miércoles, 13 de enero de 2010

Mudanza



Año nuevo, etapa nueva. Como ya os anuncié tras terminar de revolucionar el mundo de la lingüística, aprovecho el inicio de la década para hacer grandes cambios : la cocina montrealesa se muda.

Con el tiempo, me he encariñado con esta cocina y con sus grifos que gotean, sus tuberías que amenazan con explosiones inesperadas, sus azulejos retro que son capaces de camuflar cualquier cosa que se caiga al suelo (hace un mes se me cayó una zanahoria y aún no la he encontrado). Incluso me he encariñado con el título de este blog, elegido a todo correr y que nunca ha terminado de gustarme. Yo que siempre he pensado que a un mal título sólo puede seguir un mal libro. Pero necesito un cambio.

Como mandan las tradiciones en Quebec, en este país en el que la mudanza se practica una vez al año y se ha elevado a la categoría de deporte nacional, empaqueto la vajilla en papel de periódico, saco las cajas de cartón, cierro el portátil, lo cargo todo en el camión y cambio de aires.

Más recetas y delirios montrealeses aquí. El espíritu es el mismo, el título es mejor (creo), sólo es un cambio de decorado. Nos vemos.

miércoles, 30 de diciembre de 2009

2010 cosas por hacer : Feliz Año Nuevo


Como diría aquel ilustre personaje cultural español, si debo resumir este mes de diciembre en dos palabras: es im-presionante. Bueno, quizá aquel personaje no acababa de dominar este idioma que compartimos los que estamos en esta cocina, a fin de cuentas, sólo llevaba dos décadas y media practicándolo. Pero el sentimiento que acompaña la expresión es el mismo: no puedo creer que 2010 aún no ha empezado y ya llevo tantas cosas con retraso.

No acabo de ponerme al día con las respuestas a vuestros comentarios, y creedme que me pesa, especialmente por todas las muestras de solidaridad y el calorcillo humano que emanaban los que hicistéis a las dos últimas entradas. Creo que voy a desistir, al menos por el momento. El blog, las fiestas (de las que debería existir una versión abreviada, como bien dice mi amiga Lupe, a fin de cuentas, si hay libros de bolsillo, ¿por qué no unas Navidades de bolsillo?), la visita de Santa Madre, con la que he tenido que recorrer interminables centros comerciales para comprar ropa y botas y así evitarle congelaciones varias y amputaciones de dedos de los pies y de las manos, los pavos, las bûches, los mince pies y el pastel de pescado que me toca hacer para mañana, el pelo de gato que se acumula en los rincones más vistosos de la casa (estoy pensando en no aspirarlo, sino hilarlo con una rueca, me saldría una lana mohair de lo más aparente), parientes enfermos en el hospital y parientes hambrientos en nuestro salón, así como amigos pertrechados de botellas varias y de trineos, con los que nos lanzaremos gritando por una cuesta mañana antes de cenar (en Quebec sí que saben abrir el apetito), todo ello me impide sentarme al ordenador más de tres segundos sin ser interrumpida por una crisis diplomática o culinaria. Eso son las fiestas, me temo. Puro caos.

Así que mientras Monsieur M. elimina madejas de pelo felino de debajo de los muebles y friega pilas y pilas de cazuelas ensuciadas por mí, yo voy pasándole a Santa Madre calcetines de esquí y polares nucleares mientras ella gruñe en el probador porque odia-odia comprarse ropa; mientras la mincemeat marina en el frigo y los amigos me mandan numerosos correos con sus contribuciones a la cena comunitaria de Nochevieja; mientras pienso en cómo nos lo vamos a montar para calentar seis tartas en el mismo horno, todas ellas a temperaturas diferentes, me digo que tengo mucha suerte de que éstos sean mis peores problemas en estos momentos.
Para el Año Nuevo, os deseo que los vuestros no sean más graves que los míos. Eso significa que estáis vivos y que no estáis solos, qué demonios.

jueves, 24 de diciembre de 2009

Feliz Navidad / Joyeux Noël / Merry Christmas


Entre emociones, noticias malas y buenas, amigos y familia de visita y pavos que no se descongelan, me tomo una pausa encima del rebosante mostrador de la cocina montrealesa para desearos a todos, familia lectora, una muy feliz Navidad.

Tanto a los que celebran en estas fechas con gran rigor religioso, como a los que como yo, lo llevan bastante más pagano, a los que ven nevar por la ventana como a los que están en pleno verano, os deseo unas fiestas con tiempo para cocinar y tiempo para saborear lo cocinado en buena compañía.

Sí, todos comeremos demasiado una vez más y algunos nos indigestaremos como siempre; sí, algunos beberán demasiado una vez más, especialmente ese tío materno con inconveniente afición a organizar concursos de eructos con los niños en la mesa; sí, vuestro cuñado contará esos chistes tan malos una vez más y será el único que se ría; sí, probablemente vuestra hermana os sacará de quicio una vez más y terminaréis soltándole alguna barbaridad, y sí, vuestra madre terminará llorando y en un momento dado de la velada miraréis a vuestro alrededor y pensaréis: -"¿Quién es toda esta gente y qué tengo que ver yo con ellos?".
Toda esa gente es la familia, con la que muchos compartimos poca cosa más que algunos genes despistados. Pero a pesar de que la mitad de entre ellos probablemente están locos, y que la otra mitad tiene una gran facilidad para volvernos locos e irritarnos hasta el infinito, los queremos. Y nos quieren. Al menos, la mayoría. Aunque nadie tenga ni idea de quién es realmente la persona que tiene sentada enfrente. Y bueno, al final del todo, lo único importante que nos queda es el amor, ¿no?

jueves, 17 de diciembre de 2009

Cuento de Navidad : All I want for Christmas


¡BIRLUPBIRLUPBIRLUP!
Hace el ridículo timbre de estos nuevos teléfonos inalámbricos que ha comprado monsieur M. en un ataque de consumismo electrónico (no es verdad que ellos no consumen, lo que pasa es que consumen chismes aparentemente muy útiles, y generalmente muy caros).

Carreras desenfrenadas hacia el grifo de la cocina. Manos pegajosas de masa de gingerbread, de miel y de otras substancias no identificadas. Tropezón con Santa Madre, que pulula por la cocina montrealesa como lo ha hecho desde el primer día de su visita, cambiando todos los cacharros de sitio y cocinando sin parar. Desde su llegada, no ha hecho más que rebozar merluzas, alimentar en exceso a mis ya sobrealimentados gatos -que por supuesto, la adoran-, decirme que estoy muy flaca, rebozar bacalao, rascarle el cogotillo a Alfonso, decirme que estoy muy flaca y pasar la mopa de forma obsesiva.

Momento de confusión. No encuentro el teléfono. Levanto un plato de pimientos del piquillo rellenos, pimientos que vienen directos de la maleta de Santa Madre, que ha decidido que la ropa finalmente no es tan necesaria en un Montreal a veinte bajo cero, para qué traer jerseys de lana cuando se puede traer espárragos de Lodosa, pimientos del piquillo y turrón de Jijona. Localizo el auricular cuidadosamente envuelto en un trapo de cocina. Inexplicable, sí. Pero no con Santa Madre en casa.

Hija Ingrata, ligeramente sin aliento: -"Oui, allô?"

Santa Madre, con arrobamiento: -"Pero qué lista eres, y qué bien hablas francés."

Hija Ingrata, tapando el auricular con la mirada torva: -" Mamá. Por favor." De nuevo al teléfono: -"Perdone. No le he oído bien."

Pausa. Escucho, en parte con incredulidad y en parte con un poco de hartazgo de recibir siempre este tipo de llamadas. Suspiro ruidosamente. Oigo trastear a Santa Madre detrás de mí. Está sacando una sartén, probablemente dispuesta a rebozar a uno de los gatos, ahora que ya no nos queda pescado disponible. ¿Por qué me llaman todos los locos de la provincia de Quebec? ¿Por qué a mí? ¿Por afinidad? ¿Se habrá corrido la voz de que en la época en la que la veda del telemarketing canadiense estaba completamente abierta mi estilo de respuesta telefónica era, digamos, desenfadado?

Hija Ingrata, con carraspeo nervioso: -"Ajem. Perdone. Usted dice que es..."

Loco telefónico, con risotada risueña : -"Papá Noel, hija mía."
Ya empezamos. Primero una llamada de Dios, y ahora esto. Casi echo de menos los días en los que me llamaban para ofrecerme un servicio de limpieza en seco para alfombras. Santa Madre se ha desinteresado por completo de la conversación en francés, que de todas formas no entiende, y hurga furiosamente en el frigorífico. Debo de haber hecho una pausa demasiado larga para las normas de urbanidad telefónica, porque el desequilibrado al otro lado del hilo telefónico dice:

-"¿Perdona? ¿Sigues ahí?"

Hija Ingrata, respirando hondo: -"Eehm, sí. Papá Noel. O Santa Claus. O quien sea usted. Oiga, ya que estamos, ¿no habrá visto mi número colgado en algún tablón de anuncios del hospital psiquiátrico o centro de día del que me está llamando, verdad? Porque si es así, me haría un gran favor eliminándolo. Lo digo porque ya he recibido otra llamada de un interno. Y no soy un servicio psiquiátrico ambulatorio. Ni el "Teléfono de la cordura". O de la esperanza. O de lo que sea. "

Papá Noel, de excelente humor: -"¡Oh, JO, JO, JO!"

Genial. Un loco minucioso y con profesionalismo.

Hija Ingrata: -"Me alegro de amenizarle la tarde, Santa. ¿Y usted quería...?"

Papá Noel: -"El título no es necesario, guapa. Llámame Nick. O Nicolás. Llamo porque estoy repasando la lista, y no encuentro tu pedido."

Aaah. El pedido. Malditas compañías de regalos por catálogo. Esto ya no sólo es telemarketing prohibido, esto es venta agresiva. Les voy a meter un puro que se van a enterar.

Hija Ingrata, con toda la brutalidad de la que es capaz: -"Mire, Nick. Yo ya he comprado todo lo que necesitaba comprar por navidades. Acabo de terminar una larga fase de vuelta a los estudios, y soy pobre. Mucho. Enormemente. No pienso comprar nada más. Busco trabajo. No tengo dinero. Cero. Y a mi tarjeta de crédito está empezando a salirle eczema nervioso, de lo mal que lo está pasando. Y no me pregunte por mi marido, porque él medita, es zen, es budista y ha eliminado el apego, así que no hay ninguna esperanza de que vaya a comprarle algo. Así que tómese los antipsicóticos y felices fiestas."

Papá Noel: -"¡JO, JO, JO! No, no trabajo para ninguna empresa de ventas, te hablo del PEDIDO, de la carta que tendrías que haberme mandado pidiéndome tus regalos para esta Navidad."

Hija Ingrata: -"Con la de años de experiencia que tiene en su puesto, francamente, tendría que reciclarse, una formación no le vendría mal. Ya nadie escribe cartas, ahora se escriben correos electrónicos. Y yo no le he escrito desde hace un par de décadas, así que ahora no veo las prisas."

Papá Noel: -"Ah, eso de que no estoy al día es totalmente falso, guapa. Yo también pienso en ahorrar papel. Ahora puedes mandarme un correo electrónico sin problemas. Pero ya que estamos hablando, cuéntame: ¿qué quieres que te traiga este año?"

Hija Ingrata, cediendo y sentándose en una banqueta de la cocina, mientras Santa Madre abre una lata de atún y empieza a repartirla entre los dos gatos que la miran con amor absoluto :

-" Bof. Bueno. A ver... si me hubiera preguntado lo mismo hace dos semanas, hubiera pedido un buen libro para poder hacer algo que no hago desde que empecé a escribir la maldita tesina que revolucionaría el mundo de la lingüística : sentarme toda una tarde en el sofá y zampármelo de un tirón. Hace dos semanas todo lo que quería era descansar de la tesina, ir al cine, ver a los amigos, salir a cenar a Chinatown con monsieur M... todo eso. Hoy... digamos que mis prioridades han cambiado." Silencio.

Papá Noel, con voz suave: -"¿Ahora quieres pedirme otra cosa?". Breve. Invitador.

Hija Ingrata, con ojos ligeramente húmedos, saliendo de la cocina para escapar de la mirada interrogativa de Santa Madre y sentándose en el sofá, responde con voz un poco ahogada :

-" Pues mire, sí. Ha habido cambio de planes."

Papá Noel, dulce: -"¿Por qué?"

Hija Ingrata, respirando hondo, limpiándose de un manotazo una lagrimilla que se le ha escapado muy a su pesar: -"...pues porque después de la cena de celebración de final de tesina, cena abundantemente regada con champán, al llegar a casa y desvestirme me encontré un bulto en el pecho. No muy grande, Nick, no vaya a creer. Poca cosa. Un garbanzo."

Papá Noel, haciendo gala de un tacto y una capacidad de escuchar increíbles en un loco con obsesión navideña: -"...¿Y?"

Hija Ingrata: -" Y... parece mentira como un garbanzo puede cambiarle a una la perspectiva, Nick. De golpe, la tesina y sus correcciones finales no eran importantes; el que Santa Madre viniera de visita y engordara a los gatos y me irritara con sus ataques de maternidad ultraconcentrada no era nada grave; la inminente sobredosis de pavo con la familia de monsieur M. dejó de ser terrible. Y rápidamente empezó el baile: médico de cabecera, cirujano, mamografía, ecografía, posible biopsia. Nunca, al menos desde que Sobrino Espitoso puso en duda mi pertenencia al género femenino, nadie había mostrado tanto interés científico por mis tetas como durante los últimos diez días." Nueva respiración honda. Caray, lo que puede terminar contándole una a un desconocido con barba de nylon.

Papá Noel, hablando aún más bajito: -"¿Y qué te gustaría este año por Navidad, guapa?"

Hija Ingrata, con la voz temblorosa: -" Si puedo pedir realmente lo que quiera, Nick, le pediría un buen quiste mamario. O un fibroadenoma. Lo que sea, con tal de que no sea canceroso. Porque si resulta que de verdad estoy mala, los niveles de desvelos maternos de Santa Madre van a subir hasta un punto intolerable. Y hay un límite a la cantidad de comida rebozada que puedo ingerir. Tanto amor podría matarme." Mira a hurtadillas hacia la cocina. Ya lanzada, continúa:

-"Y he sido buena, Nick. Bueno, a lo mejor no todo el tiempo, pero la mayor parte. Y cuando no he sido buena, a mi compañero le gustaba. O a mis lectores . Así que no cuenta."

Papá Noel, con voz cálida y llena de confianza: -"Está hecho, guapa. Tomo nota. Feliz Navidad y un abrazo muy grande."

Hija Ingrata, ahora llorando a moco tendido, sacando un kleenex del bolsillo y sonándose ruidosamente: -"Feliz Navidad a usted también, Nick. Le dejo, antes de que mi madre indigeste a los gatos. Cuídese."

La línea me devuelve un pitido. Cuelgo, me enjugo los ojos, me insulto mentalmente por mi patética blandenguería, me repeino un poco y me dirijo de nuevo a la cocina, a seguir decapitando hombrecitos de jengibre y a repegarles las cabezas arrancadas al intentar pasarlos a la bandeja de horno. Por el pasillo advierto a Santa Madre que si Alfonso alcanza la obesidad mórbida pienso denunciarla a la protectora de animales.

Exactamente veinticuatro horas más tarde, salgo de una clínica tras hacerme la segunda ecografía en una tarde, con el diagnóstico en la mano: Papá Noel me ha traído un fibroadenoma por Navidad. De la talla de un garbanzo.

Decido andar hasta una estación de metro más lejana para darme tiempo de respirar. Paso delante de unos grandes almacenes en los que un Papá Noel flacucho del Ejército de Salvación agita una campanilla y lanza un "Jo, jo, jo" castañeteante de entre la barba postiza torcida (estamos a diecinueve bajo cero). Me paro, busco un par de dólares, los echo en el bote y a su "Merci!" respondo muy seria: -"Gracias a usted, Nick."

(Dedicado a todas las que esperan un diagnóstico, llenas de inquietud. No estáis solas, chicas).

domingo, 13 de diciembre de 2009

Pechugas (con perdón) de pavo rellenas / Poitrine de dinde farcie (et non, ce n'est pas celle de Pamela Anderson) / Stuffed Turkey Breasts for Two


Noema, la bloguera berlinesa más dicharachera e intercultural del universo culinario, me ha metido en este berenjenal del calendario de Adviento. No sin cierto resentimiento, me dispongo a cumplir con la misión encomendada: explicar una receta navideña típica de Canadá. El resentimiento es sobre todo debido a que para cumplir mi promesa he tenido que posponer mis actividades prenavideñas-post-tesina: beber eggnog calentito con abundante ron y nuez moscada (ayer nos cayó encima la primera nevada: 25 centímetros de esplendor blanco que incitan aún más a la bebida). Tras tomarme un café para espabilarme de sus efectos, palear nieve para desenterrar el coche y poder salir a buscar la materia prima para la receta, me lanzo al cumplimiento del deber.

Es verdad que en el fondo no es culpa de Noema. Ella preguntó y yo dije que sí. Tampoco es culpa suya que me haya decidido por el pavo relleno clásico, receta federalista y "pancanadiense" donde las haya, en lugar de otras recetas navideñas más quebequesas y nacionalistas como la tourtière, le six pâtes, cipâtes o cipailles, todos ellos nombres que denominan unos pasteles de carne típicos en la cena navideña quebequesa. Mi elección de receta no se basa tanto en mis opiniones políticas como en un problema de ingredientes: sé que a muchos lectores les resultaría difícil encontrar la mezcla de carnes de caza (de liebre, ciervo, caribú, que es un tipo de reno típico de estas tierras, y alce) que es la base de este pastel.

Me niego a ser declarada responsable de que una panda de gastronómos desequilibrados se pongan a disparar sus escopetas de postas en diversos puntos de Europa y de América Latina, con la intención de rellenar sus tourtières. Los pavos son más abundantes, más baratos y más fáciles de encontrar. Y suelen venderse ya muertos. Personalmente, en calidad de comedora habitual de tofu, tengo que decir que me resulta más llevadero rellenar un pavo, un animal con una papada ridícula y una mirada bastante poco inteligente, que emite absurdos ruidos como gobble, gobble (¿o era clock, clock? :-), que ponerme a saltear con cebolla un picadillo de Bambi o de Rodolfo el reno.

Si os parezco poco entusiasta, es simplemente porque aunque me gusta el pavo relleno, todas las navidades termino comiéndolo numerosas veces. Es lo que tiene vivir en un país en el que el divorcio es algo muy frecuente. La gente se casa, tiene niños, se "descasa", se casa de nuevo. Y las cenas familiares se multiplican. Paradójicamente, cuando las relaciones entre viejos "ex" y nuevas familias son buenas, la presión digestiva empeora. Un joven adulto tiene que asistir habitualmente a la cena navideña con la familia de mamá y su nuevo compañero, la de papá y su novia al día siguiente, y la de la familia de su propio novio/a. Si tienes encima la mala suerte de que tu novio/a ha estado previamente casado/emparejado y se lleva bien con su "ex", es bastante posible que también haya cena festiva con el "ex" en cuestión y su nueva familia. Sólo de pensarlo me dan ganas de correr a por la sal de frutas.

Normalmente al tercer pavo acompañado del tradicional pedazo de tourtière y regado con el tradicional ragoût de boulettes (guisado de albondiguillas), el exceso de carne y la carencia de fibra y de horas de sueño me tienen ya para el arrastre. Hacia Año Nuevo si veo otro áspic de arándanos, de col, de pepinillos, de lo que sea, acompañando al pavo mientras alguien con muy buena intención me dice que lo ha hecho "especialmente para tí, porque sé que te gustan mucho las verduras", me dan ganas de suicidarme (comiendo una ración, sería un método infalible, probablemente explotaría con gran estrépito).

Las verduras gelatinizadas no son mi idea de una guarnición de verduras. Cuando una lleva siete días seguidos trasnochando, escuchando los chistes verdes de su cuñado y sin ir al baño, entra en un estado de consciencia alternativa. Yo personalmente, empiezo a sentirme bastante Shrek. Y si propongo esperanzada: -"¿Por qué no hacemos una ensalada de lechuguita para acompañar al pavo?", la respuesta invariable, tras un largo silencio incómodo, suele ser : -"¿Por qué?". Ante tal abismo cultural no se puede hacer nada. Ir al baño pertrechado de los "Hermanos Karamazov" o una novela igualmente larga, es todo lo que nos queda. *Suspiro*.

En cualquier caso, he aquí la receta, muy rica si se come sólo una vez o, como máximo dos, utilizando las sobras frías para bocatas, o para una... ensalada.

INGREDIENTES Y MATERIAL NECESARIO

(para dos personas después de haber paleado mucha nieve, o para cuatro comensales razonables):

- Dos pechugas de pavo de talla respetable. Las pechugas de pavo son por naturaleza de talla respetable, sin necesidad de ser criadas con hormonas ni infladas al helio ni a la silicona, como las de Pamela Anderson, orgullo de la nación canadiense. Si hacéis esto para un regimiento, animaos con el volátil entero. Calculad si entra en el horno antes de comprarlo.

- Vino blanco de calidad aceptable. En la foto, un Sauvignon blanc. Oh, la, la.

- Una jeringuilla. Sí, sí, una jeringuilla. De venta en farmacias españolas. Probablemente, a no ser que España haya cambiado mucho, tendréis que explicar al farmacéutico para qué queréis la jeringuilla, delante de un montón de jubiladas que os mirarán con aprensión. Tendréis que responder: "Para inyectarle vino a un pavo". Muy posiblemente os harán repetir. Pasaréis vergüenza, sí, pero esta receta lo vale.
En este país se venden unas enormes jeringuillas de talla "malvada enfermera sadomasoquista te dará lo que mereces, pillín", como podéis ver en la foto, especialmente concebidas para chutar pavos, inspectores del fisco y otros animales de gran talla. (Este último párrafo va a disparar el número de visitas, lo sé.)

- Cordel de cocina para atar las pechugas.


PARA EL RELLENO:

- Restos de un buen pan, puede estar un poco seco, pero no verde. Ni azul. Ni peludo. Yo utilicé cinco rebanadas de un buen pan de centeno.

- Cranberries. Canneberges, en francés. Lo siento, éste es el toque canadiense de la receta. Cualquier arándano o baya ácida -comestible, ¿eh? que no quiero disgustos- a vuestra disposición puede servir. Si no encontráis ninguna, compensad con albaricoques secos, que tienen un toque acidillo interesante.

- Nueces de California y de pecán peladas, tostadas un poco en el horno para que suelten los aromas, y picadas groseramente. No diciendo groserías, sino en pedazos grandes. La cantidad va según vuestros gustos. Yo soy bastante crunchy, es mi carácter.

- 1 rama de apio picada.

- 2 o 3 cebollas verdes, o cebollino inglés, o como lo llaméis. Picadas.

- 1 cebolla de tamaño medo, bien picadita.

- Perejil picado

- Ciruelas pasas, albaricoques secos, pasas de Corinto, todos ellos deshuesados y picados en daditos. La cantidad... y yo qué sé. A ojo. Las ciruelas tienen la virtud de añadir fibra a la receta e impedir que al de una semana de celebraciones navideñas me levante de la mesa dispuesta a matar a mi familia política.

- 1 manzana ácida pelada y picada en cubitos. Idem por la fibra.

- Salvia (fresca o seca), mejorana, pimienta, sal.


COMO GUARNICION
(merde de teclado francés, no encuentro los acentos españoles en las mayúsculas):

- Puré de patatas caserito (al que podéis añadir batata si queréis un plato con toque realmente americano)

- Calabaza asada (la de la foto fue una acorn, asada a fuego lento tras ser regada con un chorrito de aceite de oliva y otro de sirope de arce que la caramelizó magníficamente, y salpimentada con amor)

- Coles de bruselas salteadas al ajillo, o vainas, o cualquier otra verdurita invernal. Esto es por pura supervivencia, mi familia quebequesa prescinde de ellas.

- Si pasáis por Ikea, podéis encontrar un bote de salsa de arándanos suecos, que puede compensar por la falta de cranberries. No, no tengo acciones en Ikea. Aunque debería.


PREPARACION:

Un día antes de cocinar las pechugas, dos si es un pavo entero, chutar sabiamente vuestro cadáver de volátil con un vasito de vino blanco. Se trata de distribuir el vino lo más uniformemente posible, no de inyectarlo todo en el mismo sitio y provocar una "ampolla" gigante. La idea es que la carne marine en el vinito y se vuelva más jugosa, porque, a quién voy a engañar, el pavo es barato y magro y sano, pero seco como una piedra si uno no tiene cuidado al cocinarlo. Lo sé, os sentiréis un poco raros con vuestra jeringuilla en la mano. Siempre podéis poneros un capítulo de "House", "ER", "Nip & Tuck" u otra serie médica en el DVD para ambientaros un poco. "Six feet under" también vale, si jugáis a que estáis embalsamando el pavo.

Cuando hayáis terminado de aplicarle este tratamiento indigno al pobre pavo, podéis frotarlo con un poquito de aceite de oliva. Si es un pavo entero, meter los dedos debajo de la piel, y salpimentarlo y sazonarlo con las hierbas que queráis, siempre por debajo; la carne se mantendrá jugosa gracias a la piel. Escatológico, sí, pero funciona.


Mientras la carne marina tranquilamente, picar todos los ingredientes del relleno (salvo las cranberries, para los que puedan conseguirlas). Mezclarlos todos en un bol, salvo las cebollas verdes, el apio y la cebolla, y sazonadlos. Regarlo todo con otro chorrito de vino blanco.

En una sartén aparte, sofreír el apio, la cebolla y las cebollas verdes hasta que estén tiernos. Esperar a que se enfríen y mezclarlos con el resto del relleno.

Es el momento de cortar las pechugas y abrirlas en forma de libro. Si no habéis visto nunca un libro, podéis ir a la biblioteca municipal, está llena. Rellenar como podáis vuestras pechugas (bueno, no las vuestras, las del pavo).



Atarlo todo hábilmente. Dar de nuevo un masajito relajante a la carne con aceite de oliva (si queréis hacerlo realmente à la canadienne, venga esa mantequilla). Salpimentar. Aceitar una fuente de horno y meterlo en el horno precalentado a 190º.

¿Cuánto tiempo? Difícil de decir. Depende de un gran número de factores: la talla de las pechugas (y dale), el estado de decrepitud del horno, el estado de decrepitud de tu cuñado, que anda por ahí rellenándote la copa de vino en la esperanza de que te dejes pellizcar cuando empieces a cocerte ligeramente... En mi caso, una hora y cuarto, más o menos. El tiempo de intimidar a mi cuñado con un cuchillo santoku, de ordenar a los vagos de sus hijos que pusieran la mesa y de hacer el puré de patatas.

Vigilar el pavo y regarlo de vez en cuando con el jugo que desprende, hará que se dore de una manera muy apetitosa. Para un pavo entero, os sugiero asarlo tapado con un papel de aluminio durante la primera hora y media, y destaparlo para terminar la cocción, para que no seque demasiado. Estará hecho cuando la carne se desprenda fácilmente del hueso y que no se vea jugo rosa al cortarla. Aquí lo explican muy bien.

A la hora de servir, advertir a los más cocidos (y no hablo del pavo) de que corten los cordeles antes de comérselos. En trozos pequeños se digieren mejor. Y contienen esa fibra tan ausente del menú clásico quebequés.

Coronarlo todo (y nunca mejor dicho) con una magnífica corona de jengibre hecha con una de mis recetas favoritas: la de cake jubiloso de jengibre. Y un vasito de Eno.

lunes, 7 de diciembre de 2009

Calma


... no he desaparecido para siempre. Este domingo publicaré algo que tenía pendiente. Por el momento, estoy disfrutando de todo ese tiempo libre que no he tenido durante los últimos dos años. Pero como no quería dejaros empantanados en esas fotos de un noviembre gris, os dejo unas fotitos preinvernales de un estanque "amigo", que apenas empieza a helarse, a formar esa costra acristalada llena de formas misteriosamente programadas por la naturaleza. Dentro de un par de semanas, habrá gente patinando encima. Por ahora, el invierno tarda en llegar y se hace desear.



sábado, 21 de noviembre de 2009

Al fin




Lo hice. Casi dos años, (a tiempo parcial, todo hay que decirlo), 165 densísimas páginas, dos anexos, 139 artículos lingüísticos, antropológicos y sociológicos, múltiples canas, tres kilos superfluos, paquetes y paquetes de Jelly Beans, litros y litros de café, numerosos antiácidos y algún que otro analgésico, incontables quejas, suspiros, lloros y gruñidos, y un blog más tarde, terminé de revolucionar el mundo de la lingüística. O así. Terminé la tesina.

Perdonadme, pero este blog se declara formalmente en vacaciones de Navidad. O en vacaciones de lo que sea. No pienso acercarme al ordenador más que para leer mis correos y el periódico (bueno, y vuestros comentarios, y desearos felices fiestas).

Con el año nuevo, la vuelta al trabajo y el fin del encierro académico, a la cocina montrealesa le esperan grandes cambios. Reformas mayores.

Ahora con vuestro permiso, voy a pegarme un ataquito de nervios y a llorar un buen rato. Después, voy a servirme un copazo. No bebo, pero da igual. Hoy, sí. Y cómo.