arroje la pastilla dentro con una goma elástica.

11) Vaya al garaje a buscar un destornillador para volver a colocar la puerta del armario en sus goznes. Aplíquese compresas frías en las mejillas y verifique cuándo fue su última dosis de la vacuna contra el tétanos. Lance la camiseta que tenía puesta a la lavadora y tome una limpia del dormitorio.

12) Llame de nuevo a los bomberos para bajar al gato del árbol de la calle de enfrente. Pague la multa por utilización abusiva de servicios públicos de urgencia. Discúlpese con su vecino por tanta molestia y por las heridas sufridas por su hija pequeña, que se interpuso en la huída del gato. Tome otro calmante.

13) Ate las patas delanteras del gato a las traseras con una cuerda. Átelo firmemente a la pata de la mesa de la cocina. Busque guantes de trabajo pesado. Mantenga la boca del gato abierta con una pequeña palanca. Ponga la pastilla en la boca seguida de un gran trozo de carne. Mantenga la cabeza vertical y vierta medio litro de agua a través de la garganta del gato para que trague la pastilla .

14) Haga que su pareja lo lleve a urgencias. Siéntese tranquilamente mientras el doctor le venda dedos y frente, y le extrae la pastilla del ojo. En el camino de vuelta, deténgase en tienda de cocinas para comprar una nueva mesa.

15) Llame a la protectora de animales para que vengan a recoger un gato para adopción, prepare historia que va a contar a los niños de cómo Kitty "se perdió", llame al veterinario para averiguar si tiene algún hámster para vender. Sino, cómprese un perro.


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INSTRUCCIONES PARA DAR UNA PASTILLA A UN PERRO

1) Envuelva la pastilla con una loncha de panceta.

jueves, 5 de marzo de 2009

Pan (intento de post minimalista)

Al fin.


Tras pasar mucha envidia, leer sobre el tema, y hacer un par de pruebas... lo he conseguido.

Pan. Tan simple, tan complicado. Y tan rico.


La harina, blanca.

La miga, lo suficientemente húmeda, tierna.


El método, fácil (sin amasado) y rápido (sin contar las horas de espera).

La culpa, del guru del pan, Ibán.

Ya estoy soñando con todos los panes que pienso hacer.

miércoles, 4 de marzo de 2009

Asado sanguinario (y facilísimo) de paletilla

Yo, habitual comedora de tofu y verduritas, (aunque no vegetariana), a la que la carne roja -ni la carne en general- nunca suele guiñarme el ojo cuando me paseo por los pasillos del super, sufro una transformación preocupante cuando avanza el invierno (porque aquí aún es invierno, y lo que te rondaré, morena).

No me negaréis que esta señora da mucho miedo

Un par de mesitos a temperaturas muy bajo cero, y ¡zas!: veo un pedazo de inocente ternera, que nunca ha hecho daño a nadie, que hasta hace un par de días miraba con sus inmensos ojos marrones a su mamá la vaca, y me sorprendo a mí misma salivando y pensando en asados de paletilla.

Dominada por este impulso carnívoro, me he currado un asado de paletilla de ternera "À la Janette". El nombre viene de la entrañable Janette Bertrand, una veterana actriz quebequesa, que es algo así como esa abuela que todos quisimos tener, una Carmen Sevilla quebequesa y feminista, y la primera persona a la que escuché explicar la receta. Es una de esas recetas "Don't make it, fake it" de por aquí que tanto me gusta, por varias razones: se cuece lentamente (unas seis horas), con lo que todos los jugos de la carne se van destilando deliciosamente, el resultado de una cocción lenta es una carne increíblemente tierna, que puede cortarse con una cuchara, y la preparación es prácticamente inexistente (menos de cinco minutos). Me explico:

Ingredientes

-Sanguinario filetón de paletilla de ternera (o buey, si no tenéis barriga, cuanto más graso, mejor, ggrrrr) de al menos 3 cm. de espesor.

-Sobre de sopa de cebolla

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Se echa un poco de pimienta sobre el cadáver del pobre animal, se corta un buen pedazo de papel de aluminio, suficiente para envolverlo, el papel se unta ligeramente de aceite de oliva, se espolvorea con un poco del sobre de sopa, se coloca la tajada encima, se espolvorea con el resto de sopa -atención, no saléis la carne, la sopa ya contiene mucha sal-, se cierra bien el paquete asegurándose de que está lo más hermético posible, y se mete en el horno -en una fuente- a baja temperatura, entre unos 110 y unos 130 grados, depende del tiempo del que dispongáis y del espesor del filetón.

Para daros una idea, en mi horno -de convección- un filete bestial y prehistórico de 1 kilo 400 gramos tarda unas seis a siete horas, depende de la cantidad de grasa y de cuánto abra el horno. Cada horno es diferente, pero calculad que debéis meter la carne en el horno por la mañana, para que esté lista para la cena. Y refrescaros las reglas de tres que aprendisteis en el cole. Si queréis refinar un poco la cosa, a media cocción podéis añadir zanahorias, setas y patatitas.

Yo formé una montaña con las setas (cantarelas) cubriendo el filete, así el juguillo de los hongos impregnó la carne... mmmm, además lo regué con un poco de vino tinto. Y me curré un purecito de patatas como acompañamiento. Si queréis hacer esta receta trabajando lo menos posible, una ensalada verde para acompañarla es todo lo que necesitáis para una cena completa.

Después de zamparos esto, no organicéis ningún tipo de actividad que requiera agilidad física o mental. El único esfuerzo violento del que seréis capaces será el de estirar la manta por encima de la barriga, para dormiros una siestecilla.

El olor que flotará en vuestra cocina puede atraer osos, que no se diga que no os he avisado.

lunes, 2 de marzo de 2009

Alfonso y la operación biquini

Imagen de Ed Polish & Darren Wotz

Los problemas de Lupe con su nueva compañera de piso me han hecho pensar en los problemas de salud de Alfonso. Hace unos días estaba desayunando, cuando Alfonso entró en la cocina, con ese silencio todo pasos aterciopelados y felinos que es la forma natural de andar de los gatos. Hasta ahí, todo bien, pero cuando decidió subirse a la mesa, y de la mesa pasar a la repisa de la ventana de la cocina, rincón que es su observatorio favorito desde siempre, y desde el que vigila toda posible intrusión de esas malditas ardillas urbanas que se zampan mis plantas en el patio trasero, se fastidió el momento "National Geographic".

El bueno de Alfonso calculó mal el salto, error provocado sin duda por esa acumulación adiposa que lleva encima desde que empezó el invierno y dejó de salir y de correr tras los pájaros y ardillas invasores (mi gato es muy mediterráneo, en cuanto la temperatura baja de los cinco grados ya no quiere saber nada del mundo exterior, mientras que Julieta, más peluda y nórdica, no tiene ningún problema). Cuando le vi agarrándose patéticamente al mantel con las dos patas delanteras (no había conseguido izar el trasero a la mesa) mientras poco a poco iba resbalando, pensé:

Dueña Indigna (yo): -"Este gato está enorme".

No por nada se ha ganado los apelativos "panzoncín" (® by María Fernanda), "gatorme", "gatordo" (poco elegante, convengo con vosotros) y "gatolosal" (® by Lupe).

Mi mente, sumamente ocupada por tesinas, cañerías reventadas y otros quehaceres cotidianos, se concentró en otros problemas, y podría haber olvidado que uno de mis gatos corre el peligro de llegar a la obesidad mórbida, si no hubiera sido porque un par de días más tarde tuvimos visita.

Eddy, entrañable amiga mexicana de la que ya os he hablado, compañera de fatigas en el mundo de la lingüística, pasa por casa para ver si aún estoy viva -a pesar de esta tesina que no cesa-, y al entrar a casa y ver pasar un curioso Alfonso por el pasillo, no puede evitar proferir:

Eddy: - "¡Híjole!" (Eddy es mexicana, ya lo he aclarado. Y dice esas cosas.)

- "¡Este gatito está enorme!" (Uno de los rasgos encantadores de los mexicanos es ese uso de los diminutivos incluso en los casos en los que no se aplican. "Gatito" ciertamente no se aplica a Alfonso. Alfonso tiene la talla de una ballena beluga.)

Alfonso trepa laboriosamente al banco de la entrada y Eddy se inclina para rascarle el cogotillo. Alfonso ronronea.

Eddy: -"Fonso, te pusiste inmenso".

Alfonso, estirando el cuello para ofrecer el otro lado del cogotillo a mi amiga, a la que conoce bien por haber sido amablemente cuidado por ella durante mis vacaciones, y sin parecer demasiado ofendido : -"Ppurrrrrrrrrrrrrrr"

Eddy, a mí: -"Pues engordó, ¿no? Quiero decir, aún más."
Mirándolo de nuevo, un poco incrédula: -"¡No manches!" (De nuevo su mexicanidad, que se le sale por los poros. Teniendo en cuenta que, según ella, a mí el verbo me rebosa de españolismo, me abstengo de hacer comentarios jocosos).

Dueña Indigna, incómoda, lanzando una ojeada al minino: -"¿Tanto?"

Eddy, todavía con la mirada fija en Alfonso: -"Ay, sííí."

Las cosas se quedan ahí. Eddy y yo conversamos un poco de mis patéticos progresos lingüísticos, le calzo una bolsa de muffins para que se la lleve a casa y alimente a su novio, y vuelvo a mis tareas. Todo hubiera ido bien, si no hubiera sido porque la misma semana recibimos otra visita, esta vez para monsieur M.

Las visitas de monsieur M. vienen para cosas como devolverle su libro "Las Cuatro Nobles Verdades" o recibir un curso de tai chi y respiración, (y es que cuando no está en el Gran Norte electrificando renos, monsieur M. es zen, elimina el apego, medita y da cursos de tai chi). Esta visita en cuestión es una mujer de silueta estilizada, naturópata de profesión (sí, conocemos una, qué verguenza, y el término se parece preocupantemente a psicópata), con una larga melena blanca y gris que le llega por la cintura, melena que le da un aire entre princesa élfica de edad madura, ex-hippie nostálgica y bruja de cuento.

Naturópata Alternativa pasa a la cocina guiada por mí, y mientras monsieur M. corre a su reserva inagotable de libros sobre la filosofía budista, yo me encargo de los rituales de urbanidad clásicos , ofreciéndole un té (verde, por supuesto), a lo que me responde:

Naturópata Alternativa, con su acento de quebequesa anglófona, que hace siempre que el francés suene muy posh (un poco pijo): -"¿Es orhghánicoh?" (El acento hace que suene así).

Dueña Indigna, examinando la lata, un poco descolocada: -"Mmh, no."

Naturópata Alternativa, ahora con tono de interrogatorio: -"¿Es de comercio justo?"

Dueña Indigna, estresada ante lo selectivo de esta visita: -"... Euh, creo que no, es de, ehm, un comercio chino."

Naturópata Alternativa, que se pasea por el centro de la cocina mirándolo todo, se gira un momento con mucho movimiento de crines blancas y tintineo de numerosas pulseras y pendientes, y me clava una mirada con ceja enarcada e interrogativa: -"¿...?"

Dueña Indigna, un poco roja: -"Quiero decir que, euh, viene de un supermercado del Barrio Chino, donde compro todos mis tés."

Naturópata Alternativa: -"My God, no way, if it's not fair trade... Explotación de niños chinos, you know. Non, merci. Un vaso de agua es suficiente."

Mientras le sirvo un vaso de agua (del grifo, comercio injusto, lo único orgánico en ella es la cantidad de microorganismos que el sistema de cloración de Montreal no ha llegado a eliminar) y me preparo una kettle sintiéndome como una maldita explotadora de niños chinos, Naturópata Alternativa sigue paseándose por mi cocina, tras haber rechazado el asiento ofrecido. Probablemente sospecha que nuestras sillas han sido fabricadas por menores vietnamitas con algún tipo de madera de árboles en vías de extinción . Como el que las ha hecho es monsieur M., ardo ridículamente en deseos de que me pregunte por ellas para justificarme por el té y los niños chinos.

En ese momento de ligero malestar, Alfonso hace aparición en la cocina bamboleando con garbo la colgona barriguilla, con bastante retraso, todo hay que decirlo -normalmente es sociable como un perro, y se apresura a frotarse contra la pernera del pantalón de cualquiera que entre en esta barraca montrealesa-. Siento una alegría desproporcionada al verlo, un ser vivo amistoso en esta cocina, un ser vivo que no juzga los métodos de producción de lo que consumimos en ella.

Ignorando completamente a mi invitada, y con un desprecio total por el origen (orgánico, justo o no) del pienso -dietético, aclaro- que consume, Alfonso se sienta pausadamente delante de su tazón y empieza a comer su ración -cuidadosamente medida- como lo hace siempre: como un gorrino.
Alfonso (sereno, pero aplicado a la tarea): -"¡Chomp, chomp, ñam, ñam!"

Naturópata Alternativa, alta y delgada como su madre, morena, salada, lo mira desde lo alto de su casi metro ochenta, y observa: -"Tu gato está enorme."

Paro un momento de echar el agua caliente en la tetera, y la miro, presa de una súbita irritación. ¿Qué demonios ha ido a buscar monsieur M.? ¿Por qué tarda tanto? ¿Está escribiendo el libro él mismo? Son las ocho y media (aquí eso es casi la hora de irse a la cama) de la tarde de un día que ha sido muy largo, y no tengo ganas de estar haciendo vida social con una terapeuta alternativa maniaca del comercio justo. Y ahora mi gato está gordo. Como si no me hubiera dado cuenta.

Naturópata Alternativa se acerca a Alfonso, con una expresión mezcla de interés científico y un ligero desprecio. Mi gato es a la raza felina lo que los americanos obesos de Texas a la raza humana. Enarca de nuevo su ceja gris, y repite: -"Descomunal. Tienes un gato realmente obeso."

Si cualquier otra persona, cualquier otro día, me hubiera dicho lo mismo, probablemente le habría dado la razón sin dudarlo. Pero ahora mismo esta chica me toca las narices.

Dueña Indigna, un poco seca: -"Es verdad que le sobra bastante peso. Pero no creo que se le pueda calificar de obeso."

Alfonso (concentrado en su taza, masticando con fruición): -"¡Scrunch! ¡Scrunch! ¡Munch! ¡Munch!"

Naturópata Alternativa, con media sonrisa, mirándolo: -"Are you kidding me? ¡Es monstruoso!"

Poso la taza de té un poco demasiado fuerte sobre el mostrador. "Rellenito", vale. "Rollizo", "redondito", "tripón", de acuerdo. Incluso "panzón", viniendo de mis amigas mexicanas, y porque lo dicen con ese tono tan tierno que ponen ellas. Pero "monstruoso", no. Hasta ahí hemos llegado. Y menos viniendo de una hippie que desconoce el tinte y la depilación, así como las buenas maneras.

Dueña Indigna, acercándome al gato y a ella: -"Alfonso. No. Es. Monstruoso. Alfonso. Es. Corpulento."

Alfonso, deja de comer un momento, levanta la cabeza y me mira con adoración, ronroneando: -"Ppurrrrrrrrrrrrrrr."
Naturópata Alternativa me dirige la mirada por primera vez desde que ha entrado en casa, su confianza inquebrantable en sí misma parece agrietarse un poco. Lo mira de nuevo, esta vez con un cambio de actitud: adopta su Actitud Terapeuta. -"Creo que su problema es la inseguridad."

Dueña Indigna, sorprendida pese a todo: -"¿La... inseguridad?"

Alfonso se levanta, se acerca y empieza a frotarse contra mis tobillos, de muy buen humor. Su motor diésel funciona a todo vapor: -"Purrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrr".

Naturópata Alternativa, toda su irritante confianza recobrada, dice con aplomo: -"Ahá. Tu gato es un inseguro. Y esa inseguridad le provoca emociones de abandono. Y se come sus emociones. Por eso está obeso." Le lanzo una mirada aviesa. -"Ehm, I mean, rechonchito."

Afortunadamente, monsieur M. irrumpe en la cocina, lleno de entusiasmo y de libros, y tanto Alfonso como yo podemos retirarnos a nuestras dependencias. (Exiguas, todo hay que decirlo. Pero siempre quise utilizar esta frase).
Buscando el número de teléfono del veterinario, lo miro, ronroneante y calentito a mis pies bajo la mesa de la oficina, y murmuro: -"Hay que joderse, Alfonso. Encima de gordo, inseguro."