Las jack'o-lanterns en sus orígenes en Irlanda se fabricaban con nabos (la calabaza era aún un cultivo desconocido), y para hacer las narices se utilizaba esta verdura: el panais, en francés, parsnip en inglés, chirivía o pastinaca en castellano. Tiene aspecto de zanahoria, pero su sabor es más cercano al del nabo.
En Quebec este tipo de verdura es de cultivo tradicional, ya que las raíces y tubérculos se conservaban bien durante el largo invierno sin cosecha.
Un historiador quebequés, Jean Provencher, ha escrito una historia agrícola de Québec muy interesante, un libro por cada estación ("C'était l'automne"...) tras cuya lectura una se explica mejor el por qué de esa resistencia quebequesa -sólo del Quebec profundo, todo hay que decirlo - a comer verduras: no hace mucho que todas las verduras que se comían durante meses y meses estaban generalmente marinadas: col fermentada en chucrut o conservada en vinagre, pepinillos y remolachas en vinagre, cuya receta parece venir del siglo XXII, importada a América por los colonos holandeses. Como el vinagre mata una parte importante del contenido vitamínico de las conservas, imagino que no había muchos adultos que conservaran casi todos los dientes. A pesar de vivir en un congelador gigante durante seis meses al año, la mayoría de las verduras locales (raíces, tubérculos, crucíferas) no llevan bien lo de la congelación, y el escorbuto y las hambrunas eran una amenaza constante.
En las casas el sótano no era ese espacio que conocemos hoy, un piso más de la casa, era más bien un hueco en el que uno apenas se tenía de pie, excavado en la tierra, húmedo y frío, en el que se guardaban las conservas para subsistir en invierno (productos marinados, patatas, calabazas, maíz seco, coles, nabos y chirivías).
Un poco más tarde, los colonos descubrieron los tomates, y la elaboración de ketchup (exactamente como las conservas de tomate a la española, pero con azúcar añadido) es aún una tradición de los quebequeses más "caseros".
La generación de cincuenta para arriba (los baby boomers de aquí), han descubierto bastante mayores verduras y frutas que para nosotros son de lo más comunes, como las acelgas o el cardo, las granadas y los higos -que siguen siendo un lujo foráneo-. Las naranjas o clementinas, no hace tanto tiempo que eran consideradas tan exóticas que normalmente se metían en los calcetines navideños como regalo para los niños.
La inmigración, sobre todo la inmigración italiana masiva a finales de los años cincuenta, trajo consigo un montón de productos vegetales desconocidos por los quebequeses "de pura lana". Hoy en día los mercados (como habéis podido comprobar en las fotos que aparecen en este blog) ofrecen una variedad de frutas y verduras sorprendente en un país en el que los cultivos duran tan poco.
La mayoría de los quebequeses con los que he hablado se dicen contentos de la riqueza que la inmigración ha aportado a la alimentación. Desde que llegué, buscando formas de no volverme loca encerrada en casa, he tomado parte de forma muy esporádica en una cocina colectiva, que es un taller de cocina en el que se reúne un grupo de personas -en este caso, era una asociación de mujeres- de todas las edades, razas y orígenes, para cocinar un menú completo. Se aprenden recetas de los países de cada miembro del grupo, que asume el rol de profesor de cocina por turnos, se degustan en ambiente de agradable camaradería, y las sobras se llevan a casa como comida para la semana.
Una faceta interesante de estos talleres es que sirven para que los inmigrantes formen un círculo de amistades en su nuevo país, y para que los "lugareños" que participan pierdan la desconfianza natural ante lo desconocido. Mientras cocinaba siguiendo las instrucciones de una señora coreana, mi vecina de fogón, una octogenaria salvadoreña, me contaba cómo la cocina la había sacado de su aislamiento (los inmigrantes que tienen que traer al país a sus padres ancianos, porque éstos ya no pueden cuidar solos de sí mismos, se topan con el problema de que una persona de la tercera edad no puede aprender el idioma ni adaptarse tan fácilmente, estos ancianos se encuentran muchas veces en una situación de soledad terrible). Y en el fregadero, mientras lavaban tomates juntas, una quebequesa intentaba enseñar a pronunciar tomate (en francés) a su compañera china.
Éste es un ejemplo de cómo se puede aceptar la llegada de inmigrantes a un país: valorando lo que aportan e integrándolo a la cultura que recibe a los recién llegados, en lugar de vivir su llegada como una invasión. Una forma excelente de hacerlo es por medio de la cocina. A todas las culturas, por muy dispares que sean, les gusta comer.
Os animo a que iniciéis un proyecto de este tipo en vuestra ciudad, vuestras habilidades culinarias y humanas mejorarán, y os daréis cuenta de que abrir la puerta al Otro (el extranjero, el inmigrante) no siempre - o no sólo- implica problemas, también puede conllevar cosas muy positivas.
A fin de cuentas, todos somos seres humanos cuyas tripillas rugen de la misma manera cuando se acerca la hora de comer.
8 comentarios:
A ver, vayamos por partes...
... primero, aquí las mandarinas SIGUEN siendo una golosina que se regala para Navidad (en serio voy a investigar los lazos que unen nuestras tierras)
... después, me parece un proyecto genial, yo había visto proyectos similares a partir de meriendas para mamás en las guarderías de Barcelona. Pero el proyecto que tu mencionas va más allá de la gente que tiene hijos y eso me gusta.
... por último, una consulta... ¿¿¿cómo diantres haces para que las calabazas decoradas no se te queden chuchurrías al cabo de unas horas y no se chamusquen con la vela del interior????
Perdona por la parrafada, pero no me he podido contener.
Un beso desde la gemela Salzburgo ;)
Tanyluz: bienvenida a esta cocina. Gracias por la visita y la recomendación. Echaré un vistazo a ese blog, aunque me temo que mi voto ya ha sido acordado (mi corazón pertenece a "Viena Directo", bueno, y a otros blogs expatriados que adoro y que figuran en mi blogroll, aunque no se hayan presentado, eh, Marona, Noema?). Espero seguir viéndote por aquí.
Marona: podemos proponer un hermanamiento Montreal-Salzsburgo... :-) yo creo que el clima es uno de los factores que unen las dos ciudades, porque si no, no me lo explico. La primera ola de colonos europeos que se estableció en Quebec fue sobre todo francesa (evidente), inglesa e irlandesa (curiosamente, las jigas irlandesas de violín son la música típica de Navidad en Quebec), así que no creo que sea un parecido cultural.
En cuanto al proyecto de cocina colectiva, merece la pena, lo difícil es conseguir un local para llevarlo a cabo (para que unas veinte personas cocinen juntas hace falta una cocina de restauración, te aseguro que en una casa es imposible). Aquí lo hacemos en las cocinas de una iglesia que tiene servicio de comidas para gente que vive en la calle y antes fue en las de la YMCA (musiquilla...).
En cuanto al "secreto de las calabazas"... :-), no es ningún secreto: lo primero, la temperatura. Aquí ya estamos a bajo cero por las noches (manyana anuncian la primera nieve), el "fresquito" conserva bien la cosa. Otro truco: no encender la vela hasta Halloween (yo lo hice sólo para las fotos, lo confieso), y utilizar un vela "bajita" (estilo "tea light" o velita para fondue), para que la llama no esté muy cerca de la carne de la calabaza. Aunque yo últimamente ni siquiera uso vela, utilizo unas lamparitas a pilas muy chulas, especiales para meter dentro de la calabaza, que tiemblan como una vela, y tienen la ventaja de no presentar riesgos de incendio -las casas aquí son de madera, y si hace viento la noche de Halloween... mal rollito-.
Pero cómo me gusta leerte. Esto se está convirtiendo en un vicio, creo que hasta inconfesable. La idea de compartir cocinando me parece golosa, pero no se yo si por estos lares tenemos infraestructura, que yo sepa la iglesia católica, al menos la que me está más cerca, no da de comer y aún menos tiene cocina. Alguna fundación afín puede, pero con las monjitas no quiero yo tratos... què hi farem! (què haremos, traducción trapera) buscaremos alternativas.
Un abrazo des de Terrassa (Barcelona)
Jope, Arantza, que no doy abasto para seguir el ritmo de publicaciones que llevas ¿cómo lo haces?
Me ha encantado esta entrada con toda esa información de la historia agrícola, ¡quiero máááás!
Me uno a lo que comenta Marona, las mandarinas son aquí también una golosina para Navidad. Con las calabazas, tengo el mismo problema, se queman o se pudren (pero ya he leído los sabios consejos que le has dado ;-)
Aquí también hay ese tipo de proyectos y estoy totalmente de acuerdo contigo, es una de las mejores formas para conocer "al otro", romper prejuicios y hacer amistades.
Un besazo desde Berlín!
Blanca: pues nada, encantada de que te guste este blog. En cuanto a buscar un local para la cocina colectiva... siempre puedes pasarte por el ayuntamiento y exponerles la idea, a veces tienen locales que pueden utilizarse para estos menesteres. Promete dejarlo todo limpio ;-)
Noema: ya sabía yo que esto del acercamiento intercultural entre fogones tenía que gustarte... :-)
En cuanto a mi exceso de producción bloguera, no creas, en cuanto pase Halloween freno un poco. Pero es que ésta es la estación que más me gusta.
¡¡Gracias por el truco del almendruco!! Hoy me pongo a tallar otra... aunque teníendola dentro de casa, lo más probable es que el viernes acabe la pobre dentro de una sopa :D:D:D
Es una idea preciosa, ojalá por aquí hubiera iniciativas parecidas -sobre todo sitio donde hacerlas :(.
Marona: de nada mujer. Y dale una oportunidad a la pobre calabaza antes de condenarla a la sopa...:-)
Liuia: todo es ponerse a buscar, la ventaja es que por allí tenéis muchos más recursos públicos que aquí, donde hay que dirigirse a asociaciones de caridad, o comunitarias.
Publicar un comentario