¡BIRLUPBIRLUPBIRLUP!
Hace el ridículo timbre de estos nuevos teléfonos inalámbricos que ha comprado monsieur M. en un ataque de consumismo electrónico (no es verdad que ellos no consumen, lo que pasa es que consumen chismes aparentemente muy útiles, y generalmente muy caros).
Carreras desenfrenadas hacia el grifo de la cocina. Manos pegajosas de masa de gingerbread, de miel y de otras substancias no identificadas. Tropezón con Santa Madre, que pulula por la cocina montrealesa como lo ha hecho desde el primer día de su visita, cambiando todos los cacharros de sitio y cocinando sin parar. Desde su llegada, no ha hecho más que rebozar merluzas, alimentar en exceso a mis ya sobrealimentados gatos -que por supuesto, la adoran-, decirme que estoy muy flaca, rebozar bacalao, rascarle el cogotillo a Alfonso, decirme que estoy muy flaca y pasar la mopa de forma obsesiva.
Momento de confusión. No encuentro el teléfono. Levanto un plato de pimientos del piquillo rellenos, pimientos que vienen directos de la maleta de Santa Madre, que ha decidido que la ropa finalmente no es tan necesaria en un Montreal a veinte bajo cero, para qué traer jerseys de lana cuando se puede traer espárragos de Lodosa, pimientos del piquillo y turrón de Jijona. Localizo el auricular cuidadosamente envuelto en un trapo de cocina. Inexplicable, sí. Pero no con Santa Madre en casa.
Hija Ingrata, ligeramente sin aliento: -"Oui, allô?"
Santa Madre, con arrobamiento: -"Pero qué lista eres, y qué bien hablas francés."
Hija Ingrata, tapando el auricular con la mirada torva: -" Mamá. Por favor." De nuevo al teléfono: -"Perdone. No le he oído bien."
Pausa. Escucho, en parte con incredulidad y en parte con un poco de hartazgo de recibir siempre este tipo de llamadas. Suspiro ruidosamente. Oigo trastear a Santa Madre detrás de mí. Está sacando una sartén, probablemente dispuesta a rebozar a uno de los gatos, ahora que ya no nos queda pescado disponible. ¿Por qué me llaman todos los locos de la provincia de Quebec? ¿Por qué a mí? ¿Por afinidad? ¿Se habrá corrido la voz de que en la época en la que la veda del telemarketing canadiense estaba completamente abierta mi estilo de respuesta telefónica era, digamos, desenfadado? Hija Ingrata, con carraspeo nervioso: -"Ajem. Perdone. Usted dice que es..."
Loco telefónico, con risotada risueña : -"Papá Noel, hija mía."
Ya empezamos. Primero una llamada de Dios, y ahora esto. Casi echo de menos los días en los que me llamaban para ofrecerme un servicio de limpieza en seco para alfombras. Santa Madre se ha desinteresado por completo de la conversación en francés, que de todas formas no entiende, y hurga furiosamente en el frigorífico. Debo de haber hecho una pausa demasiado larga para las normas de urbanidad telefónica, porque el desequilibrado al otro lado del hilo telefónico dice: -"¿Perdona? ¿Sigues ahí?"
Hija Ingrata, respirando hondo: -"Eehm, sí. Papá Noel. O Santa Claus. O quien sea usted. Oiga, ya que estamos, ¿no habrá visto mi número colgado en algún tablón de anuncios del hospital psiquiátrico o centro de día del que me está llamando, verdad? Porque si es así, me haría un gran favor eliminándolo. Lo digo porque ya he recibido otra llamada de un interno. Y no soy un servicio psiquiátrico ambulatorio. Ni el "Teléfono de la cordura". O de la esperanza. O de lo que sea. "
Papá Noel, de excelente humor: -"¡Oh, JO, JO, JO!"
Genial. Un loco minucioso y con profesionalismo.
Hija Ingrata: -"Me alegro de amenizarle la tarde, Santa. ¿Y usted quería...?"
Papá Noel: -"El título no es necesario, guapa. Llámame Nick. O Nicolás. Llamo porque estoy repasando la lista, y no encuentro tu pedido."
Aaah. El pedido. Malditas compañías de regalos por catálogo. Esto ya no sólo es telemarketing prohibido, esto es venta agresiva. Les voy a meter un puro que se van a enterar.
Hija Ingrata, con toda la brutalidad de la que es capaz: -"Mire, Nick. Yo ya he comprado todo lo que necesitaba comprar por navidades. Acabo de terminar una larga fase de vuelta a los estudios, y soy pobre. Mucho. Enormemente. No pienso comprar nada más. Busco trabajo. No tengo dinero. Cero. Y a mi tarjeta de crédito está empezando a salirle eczema nervioso, de lo mal que lo está pasando. Y no me pregunte por mi marido, porque él medita, es zen, es budista y ha eliminado el apego, así que no hay ninguna esperanza de que vaya a comprarle algo. Así que tómese los antipsicóticos y felices fiestas."
Papá Noel: -"¡JO, JO, JO! No, no trabajo para ninguna empresa de ventas, te hablo del PEDIDO, de la carta que tendrías que haberme mandado pidiéndome tus regalos para esta Navidad."
Hija Ingrata: -"Con la de años de experiencia que tiene en su puesto, francamente, tendría que reciclarse, una formación no le vendría mal. Ya nadie escribe cartas, ahora se escriben correos electrónicos. Y yo no le he escrito desde hace un par de décadas, así que ahora no veo las prisas."
Papá Noel: -"Ah, eso de que no estoy al día es totalmente falso, guapa. Yo también pienso en ahorrar papel. Ahora puedes mandarme un correo electrónico sin problemas. Pero ya que estamos hablando, cuéntame: ¿qué quieres que te traiga este año?"
Hija Ingrata, cediendo y sentándose en una banqueta de la cocina, mientras Santa Madre abre una lata de atún y empieza a repartirla entre los dos gatos que la miran con amor absoluto :
-" Bof. Bueno. A ver... si me hubiera preguntado lo mismo hace dos semanas, hubiera pedido un buen libro para poder hacer algo que no hago desde que empecé a escribir la maldita tesina que revolucionaría el mundo de la lingüística : sentarme toda una tarde en el sofá y zampármelo de un tirón. Hace dos semanas todo lo que quería era descansar de la tesina, ir al cine, ver a los amigos, salir a cenar a Chinatown con monsieur M... todo eso. Hoy... digamos que mis prioridades han cambiado." Silencio.
Papá Noel, con voz suave: -"¿Ahora quieres pedirme otra cosa?". Breve. Invitador.
Hija Ingrata, con ojos ligeramente húmedos, saliendo de la cocina para escapar de la mirada interrogativa de Santa Madre y sentándose en el sofá, responde con voz un poco ahogada :
-" Pues mire, sí. Ha habido cambio de planes."
Papá Noel, dulce: -"¿Por qué?"
Hija Ingrata, respirando hondo, limpiándose de un manotazo una lagrimilla que se le ha escapado muy a su pesar: -"...pues porque después de la cena de celebración de final de tesina, cena abundantemente regada con champán, al llegar a casa y desvestirme me encontré un bulto en el pecho. No muy grande, Nick, no vaya a creer. Poca cosa. Un garbanzo."
Papá Noel, haciendo gala de un tacto y una capacidad de escuchar increíbles en un loco con obsesión navideña: -"...¿Y?"
Hija Ingrata: -" Y... parece mentira como un garbanzo puede cambiarle a una la perspectiva, Nick. De golpe, la tesina y sus correcciones finales no eran importantes; el que Santa Madre viniera de visita y engordara a los gatos y me irritara con sus ataques de maternidad ultraconcentrada no era nada grave; la inminente sobredosis de pavo con la familia de monsieur M. dejó de ser terrible. Y rápidamente empezó el baile: médico de cabecera, cirujano, mamografía, ecografía, posible biopsia. Nunca, al menos desde que Sobrino Espitoso puso en duda mi pertenencia al género femenino, nadie había mostrado tanto interés científico por mis tetas como durante los últimos diez días." Nueva respiración honda. Caray, lo que puede terminar contándole una a un desconocido con barba de nylon. Papá Noel, hablando aún más bajito: -"¿Y qué te gustaría este año por Navidad, guapa?"
Hija Ingrata, con la voz temblorosa: -" Si puedo pedir realmente lo que quiera, Nick, le pediría un buen quiste mamario. O un fibroadenoma. Lo que sea, con tal de que no sea canceroso. Porque si resulta que de verdad estoy mala, los niveles de desvelos maternos de Santa Madre van a subir hasta un punto intolerable. Y hay un límite a la cantidad de comida rebozada que puedo ingerir. Tanto amor podría matarme." Mira a hurtadillas hacia la cocina. Ya lanzada, continúa: -"Y he sido buena, Nick. Bueno, a lo mejor no todo el tiempo, pero la mayor parte. Y cuando no he sido buena, a mi compañero le gustaba. O a mis lectores . Así que no cuenta."
Papá Noel, con voz cálida y llena de confianza: -"Está hecho, guapa. Tomo nota. Feliz Navidad y un abrazo muy grande."
Hija Ingrata, ahora llorando a moco tendido, sacando un kleenex del bolsillo y sonándose ruidosamente: -"Feliz Navidad a usted también, Nick. Le dejo, antes de que mi madre indigeste a los gatos. Cuídese."
La línea me devuelve un pitido. Cuelgo, me enjugo los ojos, me insulto mentalmente por mi patética blandenguería, me repeino un poco y me dirijo de nuevo a la cocina, a seguir decapitando hombrecitos de jengibre y a repegarles las cabezas arrancadas al intentar pasarlos a la bandeja de horno. Por el pasillo advierto a Santa Madre que si Alfonso alcanza la obesidad mórbida pienso denunciarla a la protectora de animales.
Decido andar hasta una estación de metro más lejana para darme tiempo de respirar. Paso delante de unos grandes almacenes en los que un Papá Noel flacucho del Ejército de Salvación agita una campanilla y lanza un "Jo, jo, jo" castañeteante de entre la barba postiza torcida (estamos a diecinueve bajo cero). Me paro, busco un par de dólares, los echo en el bote y a su "Merci!" respondo muy seria: -"Gracias a usted, Nick."
(Dedicado a todas las que esperan un diagnóstico, llenas de inquietud. No estáis solas, chicas).