sábado, 31 de octubre de 2009

Halloween

Una vez más, todo está preparado. Sólo me queda hacer las jack'o-lanterns esta tarde. Tengo las golosinas, que me zampo abundantemente mientras las distribuyo en bolsitas, más que nada por el "control de calidad", como dice Marona...

la decoración escalofriante...


... ya sólo faltan los monstruos llamando a la puerta.

Boo!

sábado, 24 de octubre de 2009

Otra receta para hombres de verdad: Chile letal con carne / Chillingly Lethal Chili


Es curioso cómo lo que se considera un plato reconfortante cambia según el país en el que se viva. En Estados Unidos, por ejemplo, uno de los platos reconfortantes que vuelve en otoño es el chile con carne. En Quebec, y en Canadá, son los plats mijotés en general, los guisotes, vaya. Como el proverbial cocido lo es en España.

Como todas las recetas que se presentan en la cocina montrealesa son previamente puestas a prueba por el comensal piloto, monsieur M., mi crash test dummy culinario preferido, y como no quiero que el nombre intimidante con el que he bautizado la receta de hoy os desanime, transcribo el momento de cata de este plato:

Monsieur M., a la mesa, cuchara en mano, mirando su bol de chile con ojo clínico: -"¿Y cómo has dicho que se llama este plato?"

Yo, solícita e informativa, blandiendo a mi vez mi cuchara : -"Chile letal con cadáver, digoo, con carne. Mi versión personal del chile con carne. Hay opiniones diversas sobre el origen de este plato, los hay que afirman que es de origen mexicano, los hay que dicen que es una receta tex-mex."

Monsieur M., ojeando su comida ahora con cierta prevención, evaluando el riesgo: -"¿Tex-mex? ¿Eso quiere decir que es picante?" Monsieur M. será un coloso nórdico y homérico, un hombretón de las nieves, pero cuando toca afrontar el picante, es tierno como una bailarina.

Yo, aún solícita e informativa: -"Sí, es picante. pero uno se acostumbra al picante. Mírame a mí, en España la cocina no es particularmente picante, en mi familia aún menos, y con el tiempo he aprendido a apreciarlo. Con el tiempo, y con un poco de reeducación de la parte de mis amigas mexicanas. Pruébalo. Te va a gustar."

Monsieur M., aún examina el bol, dubitativo: -"Ehm, pero esto, ¿pica mucho?"

Yo, informativa, sí, pero ahora un poco menos solícita : -"La escala de Scoville mide el nivel de picante de los chiles según la cantidad de capsaicina que contengan. No tengo ni idea de en qué grado de dicha escala se clasificaría mi chile con carne, mayormente porque no he conseguido identificar los chiles que he encontrado en el super. Mirando fotos en Internet, yo diría que son serranos. Grado de picante: medio. Por si acaso los he pelado con guantes", termino alegremente. Y revuelvo un poco el contenido de mi bol, para ayudarlo a que se enfríe.

Monsieur M., acobardado : -"Um, no sé, p'tit loup, a mí ya sabes que el picante no me--"

Yo, ligeramente dictatorial: -"Lo. Vas. A. Probar. Y. Te. Va. A. Gustar." Gruño. -"Mira que eres gringo, a veces."

Monsieur M., oponiendo resistencia: -"Soy un gringo. No como picante. Si mi diccionario interno no me engaña, tú también eres un poco gringa, ma chère. Y no tengo por qué sufrir tu crisis de culpabilidad postcolonial."

Yo, cambiando de estrategia, apelando a su virilidad: -"El chile con carne es un plato sólido, fácil, fuertote. Por eso se considera un plato para hombres (¿por lo fácil?, perdón, no he podido resistirlo). Es uno de los platos que acompañan el Super Bowl, ya sabes, tardes de fútbol americano por la tele, con amigotes, cervezotas, eructos y testosterona en abundancia. Millones de varones embrutecidos no pueden equivocarse."

Monsieur M., desafiante: -"No tengo nada que demostrar."

Yo, con vocecilla melosa: -"Una cucharadita, mon ours brun d'amour. Anda."

Monsieur M. , probando, a regañadientes: -"Jrrumpf."

Yo mastico una cucharada al mismo tiempo. Una explosión de sabor y calor me invade las papilas: el picante, primero rotundo, pero no insoportable, fuerte, pero no abrasador. A continuación, una leve sospecha de canela, el sabor más nítido del comino, no hay ni una sombra del amargor del cacao, éste ha ligado todos los demás sabores y los ha fundido en el terciopelo de la salsa. Es delicioso.

Monsieur M. parece agradablemente sorprendido y un poco sobresaltado. Mastica lentamente, suda un poco, se afloja el cuello de la camisa. A mí se me despeja la sinusitis de golpe. Cuando recupero la voz tras carraspear un poco y beber un gran trago de agua , le pregunto:

-"¿Y? ¿Demasiado picante?"

Monsieur M. responde, sonriente, moqueante y con una lagrimilla en el ojo: -"En una escala del uno al diez, siendo diez el fuego del infierno, personalmente lo dejaría en el ocho. No es letal, pero despertaría a un muerto."

Yo: -"Flojo, que eres un flojo."

Monsieur M., atacando el plato con ganas: -"Lo sé. Una auténtica libélula."

MORTALES INGREDIENTES:

(Yo las cantidades las calculo fatal, pero resulta una cazuela considerable, como para unas cinco o seis personas. Este plato es estupendo recalentado y se congela bien, así que no os dejéis intimidar por la cantidad.)

- 500 gr. de pavo picado (podéis hacerlo a la manera clásica, con ternera picada)

- 1 rama de apio bien picada

- 2 cebollas y media, picadas finas

- 2 cabezas de ajo peladas y picadas (si son muy grandes, unos 10 dientes)

- 2 latas de tomate pelado en conserva, con su jugo (aquí son de 796 ml.) (si los tomates vienen enteros, cortarlos en dados)

- 1 lata de frijoles negros, con su jugo (lectores españoles: si no encontráis, en una tienda de productos latinos hay seguro, y si no tenéis una cerca, un bote de alubias rojas cocidas sirve)

- 1 lata de concentrado o pasta de tomate, o tres cucharadas soperas

- 3 chipotles en conserva (adobados) picados, más dos cucharadas de té de su jugo (tiene un sabor ahumado fantástico)

- 1/2 chile serrano (me costó un buen rato identificarlo, soy una completa ignorante en el tema, corregidme si me equivoco) rojo, bien picado. No se os ocurra frotaros los ojos con las manos tras haberlo picado.

- 1/2 chile serrano verde, también picado (si no encontráis frescos, os animo de nuevo a pasar por la tienda latina más próxima)

- 2 cucharadas soperas de cacao 100% puro en polvo, amargo (esto es un toque de homenaje al mole, y le da una profundidad y un aterciopelado a la salsa bastante inolvidables)

- 2 cucharadas de té de canela

- 2 cucharadas de té de comino molido

- pimienta negra, sal y cilantro fresco (o seco) picado, al gusto

- aceite de oliva


ESCALOFRIANTE PREPARACIÓN (o abrasadora, depende cómo se mire):

(Lo bueno de esta receta es que es casi una receta impostora, muy americana: con multitud de latas que sirven de atajo. Por una vez, abandonad vuestras ideas preconcebidas sobre la calidad de la comida preparada a base de conservas, y probadlo: está estupendo. )
En un fondo de aceite de oliva en una buena cazuela, sofreír la cebolla, el ajo y el apio picados. Cuando empiecen a estar hechos, añadir los serranos y los chipotles, el comino, la canela, y revolver bien. Echar el pavo picado (yo utilizo pavo porque es menos graso y porque en esta casa somos más de volátiles que de carne roja, nuestro poco entusiasmo carnívoro lo resumiría diciendo: si tiene cara, no lo comemos, o al menos, no muy a menudo; ya, ya, los pollos y los pavos también tienen cara, me diréis, pero a mí los animales con pico me conmueven menos que los mamíferos con grandes ojos marrones), dorar la carne. Añadir el concentrado de tomate. Echar todo el contenido de las latas de tomate y los frijoles, y el adobo de los chipotles.

Si véis que queda muy seco, corregir con un poco de agua. Salpimentar y añadir el cilantro picado, y poner todo a fuego medio. Cuando empiece a hervir, echar el cacao, revolver bien, y bajar el fuego. Dejar que hierva suavemente entre media hora y 45 minutos, hasta que la salsa haya espesado y los sabores se hayan ligado bien.

Servir el resultado picante, profundo, ahumado y aromático, acompañado de guacamole, crema agria y unos nachos. Rallar un poco de queso fuerte (como el cheddar) por encima si se desea.

jueves, 22 de octubre de 2009

Mamá, tengo miedo



"A lo único que tenemos que temer es al miedo en sí mismo". - Franklin D. Roosevelt

"No es que tenga miedo a morir, es sólo que no quiero estar ahí cuando ocurra". - Woody Allen

"Get the facts first, THEN panic!" - Anónimo


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En estas fechas de largas noches y pandemias de gripe apocalíptica, de solsticio y de fantasmas y apariciones, una entrada de miedo:

En una cena con unos amigos de monsieur M., a la hora de la sobremesa, que todos los amigos integrales-abrazadores de árboles-aprendices de tamtan de monsieur M. parecen siempre coronar con una tisana casera, supuestamente estupenda para la salud pero que sabe como debe saber el agua del prelavado de mis calcetines de jogging, la conversación giraba en torno a las motivaciones últimas de cualquier ser humano en la vida (he olvidado decir que, además de abrazadores de árboles e integrales, los amigos de monsieur M. son gente profunda. Casi abisal.)

Uno de los amigos, taza de mejunje verdoso humeante en mano, dijo muy simplemente y sin aire pretencioso que, en su opinión, las personas funcionan casi exclusivamente impulsadas por dos emociones: el miedo y el amor. Ya, ya, ya, estáis leyendo esto a escondidas en la oficina, con apenas el último sorbo de café con leche en las comisuras de la boca y leer esto os produce una reacción de arcada automática. Pues bien, permitidme sorprenderos por una vez, hablando en serio: esta perla de sabiduría post-hippy hizo sonar en mí una campanilla interior, con el inconfundible tintineo de lo que suena exacto. Y creo que este amiguete, a pesar de preparar unas tisanas infames, tenía mucha razón.

Algo en mi fuero interno me dice que esas dos motivaciones (por separado o combinadas) rigen en gran parte mi vida y la de mucha gente que conozco. Me gustaría decir que mi vida también está regida por nobles ideales, más grandes y elevados que mi pequeña y poco importante persona, pero a quién voy a engañar a estas alturas, yo que engordo sólo porque el ego no me cabe en el cuerpo (los muffins no tienen nada que ver, estoy convencida). De aquí a que me muera, ya sólo aspiro a la honestidad y a mantener un mínimo de decencia.

Yo he sido criada por una gran miedosa. Santa Madre, con todo su amor materno y una tonelada de buenas intenciones, hizo lo que todos los padres y madres hacen con sus retoños: acribilló a sus hijos de miedos confundiéndolos con la prudencia, pensando que así aumentaría nuestras posibilidades de sobrevivir. En lo básico, tuvo éxito. Tanto Estoico Hermano como yo hemos llegado a la edad adulta, sin lesiones mayores ni mutilaciones importantes. Hasta ahí, misión cumplida. Santa Madre lo hizo lo mejor que supo con sus limitaciones del momento, que es lo que toda la gente con descendencia suele hacer, y por lo que son acusados e inculpados sistemáticamente por sus hijos en cuanto éstos llegan a la adolescencia.

Padres y madres que me estáis leyendo: relajaos. En el tema de criar y educar a vuestros hijos, da exactamente igual como lo hagáis. En cuanto cumplan los catorce, ellos van a recordaros que lo habéis hecho mal de todas maneras, y que la culpa de todo lo que no funciona en sus miserables vidas es vuestra. Así que servíos una copita y descansad mientras aún podáis. Sólo me permitiré recordaros una cosa: que los miedos son una ETE, una enfermedad transmisible educacionalmente. Y que a vuestros cachorros va a costarles un huevo, una pasta en psicólogos y mucho tiempo y energía librarse de ellos, a veces toda una vida. Preciosa energía que podrían dedicar a algo más provechoso. Así que antes de pasarle uno a los churumbeles, preguntaos si es realmente necesario para su supervivencia. O si sólo le estáis pasando un miedo vuestro, en plan herencia familiar. Porque una vez que lo herede, le durará largo tiempo.

Volviendo al tema que nos ocupa: estos miedos en los que me infusó Santa Madre desde mi más tierna infancia incluyen desde el pío temor de Dios hasta el miedo a las corrientes de aire (que, según ella, pueden llegar a ser mortales), pasando por el pavor a sentarse en los retretes públicos y a hacer ejercicio físico o a bañarse en agua fría durante la regla. Esos terrores también incluyen el miedo a las tormentas eléctricas, a los desastres naturales varios, a la velocidad superior a los sesenta kilómetros por hora, al sexo prematrimonial y al sexo en general, a viajar sola, a las alturas, a la fruta no lavada y a dormir en un cuarto que no ostente un crucifijo colgado encima de la cama (éste nunca me lo explicó con detenimiento, pero sospecho que uno se arriesga a perecer de una combustión espontánea, o fulminado por un rayo, si no ha cerrado las ventanas movido por el práctico miedo a las tormentas).
Aún hoy en día, Santa Madre no puede contenerse y me recita sistemáticamente por teléfono todos los sucesos escalofriantes y sangrientos que ha leído en el periódico: desde asesinatos de mujeres a golpe de cuchillo jamonero, obra de maridos enloquecidos (creo que me considera a riesgo por el hecho de tener un marido, pero para tranquilizarla le digo que por el momento, ni está enloquecido, ni tenemos cuchillo jamonero); pasando por variados y mortales accidentes de coche (cuando le digo que uso el metro para todos mis desplazamientos y que sólo conduzco para hacer la compra, una vez por semana, en menos de un radio de cinco kilómetros de casa, no parece calmarla); hasta la gripe A (por mi trabajo, soy probablemente una de las personas más prontamente vacunadas contra prácticamente todo, aunque este argumento clínico no sirve, me saca a relucir el miedo a las vacunas). * Suspiro *.

El resultado de todos los desvelos de mi madre ha sido bastante mitigado: han hecho de mí una apóstata adicta al jogging incluso en sus primeros días del ciclo menstrual (lagarto, lagarto), a la que le encanta viajar sola y que no tiene mayor problema en emigrar al otro lado del charco, que vive en un país lo bastante civilizado como para poder sentarse en un retrete público y no lamentarlo, cuyo dormitorio no contiene crucifijo ninguno y en el que osa dejar una ventana abierta (a veces hasta dos, y es que yo soy así, intrépida y agreste), incluso durante las numerosas tormentas eléctricas veraniegas (sé que un día seré fulminada, lo sé). Y a mi edad, empiezo a tener más miedo de las anchuras que de las alturas. Pobre mamá. Aún no se explica qué error cometió en mi educación, para que yo ande desafiando a la muerte a cada paso.

Con el tiempo, también he conseguido cultivar miedos de cosecha propia: a los insectos de más de un centímetro, a estar perdiendo neuronas poco a poco debido a malas lecturas, a la dependencia (a todas las dependencias, en plural, a las personales y a las químicas), al fanatismo, a las grasas saturadas, al egoísmo y a la indiferencia progresivos, que se deslizan insidiosamente en tu vida y se instalan si los dejas, al sufrimiento, la enfermedad y la muerte de las personas que quiero, al agua profunda, a la derecha, al olvido. Ah, y a conducir el monstruoso pickup todoterreno automático que monsieur M. utiliza para el trabajo, y que me ha tocado cambiar de sitio hoy porque estaba mal aparcado, se ha ido con mi coche y le iban a echar multa. Es como conducir un maldito tanque. Es como ir al supermercado en panzer. Están locos, estos norteamericanos.

Me digo que al menos, mis miedos son mis propios miedos, y no los de otra persona. Y cuando luche contra ellos sólo podré culparme a mí misma de haberlos alimentado, y tendré que ridiculizarme y reírme de mí y echarle arrestos a la cosa. Porque imagino que una gran parte de crecer consiste en superar los miedos, aunque sólo quiera decir meter la mano en esa caja de libros que yace en el sótano. Incluso sabiendo que en ella pueden anidar los famosos Ciempiés Mutantes Gigantescos de la barraca montrealesa, y aplastar al que intente treparme por el brazo intentando contener un chillido lamentable y sacudidas histéricas de manos y pelo (nadie diría que tengo casi cuarenta tacos y dos licenciaturas, caray). Sin llamar a monsieur M., ni utilizar una recortada.

El miedo puede ser un freno que nos paralice e impida hacer muchas cosas, pero también puede ser un combustible que nos empuje a hacer otras. Muchos profesionales de la salud mental dirían que esta política no es buena, que es una motivación negativa. Yo me digo que depende de lo que queramos hacer con él: o lo alimentamos, o lo quemamos. Si me baso en mi experiencia personal, el hecho de ser una gran cobarde me ha impulsado a hacer todo tipo de cosas para que no se me note demasiado.

A fin de cuentas, el que no siente ningún miedo no es un valiente. Es un inconsciente o un gilipollas. Los bravos de verdad somos los que hacemos lo que sea necesario, aunque (en francés suena más fino), "ça sente la merde" mientras lo hacemos.

lunes, 19 de octubre de 2009

Cantons de l'Est

Ultimo paseo del otoño antes de la caída de las hojas. Esta vez, nos vamos al sur de Montreal, a una de mis regiones favoritas: los Cantones del Este, de los que ya os he mostrado algunas fotos. Es también una región en la que ocurren cosas misteriosas.
Nuestro paseo tenía un propósito oculto aparte del mero turismo: la caza y captura de un nuevo -y aún altamente hipotético- lugar de residencia en el campo. Estamos planteándonos dejar de ser montrealeses y sustituír el asfalto por otros pastos más verdes.
Como siempre, hemos hecho algunas paradas "obligatorias":

Uno de nuestros destinos previstos: la ciudad universitaria de Sherbrooke. Ciudad que cuenta con algunos barrios con casas realmente bonitas. Y un campus que te transporta al de Oxford , el de la universidad Bishop. En la que espero que haya un trabajo para mí.


Y la minúscula -y encantadora- ciudad de Waterloo, sembrada de casas patrimoniales que hacen suspirar de envidia inmobiliaria.



Lo mejor de este país es que uno puede permitirse fácilmente vivir en una casa como ésta (abajo), pero el problema para un inmigrante especializado en un sector muy determinado como yo es el eterno dilema: seguridad de empleo/trabajo en la ciudad contra trabajo autónomo/vivir en el campo...

Hoy he vivido al menos media docena de mudanzas imaginarias. Agotador.

viernes, 16 de octubre de 2009

World Bread Day / Día Mundial del Pan

¿Qué más puedo decir? Puedo cantar... pan, pan, pan, pan...

De izquierda a derecha y de arriba a abajo: 1. Pan de seis cereales (maíz, espelta, centeno, trigo, avena y un poquito de trigo sarraceno). Y Alfonso. 2. Pan blanco de leche. 3. Focaccia de tomates secos y aceite de oliva. 4. Miche de campagne: mezcla de harina de centeno y de harina de trigo integral, a partes iguales. 5. Un clásico: pan de harina integral. 6. Pan de espelta.

Todos orgánicos, todos hechos en casa, con el método en cinco minutos. Todos un placer para el gusto y el olfato.

martes, 13 de octubre de 2009

El parque Mont-Royal

El parque del Mont-Royal, el monte que dio nombre a la ciudad de Montreal, o "parque de la montaña", como lo llaman los montrealeses, se yergue en pleno centro, y hace las veces de corazón y pulmón de Montreal.

El Mont-Royal visto desde la avenida McGill College,
con los edificios del soberbio campus de la Universidad McGill al fondo.

Creado en 1876 por Frederick Law Olmsted, el arquitecto paisajista que diseñó el Central Park de Nueva York, este parque inspira mucho afecto a los montrealeses, que pasean por sus caminos en otoño, esquían en invierno y hacen picnics familiares en verano. En él se encuentran senderos agradables, muchas zonas boscosas (Olmsted consiguió darle un aspecto salvaje a pesar de ser enteramente planeado), un pabellón (el chalet de la montagne) que hoy en día sirve de refugio a los esquiadores que paran a calentarse las manos con un café en invierno, pero que antiguamente fue un salón de baile; una vista soberbia de la isla, un lago (le Lac des Castors) y numerosas ardillas, mapaches, algún raro zorro rojo y lechuza de las nieves, y amantes furtivos en la noche gay, entre otra fauna urbana.
El Mont-Royal un poco más cerca, desde el campus de McGill.
El Lac des Castors
El antiguo salón de baile (hoy café y refugio invernal) en el chalet de la montagne.

Uno de los muchos caminos del Mont-Royal en septiembre...
... y en octubre


Vista obligada para los amigos y familia que vienen a verme desde el otro lado del charco.

sábado, 10 de octubre de 2009

Acción de gracias: crema de calabaza y manzanas al curry

Este lunes es la Acción de Gracias canadiense, lo que hace que tengamos uno de esos raros - en este país- fines de semana de tres días. Y bien, otro año más celebrando en este país la abundancia de la cosecha antes del invierno. Con todo lo que nos ha traído. Un mes antes del Thanksgiving americano, porque aquí el invierno también llega antes.

Para celebrar tanta abundancia, y para celebrar el entusiasmo otoñal de monsieur M. que se presenta en casa con cestos y cestos de manzanas hasta que se nos salen por las orejas (apples are the new zucchinis, y los que me leen desde hace tiempo saben de qué hablo :-), nada mejor que una versión nueva de mi clásica crema de calabaza: una crema de calabaza acorn, bautizada así en inglés porque su forma recuerda un poco a la de una bellota, con curry y manzanas. Y es que no se puede hacer tartas pecaminosas continuamente.
La receta, inspirada en ésta de aquí, con ligeros cambios: el tipo de calabaza, su cocción (está asada previamente en el horno con un poco de sal, pimienta y aceite de oliva, cortada en dos y tapada con papel de aluminio, de esta manera, no hay que pelarla, sino rascar la pulpa con una cuchara), en lugar de zumo de manzana he utilizado caldo de verduras, y el curry lo prefiero en pasta que en polvo. Unas cuantas pipas de calabaza tostaditas por encima y ya sólo queda saborear el otoño a grandes cucharadas.

miércoles, 7 de octubre de 2009

Los Laurentides

El año pasado por estas fechas publiqué un par de entradas con fotos de uno de nuestros paseos otoñales por dos regiones realmente espléndidas en octubre: los Cantones del Este y Tremblant, en la cadena de montañas de los Laurentides.

Este año hemos vuelto a los Laurentides, región muy turística al norte de Montreal, especialmente popular entre los aficionados al esquí alpino, y que en otoño se ve invadida por muchos europeos que vienen a contemplar sus colores espectaculares. Como consecuencia de esta popularidad, los spa brotan como setas, y hay pueblos como Tremblant por los que es mejor pasar rápido, porque empiezan a tener esos precios criminales y ese aspecto artificial de los sitios muy turísticos.
Evitando, pues, que nos roben pagando dos cafés au lait a precio de una comida entera en un monísimo café estilo alpino, este año hemos dado una vuelta por pueblecitos mucho menos chic pero mucho más reales, de lo que aquí llaman, de forma muy apropiada, les Pays-d'en-Haut.
Morin-Heights es uno de esos pueblos, está situado en un vallecito y rodeado de colores flamígeros. Cuando saqué las fotos, el domingo pasado, aún no estábamos en el apogeo de los colores otoñales, pero probablemente este fin de semana alcanzaremos ese punto culminante de octubre, en el que el verde profundo de los abetos se mezcla con el rojo escarlata de los arces de sirope, el naranja de las hayas y el amarillo de los álamos blancos de Quebec.

La iglesia metodista de Hillside, en Morin-Heights, y su cementerio adyacente, como es costumbre entre los anglosajones. Sus iglesias son pequeñas, modestas, de madera, como las iglesias protestantes y anglicanas. Como en Quebec tradicionalmente coexisten las tres (junto con la religión católica y la judía, y una cantidad respetable de ortodoxos, musulmanes, y cualquier otra religión que se os ocurra, aunque esas religiones han sido "importadas" por los inmigrantes y se encuentran mayoritariamente en la zona urbana de Montreal), se suelen encontrar incluso una junto a la otra, conviviendo pacíficamente en buena vecindad. Un contraste con las iglesias católicas de Quebec, grandes, de piedra, de una arquitectura un poco menos amistosa.



En Saint-Jovite, un par de casitas de construcción reciente que me gustaron.


No sólo las tiendas sacan sus galas otoñales, el ayuntamiento de Saint-Adolphe-d'Howard también decora por Halloween.






sábado, 3 de octubre de 2009

Pastel de zanahoria especialmente especiado: carpe diem / Specially Spicy Carpe Diem Carrot Cake / Gâteau aux carottes Carpe Diem

Aunque este año no tengo tanto tiempo para disfrutar del principio del otoño, mi estación favorita en Quebec, esta semana me había prometido que tenía que hacer una receta otoñal, para obligarme un poco a meterme en el air du temps, o, por citar al poeta y así dar un tono aún más patéticamente pedante a esta frase: parar y oler las rosas (o más bien recogerlas mientras aún pueda).

O, más acorde con el espíritu de esta cocina, recoger las zanahorias en el mercado Jean-Talon, en el que se encuentran en una sinfonía de colores sorprendentes, y oler el pastel de zanahoria en el horno, aroma que, personalmente, prefiero al de las rosas. Yo soy así: a mí se me conmueve más con un manojo de zanahorias que con uno de claveles.

Ya sé, ya sé, está la tesina por terminar (ya casi, casi), el parterre asilvestrado, las parkas por llevar a la tintorería (la nieve está casi al caer), los jerseys de lana por airear, hay que impermeabilizar las botas, cortar las garras a mis dos felinos antes de que pasen la jornada entera enganchados al sofá, lavar las cortinas y sacar los edredones, todas esas cosas que se hacen para preparar la madriguera antes del invierno.

Pero qué demonios, le fond de l'air est doux, hace un sol radiante, las hojas de los árboles empiezan a cambiar de color, las ardillas me están birlando las pocas frambuesas que quedan en las matas del patio en un ataque frenético de actividad preinvernal, los días se acortan rápidamente (ya se hace de noche a las siete menos cuarto). No dispongo de un número infinito de otoños por vivir, así que hay que aprovechar éste. Carpe diem.

Permitidme una arenga plastosa: mandad a paseo por una tarde todas esas cosas tan ridículamente urgentes que os agobian tanto, llamad a vuestro compañero/hijo/perro (o los tres a la vez, si disponéis de todos, sois gente afortunada) e iros a dar un paseo. Como dice mi amiga Marona: está lo urgente, y está lo importante, y a menudo los dos no coinciden. La vida es corta, aunque en la cola de Hacienda os parezca larguísima. Echadle especias, miel. Saboreadla un poco, caray.

Ésta debe de ser mi versión del concepto zen del momento presente. Me lo temía: mi versión del zen engorda.


PASTEL DE ZANAHORIA ESPECIALMENTE ESPECIADO "CARPE DIEM"

(Receta personal, fusión de muchas recetas leídas y muchos experimentos fallidos. Si os gusta, dadme un poco de crédito. Para una que no tomo prestada de Martha...)

INGREDIENTES DEL BIZCOCHO

(Para un pastel -una fuente rectangular de pyrex de tamaño pequeño - y unos 7 muffins, o dos fuentes pequeñas. Yo siempre hago un pastel para comer en el momento, y los muffins para conservar, ya que se congelan y descongelan mejor.)

- 3 tazas de zanahorias ralladas fino

- 1 taza de aceite vegetal (de maíz, por ejemplo)

- 1 taza y ¼ de miel

- 4 huevos a temperatura ambiente (si queréis controlar un poco el colesterol, 3 y una clara)

- 2 tazas y media de harina integral (blanca si no os entusiasma la fibra)

- 2 cucharadas de té de levadura en polvo (tipo Royal)

- 2 cucharadas de té de bicarbonato

- 1 cucharada de té de sal

- 1 cucharada de té de clavo

- 1 cucharada de té de nuez moscada

- 1 cucharada de té cardamomo

- 1 cucharada sopera de canela (sed generosos, éste es un pastel especialmente especiado :-)

- 2 cucharadas soperas de jengibre fresco rallado (si no encontráis fresco, en polvo os puede sacar del apuro, pero no está tan rico)

- ¼ de taza de buttermilk -suero de leche- (o de yogur natural, o de crema agria)

- 1 taza de nueces picadas (pueden ser de Pecán)

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PREPARACION DEL BIZCOCHO

Precalentar el horno a 190º. Mezclar bien el aceite y la miel. Añadir los huevos uno por uno, incorporando bien cada uno antes de batir otro. Añadir el suero de leche o yogur.

En un gran bol aparte, tamizar la harina y todos los demás ingredientes secos, salvo las nueces y la zanahoria y el jengibre rallados. Mezclar los ingredientes secos con la mezcla de miel, aceite, suero y huevos, y batir lo mínimo posible, rápidamente, hasta que desaparezcan los grumos. Batir lo justo para obtener una mezcla homogénea, pero no demasiado, (es importante no excederse con el batido para que el pastel sea ligero y esponjoso).

Para terminar, mezclar con una cuchara o una lengua de gato la zanahoria y el jengibre rallados, y las nueces. Si preparáis el pastel con un robot culinario (tipo Thermomix o Kitchen Aid), mezclad la zanahoria a mano, porque tiene la tendencia a pegarse a la hélice del robot y formar una bola.

Hornear en dos fuentes rectangulares de pyrex previamente engrasadas o en aproximadamente una docena y media -depende del tamañ0- de moldes de muffin. Los primeros 15 minutos mantener la temperatura a 190º, después bajarla a 180º. El tiempo de horneado para los muffins será aproximadamente de 35 minutos, y de 45 a 50 minutos para los moldes de pyrex (pinchar con un palillo el centro, cuando salga limpio están hechos).

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GLASEADO CLASICO (DIRECTO A LAS ARTERIAS)

(Éste no es el glaseado que suelo hacer yo, porque me parece demasiado dulce y porque anularía el intento de hacer de este postre algo más bien sano. Pero si queréis obtener un glaseado firme, que solidifique al secarse, y poder jugar con la manga pastelera, ésta es vuestra receta. Alternativa menos nociva más abajo.)

- 1 tarrina de queso Philadelphia a temperatura ambiente ( tenéis que sacarlo unas horas antes del frigo si no queréis que el glaseado os quede grumoso)

- ½ taza de mantequilla a punto pomada

- 4 tazas de azúcar glas (tamizarla si véis que tiene grumos)

Mezclar el queso y la mantequilla hasta que la mezcla tenga un aspecto liso y suave. Incorporar el azúcar glas taza a taza, y seguir mezclando. Glasear el pastel cuando haya enfriado completamente (importante). Si se quiere, reservar una parte del glaseado, colorearla con colorante alimentario (mejor en gel que líquido) rojo y amarillo, y formar zanahorias con la manga pastelera (o una bolsa de congelación a la que hayáis cortado una punta). Formar las hojas de las zanahorias con hojas de cilantro fresco.

GLASEADO MENOS MACIZANTE (PERO IGUAL DE SATISFACTORIO...)

- 1 tarrina de queso Philadelphia bajo en grasa, a temperatura ambiente

- sirope de arce (cómo no :-) o miel líquida

- 1 cucharada sopera de ralladura de naranja muy fina

Batir el queso con la ralladura hasta que quede liso, añadir gradualmente sirope de arce - o miel - hasta que obtengáis una crema fácil de untar, pero bastante espesa. Este glaseado es delicioso, pero como no lleva las toneladas de azúcar del otro, ni la grasa adicional de la mantequilla, se mantendrá cremoso y no llegará a solidificar (como se ve en mis fotos, las zanahorias tienen un aspecto húmedo). Si hacéis el pastel para adultos a los que la decoración no les importa tanto como el sabor - o la línea-, ésta es una buena alternativa.

(Ah, para los que se sorprenden de este ramalazo petardo-espiritual que me ha dado hoy, que lo sepáis : el pastel de zanahoria puede inspirar todo tipo de cosas. Quizá tenga también algo que ver el que hoy, sábado, me vaya a una conferencia que da el Dalai Lama en Montreal, acompañada de monsieur M. (cómo no) y de Lady D. A ver si me transmite un poco de sabiduría por ósmosis. Falta me hace. Yo le llevo un pedazo de pastel, pero no sé si me dejarán dárselo.)