miércoles, 30 de diciembre de 2009
2010 cosas por hacer : Feliz Año Nuevo
jueves, 24 de diciembre de 2009
Feliz Navidad / Joyeux Noël / Merry Christmas
jueves, 17 de diciembre de 2009
Cuento de Navidad : All I want for Christmas
domingo, 13 de diciembre de 2009
Pechugas (con perdón) de pavo rellenas / Poitrine de dinde farcie (et non, ce n'est pas celle de Pamela Anderson) / Stuffed Turkey Breasts for Two
PREPARACION:
Un día antes de cocinar las pechugas, dos si es un pavo entero, chutar sabiamente vuestro cadáver de volátil con un vasito de vino blanco. Se trata de distribuir el vino lo más uniformemente posible, no de inyectarlo todo en el mismo sitio y provocar una "ampolla" gigante. La idea es que la carne marine en el vinito y se vuelva más jugosa, porque, a quién voy a engañar, el pavo es barato y magro y sano, pero seco como una piedra si uno no tiene cuidado al cocinarlo. Lo sé, os sentiréis un poco raros con vuestra jeringuilla en la mano. Siempre podéis poneros un capítulo de "House", "ER", "Nip & Tuck" u otra serie médica en el DVD para ambientaros un poco. "Six feet under" también vale, si jugáis a que estáis embalsamando el pavo.
Cuando hayáis terminado de aplicarle este tratamiento indigno al pobre pavo, podéis frotarlo con un poquito de aceite de oliva. Si es un pavo entero, meter los dedos debajo de la piel, y salpimentarlo y sazonarlo con las hierbas que queráis, siempre por debajo; la carne se mantendrá jugosa gracias a la piel. Escatológico, sí, pero funciona.
Mientras la carne marina tranquilamente, picar todos los ingredientes del relleno (salvo las cranberries, para los que puedan conseguirlas). Mezclarlos todos en un bol, salvo las cebollas verdes, el apio y la cebolla, y sazonadlos. Regarlo todo con otro chorrito de vino blanco.
En una sartén aparte, sofreír el apio, la cebolla y las cebollas verdes hasta que estén tiernos. Esperar a que se enfríen y mezclarlos con el resto del relleno.
Es el momento de cortar las pechugas y abrirlas en forma de libro. Si no habéis visto nunca un libro, podéis ir a la biblioteca municipal, está llena. Rellenar como podáis vuestras pechugas (bueno, no las vuestras, las del pavo).
Atarlo todo hábilmente. Dar de nuevo un masajito relajante a la carne con aceite de oliva (si queréis hacerlo realmente à la canadienne, venga esa mantequilla). Salpimentar. Aceitar una fuente de horno y meterlo en el horno precalentado a 190º.
¿Cuánto tiempo? Difícil de decir. Depende de un gran número de factores: la talla de las pechugas (y dale), el estado de decrepitud del horno, el estado de decrepitud de tu cuñado, que anda por ahí rellenándote la copa de vino en la esperanza de que te dejes pellizcar cuando empieces a cocerte ligeramente... En mi caso, una hora y cuarto, más o menos. El tiempo de intimidar a mi cuñado con un cuchillo santoku, de ordenar a los vagos de sus hijos que pusieran la mesa y de hacer el puré de patatas.
Vigilar el pavo y regarlo de vez en cuando con el jugo que desprende, hará que se dore de una manera muy apetitosa. Para un pavo entero, os sugiero asarlo tapado con un papel de aluminio durante la primera hora y media, y destaparlo para terminar la cocción, para que no seque demasiado. Estará hecho cuando la carne se desprenda fácilmente del hueso y que no se vea jugo rosa al cortarla. Aquí lo explican muy bien.
A la hora de servir, advertir a los más cocidos (y no hablo del pavo) de que corten los cordeles antes de comérselos. En trozos pequeños se digieren mejor. Y contienen esa fibra tan ausente del menú clásico quebequés.
lunes, 7 de diciembre de 2009
Calma
sábado, 21 de noviembre de 2009
Al fin
Lo hice. Casi dos años, (a tiempo parcial, todo hay que decirlo), 165 densísimas páginas, dos anexos, 139 artículos lingüísticos, antropológicos y sociológicos, múltiples canas, tres kilos superfluos, paquetes y paquetes de Jelly Beans, litros y litros de café, numerosos antiácidos y algún que otro analgésico, incontables quejas, suspiros, lloros y gruñidos, y un blog más tarde, terminé de revolucionar el mundo de la lingüística. O así. Terminé la tesina.
viernes, 20 de noviembre de 2009
Sopa de cebada / Soupe à l'orge
Termino el oscuro mes de noviembre y esta especie de monográfico de recetas otoñales de las últimas semanas con un poco más de optimismo y una receta reconfortante y muy clásica en la cocina quebequesa: la sopa de cebada. Especialmente recomendada para los que nunca han probado este cereal en otra versión que fermentado y embotellado (o en una caña), esta sopa, doméstica y humilde, viene muy bien para aprovechar todos esos "fondos de cajón" del frigo con los que no sabéis muy bien qué hacer. Y tiene la ventaja de no provocar tripa cervecera.
En mi versión utilicé un poco de tomillo fresco y perejil, como únicas hierbas. Y aproveché un apionabo, un poco de calabaza y unas chirivías de mi última visita al mercado. Las légumes-racines (raíces, como el nabo o la zanahoria) son muy típicas en este tipo de plato.
No os dejéis engañar por sus aires modestos: está llena de texturas sorprendentes y sabores complejos. Y sabe a patrimonio, a otra época, cuando uno se apoyaba en el arado o el azadón y se enjugaba la frente con la manga antes de sentarse a comer un cuenco.
Desde que busco dónde instalarme en el campo, estoy de un agrícola-petardo terrible. Tengo que vigilarme, o voy a terminar tomando cursos de alfarería, tejiéndome yo misma el lino de mis blusas y comprándome un arma. Se empieza por cultivar todo orgánico, y se termina por unirse a un grupo milenarista apocalíptico de ultraderecha, llenando el sótano de conservas y aprendiendo a disparar, os lo digo yo.
lunes, 16 de noviembre de 2009
Solanáceas solsticiales rellenas (Pimientos rellenos muy otoñales, vaya)
miércoles, 11 de noviembre de 2009
Crema crepuscular de coliflor y cúrcuma (con queso azul y relish de peras y dátiles)
Los días son cortos y las noches largas y bajo cero. A la caída del sol, los quebequeses aceleran el paso, con prisa por llegar a una casa que les ofrezca el poco de calor y luz dorada que la naturaleza les niega por el momento. Es el mes en el que nos sentimos cansados y ligeramente descorazonados, un mes hecho adrede para que nos entren deseos de ver caer la nieve, lo que sea que aporte un poco de luz. Es un mes propicio para comer sopa.
Para prepararla utilicé una coliflor amarilla (en Quebec se encuentran de varios colores), pero se puede preparar perfectamente con una blanca. Para el acompañamiento, utilicé un par de peras bien maduritas y un queso estilo Cambozola, a falta de queso azul. Aunque yo personalmente recomendaría un queso azul fuerte, tipo Stilton, Roquefort o Cabrales. En mi caso, tuve que apañarme con lo que había por la nevera.
La receta, ésta, forma parte de este libro, una de mis últimas adquisiciones, un libro muy majete que dona los beneficios de la venta para una buena causa. Ha sido adaptada muy, pero que muy, libremente: como hierbas aromáticas utilicé, además del tomillo, un poco de romero y un poco de salvia, y un queso diferente, como ya he comentado arriba. Añadí cúrcuma, una especia muy amarga pero que contrarresta estupendamente el sabor dulce de la coliflor. Curiosamente, a pesar de su gran poder colorante y del color amarillo de la coliflor, la crema terminó siendo ligeramente verdosa, probablemente por el queso fundido.
Mucha gente utiliza indistintamente los términos relish y chutney. Sin embargo, hay una diferencia entre los dos. En mi versión también modifiqué un poco el relish (que no chutney :-): sólo utilicé peras, sustituí las manzanas por dátiles, el azúcar por miel y como no tenía sidra, me animé con un chorrito de calvados, que, a fin de cuentas, también ha sido sidra en un momento de su existencia. Me reprimí para no añadir unas pocas nueces picadas, pero la próxima vez lo haré.
El resultado fue jaleado con "mmhs", "yumyums", "aahhs" y otros suspiros diversos de satisfacción y calorcillo en la tripilla. C'était très bon. Sedoso, cremoso, suave, dulce, pero con un punto de vigor del queso azul. Los sabores de pera y dátil se mezclan con el de la coliflor y esta crema sabe y huele a otoño, a fuego en la chimenea, a crujido de hojas secas y a tierra mojada.
Pero no quiero llevarme todo el mérito: la idea para el soberbio relish de acompañamiento la tuvo Olivier, del bistro de Three Pines, ese pueblo mítico de esa serie mítica de novela negra quebequesa. A ver quién puede resistirse a cocinar, leyendo cómo el inspector Gamache, de la Sûreté du Québec, desenmascara asesinos a golpe de baguette con queso de cabra y salmón ahumado, cremitas de guisantes tiernos y menta, y de sopas como ésta.
Un buen remedio contra esas ganas que me entran en noviembre de enpijamarme e irme a dormir hasta las navidades.
viernes, 6 de noviembre de 2009
Northern Exposure (II)
Mientras cruzamos los bosques boreales de la taiga interminable, yo corrijo páginas de mi tesina interminable. La carretera está rodeada de bosques de abetos negros, uno se da cuenta de que ha entrado en la taiga cuando desaparecen arces, hayas, y otros árboles de hoja caduca, y lo único que le rodea son lagos y coníferas. Las carreteras llevan avisos como: "Atención, carretera aislada durante los próximos 200 km.", que quieren decir que el teléfono móvil no tendrá cobertura, la radio no capta nada, que no hay alma viviente a la redonda (mal sitio para una avería mecánica) y que los próximos halte-pipí serán detrás de un abeto. En esos tramos de distancias enormes (para este país no tanto), se ven zorros rojos y ciervos que siguen el coche con la mirada tranquila del que sabe que está en su territorio.
Chibougamau es una ciudad (¡es un decir!) minera, maderera y cazadora, a orillas del lago Gilman, en la que TODO el mundo conduce una camioneta todoterreno, TODO el mundo lleva gorra de béisbol y camisa de cuadros, y en la que es difícil distinguir a los hombres de las mujeres. Todos se visten igual y pesan más o menos lo mismo (ya sé, ya sé, es mi maldad natural, que rezuma).
En sus orígenes, en el siglo XVII, no era más que una parada en la ruta de los tramperos y cazadores, y hoy en día sigue siendo más o menos lo mismo. Es la puerta de la Bahía de James, y como gran parte de las ciudades de esta región y de la región de Abitibi (adonde nos dirigimos mañana) cuenta con una parte importante de población amerindia. Los nombres de los pueblos en los indicadores de la carretera me resultan exóticos y me fascinan: Mistassini, Waconichi, Bougoumou, Waskaganish. En la calle principal veo adolescentes autóctonos (eufemismo quebequés para los amerindios) pertrechados de las obligatorias gorras, bajo las que me miran curiosos y bienhumorados ojos rasgados en una cara de cobre.
El único restaurante -y billar- local, el del motel setentero donde nos alojamos esta noche, está lleno de indios Cree. La radio sólo sintoniza emisoras de música country, o autóctonas (en cree o en micmac).
Frente a la ventana de nuestra habitación, desde la que tecleo este post, (éste es uno de esos moteles en los que cada habitación tiene su propia puerta que da directamente al aparcamiento), hay un pickup con una cabeza de alce atada a la cabina. Y no es la primera camioneta que he visto cruzar la calle principal con un pedazo (o varios) de un gran mamífero atado al techo o al capó. Lo juro. He salido a sacarle un par de fotos furtivas, antes de que vuelva nuestro vecino de cuarto, el alegre cazador . Y me he dicho: "Tengo que escribir un post con fotos, o no me creerá nadie".
Estamos en plena estación de caza, y aquí no hay cine, así que no hay mucho más que hacer aparte de jugar al billar y disparar a cérvidos a diestro y siniestro. En mi opinión, más siniestro que diestro, aunque puede que sea una mala primera impresión producida por el cansancio y mañana todo me parezca mejor.
Este sitio es surrealista, y todos los que me quedan por ver (Val-d'Or, Rouyn-Noranda) parece que lo son aún más. Desde el norte de Quebec, zona minera del oro (un poco como el Yukón quebequés), termino el reportaje. Saludos fresquitos. Y atónitos.
...y no, parece que no toda la carne se compra en bandejitas de poliestireno, al menos no en Chibougamau.
lunes, 2 de noviembre de 2009
La democracia, la identidad nacional y yo: qué dura es la vida del superhéroe
sábado, 31 de octubre de 2009
Halloween
la decoración escalofriante...
... ya sólo faltan los monstruos llamando a la puerta.
Boo!