martes, 29 de septiembre de 2009

Montreal en Televisión Española


Se hace saber, gracias a un amiguete que me ha avisado hoy, que esta noche a las once, en la primera cadena de TVE (Televisión Española, para mis lectores de este lado del charco), el programa "Españoles en el mundo" paseará sus cámaras por Montreal. No, no aparezco en él (escarmenté con la chapucera entrevista en el periódico). Mis quince minutos de fama mediática me bastaron. Pero a lo mejor os interesa asomaros por esta ciudad, aunque sea a distancia, por otros medios que lo que chafardeáis en este blog. Debo de haberme vuelto muy nórdica, porque veo la hora de emisión y pienso que a las once de la noche normalmente yo ya ando soltando un hilillo de baba sobre la almohada.

Para los lectores de este lado, los de las Américas, y para los del otro que andan desperdigados por esas lejanas Europas, si os interesa podéis verlo en su página web.

sábado, 26 de septiembre de 2009

¿Eres un adulescente?

Imagen de Ed Polish & Darren Wotz

Aunque aparentemente comience con lo que parece un cotilleo, mi post de hoy es en realidad un mini-estudio de antropología social y cultural (tanto leer para la tesina, al final tenía que rendirme un poco). Os sitúo: mi buena amiga Mo me escribe un triste correo para decirme que su novio - bueno, debería decir ex-novio- de casi una década le ha hecho una auténtica marranada. La marranada, como tal, carece totalmente de originalidad, si una piensa que la infidelidad recurrente carece de originalidad en el ránking de indignidades que pueden terminar con una pareja. La forma de confesársela, también carece de originalidad y aún más de estilo: por teléfono. Digamos que en los "cuarenta principales" de maneras de confesar algo así de lamentable a tu pareja, el teléfono sigue de cerca -al final de la lista- al famoso post-it de "Sex & the City".

El ex-novio en cuestión, con el que mi amiga pasaba sólo los fines de semana y las vacaciones, dado que los dos tenían trabajos en ciudades diferentes, anunció su "no estoy muy seguro de que quiera meterme en el compromiso de vivir juntos" tras ocho años de relación y un muy intenso año de vivir por separado con compañeros de piso, saliendo mucho y, qué leches, reviviendo los veinte. El varón en cuestión tiene cuarenta tacos. Y no podía alegar que vivía ahogado por la vida de pareja.
Menos mal que Mo, al final de una interesante treintena, es joven, inteligente, interesante, buena persona, agradable en exceso y guapa a rabiar. Vamos, que no tendrá muchos problemas para encontrar otro compañero si se siente sola.

Si expongo la triste (pero típica, me temo) historia de Mo es sobre todo para provocar un poco de reflexión sobre un fenómeno social que aqueja Quebec en estos tiempos y que yo creía exclusivo de España : los adulescentes*. Por Internet ya pululan los sociólogos y los periodistas que definen este fenómeno -que yo creo algo más que generacional-:

*Adulescentes : (de adultos + adolescentes). (En francés: adulescents, en inglés kidults). Según los sociólogos, dícese de los jóvenes que se resisten a entrar en la vida adulta a pesar de que sus padres a estas alturas ya tenían hijos e hipotecas. Quizás por miedo a las responsabilidades, o directamente porque les parecen un coñazo, el caso es que el mundo occidental está lleno de adultos entre los 25 y los 45 con complejo de Peter Pan.

Estos adultos, que ya peinan canas, visten caras y fardonas zapatillas de deporte y no las utilizan jamás para hacer deporte, llevan chapitas en las solapas o mochilas, van en masa a ver pelis de dibujos animados, leen Harry Potter, recuperan héroes del pasado y vuelven a comprarse los muñequitos con los que jugaban en la infancia. De hecho, el revival un tanto egocéntrico de su infancia es algo en lo que pueden invertir bastante tiempo y dinero.
Por no hablar de ciertos comportamientos inmaduros que abarcan lo sentimental, lo laboral, lo familiar… Y además en España, para completar el panorama, viven con sus padres o compartiendo piso de la misma manera en que lo hacían cuando eran estudiantes. Y cuando digo "de la misma manera", también hablo del comportamiento.
En una época en la que para los adultos es obligatorio ser joven, y en la que los niños quieren ser adultos lo antes posible; en la que las niñas pequeñas y las adolescentes se visten como mujeres adultas y en la que las mujeres hechas y derechas intentan vestirse como adolescentes, el fenómeno de la adulescencia está creciendo en popularidad.

A ver, antes de que se me indigne innecesariamente algún lector (siempre hay alguno predispuesto a indignarse), aclaro: yo llevo zapatillas de deporte (nada caras, pero sí fardonas), aunque a veces (cuatro o cinco por semana) hasta hago deporte con ellas. Tengo una buena colección de camisetas con frases ridículas. Yo también voy a ver todas las películas de Pixar. Y ni siquiera me acompañan niños como excusa. En mi biblioteca reposan todos los tomos de Harry Potter (y las pelis, en esta casa somos grandes potterófilos), aunque también pueden encontrarse cosas como "El ruido y la furia" y hasta algún Erich Fromm (nada grita tanto "carroza" como "El arte de amar" de Fromm). Tengo una hipoteca sobre los lomos y vivo con la misma persona desde hace una década.

No me malinterpretéis. No creo que sólo exista una única manera de ser adulto. También creo que algunos de estos rasgos son generacionales, y que la situación laboral y de la vivienda en España no ayudan a nadie a independizarse, a vivir como un adulto y a comprometerse. Pero a veces me da la impresión de que éstas son estupendas excusas para mucha gente que no quiere crecer.
El sistema de tradicional chantaje afectivo matriarcal de muchas familias españolas, que parece considerar el natural deseo de emancipación de los hijos como una traición al amor de la madre, también fomenta este estado de adulescencia, que se prolonga a veces hasta bien entrados los cuarenta, no sólo sin que nadie se sorprenda, sino considerando al parásito adulto en cuestión como un "hijo/a ejemplar".

Cuando llegué a Quebec, me deslumbró lo rápido que la gente crece aquí: no es raro que un quebequés deje el domicilio familiar a los 18, trabaje, viva con su novio/a y pague sus propios estudios superiores, que cursa mientras trabaja. Me pareció que al fin había llegado a un país donde la gente se hace adulta, con unas posibilidades laborales que permiten que eso suceda con naturalidad. Y yo que había suspirado por independizarme desde que tuve uso de razón. Pero cuál sería mi sorpresa, durante los últimos diez años, cuando vi cómo empezaban a evolucionar -de forma tristemente conocida- algunos de mis coetáneos quebequeses, especialmente (lo siento, caballeros), los del sexo opuesto. El fenómeno se ha extendido tanto en Quebec, que hasta se han hecho películas como "Horloge biologique" ("Reloj biológico"), en la que el sexo masculino (especialmente en la treintena) no sale muy bien parado. Y que está, por cierto, dirigida por un hombre.

Para terminar este post, la cocina montrealesa propone un test de gran sofisticación y de utilidad pública: aplicado con rigor, os permitirá descubrir si vuestro hombre es un adulescente, y preparaos para las consecuencias. Chicos: podéis feminizarlo y aplicárselo a vuestra compañera, porque me temo que la "adulescencia" no es exclusivamente masculina.


TEST : ¿ERES UN ADULESCENTE?

1. Te ingresan el sueldo de este mes en tu cuenta corriente. Te lo gastas en :

A. Todos los muñecos de Star Wars que te faltaban para completar la colección. Y ese juego para la Wii que te apetecía tanto. ¡Yupi!

B. Piensas un poco en ese iPhone... ¡a la mierda las facturas! Respiras hondo, pensando en cómo pagar el alquiler de este mes sin renunciar a él.

C. Pagas las facturas, te las arreglas para dejar un poco en vuestra cuenta conjunta e invitas a tu compañera a cenar a un buen restaurante. Ahorrar es importante, pero un capricho de vez en cuando es razonable. Siempre puedes llevarte al trabajo el almuerzo hecho en casa, para compensar.

D. Pagas responsablemente todas las facturas, e ingresas el excedente íntegro en tu plan de pensiones.

***

2. Te refieres a tí mismo exclusivamente como...

A. Un chico. Un muchacho (o el equivalente) en América Latina.

B. Un joven.

C. Un hombre.

D. Un señor.

***

3. Tu compañera/novia/mujer te dice durante la cena que tenéis que hablar de algo importante:

A. Te tapas inmediatamente las orejas con las manos y repites canturreando: "Noteoigonoteoigonoteoigo..."

B. Te pones a pensar si no echan en la tele algún partido que pueda servirte como excusa para posponer la conversación.

C. Te acercas a ella, le pasas un brazo por los hombros y le preguntas, un poco inquieto: "¿Pasa algo grave, cariño?"

D. Le dices que sabías que finalmente accedería a que tu madre viviera con vosotros. Y que estás orgulloso de que tu mujer no sea una ingrata.

***

4. Cuando vas a visitar a tu madre...

A. No necesito ir a visitarla, ¡vivo con ella!

B. Le llevas un par de coladas de ropa sucia que andaban por el suelo de casa, y unos tupperwares vacíos que te dio la última vez (espera, ¿los has lavado?) para que te los rellene con ese cocido tan rico que hace ella. A mamá le encanta hacer esas cosas por tí.

C. La llamas antes por teléfono para preguntarle si le viene bien que pases por casa o si está ocupada, y para saber si necesita que le lleves alguna cosa. Le llevas el tupperware que aceptaste la última vez, con un buen pedazo del bizcocho que hiciste ayer, y una planta de regalo.

D. Te instalas en su casa tres días, le haces la limpieza, le empapelas el salón y le cambias todos los enchufes. Le lees en voz alta su libro de poesía preferido mientras hace ganchillo.

***

5. Tu idea de una tarde de relajación después del trabajo es...

A. Hombre, si no me está leyendo mi novia... ¡irme a un striptease con los colegas! Si no hay dinero, un paquete de patatas y una buena peli porno son la segunda mejor opción.

B. Echar un partidito de fútbol con los colegas, y luego una buena borrachera post-partido.

C. Llamo a mi compañera antes de salir y quedamos en alguna terraza agradable para tomar algo juntos y contarnos el día. Paseamos un rato y después de la cena hacemos el amor dulcemente. Si ella está cansada, le doy un buen masaje y le lleno la bañera con su gel de baño preferido.

D. Una partidita de cartas, las noticias en la tele y a la cama temprano, que mañana será otro día.


***

6. Tu novia/compañera... te anuncia que tras darle muchas vueltas, está pensando seriamente en tener un hijo. Te pregunta qué piensas al respecto.

A. La miras mientras habla, paralizado como una rata en un cepo, y cuando ha terminado, te levantas de un salto, sales corriendo lanzando alaridos y te precipitas en el bar más próximo.

B. Lanzas una risilla nerviosa y le preguntas: -"¿Tener un hijo... con quién?". Al ver su expresión, enmudeces, te sirves un copazo para ganar tiempo. Le preguntas si no bastaría con comprar un perro.

C. La miras, emocionado, tomándole las dos manos. Le dices que eres consciente de que es una decisión importante que cambiará vuestras vidas para siempre, y que tener un hijo con ella te hará el hombre más feliz del mundo.

D. Le preguntas, enfadado: "Ah, ¿es que se te había pasado por la cabeza NO tener hijos?"

***

7. Tu forma de compartir las tareas domésticas es...

A. ¿Euh?

B. Eehm... vacío el lavavajillas. Cuando "puedo". Y plancho. A veces. Pero no muchas, porque la contraria me dice que no lo hago bien.

C. Cincuenta por ciento de lo que haya que hacer, por supuesto. Cocino, friego, plancho, lo que haga falta. Si ella está muy cansada, no me importa darle un respiro y hacer su parte. Somos un equipo, ella haría lo mismo por mí.

D. Yo hago los trabajos de hombre: transportar cosas pesadas en la compra, los arreglos domésticos, el bricolaje. A ella le dejo las cosas de mujeres.

***

8. Cuando pienso en mis veinte años y en el presente...

A. Ahora encajo mucho más alcohol sin vomitar. Pero los atracones porreros me están haciendo echar tripa, maldita sea.

B. No veo mucha diferencia. Sólo que ahora estoy un poco más calvo y que ya no escucho a Locomía (qué vergüenza). Pero a veces me dan ataques de nostalgia pensando en Samantha Fox.

C. No creo que cualquier tiempo pasado fue mejor. Fueron divertidos mientras duraron, pero ahora no querría vivir como vivía entonces.

D. Yo nunca he tenido veinte años, que yo sepa. Tengo 65 desde los 16.

***

9. La infidelidad...

A. Yo no he sido, nadie me ha visto, no pueden probarlo.

B. Fue culpa de ella, lo juro, se me echó prácticamente encima, introdujo violentamente uno de sus pechos en mi mano, fue casi una violación, y yo cuando tengo semejante erección tengo ciertos problemas de riego en el cerebro.

C. Es un riesgo demasiado grande, el de perder todo lo que hemos construído juntos durante estos años, por un momento de placer pasajero, vacío y culpable. Respeto demasiado a mi compañera para hacerle algo así.

D. ¿Qué es eso? Cariño, ¿dónde has puesto mis calcetines de tenis?

***

10. El compromiso...

A. ¡Aaaarrgggh! A ver, que no porque llevemos siete años juntos somos forzosamente "una pareja".

B. Uhm, ejem, cuando pienso mucho en eso me dan esos ataques de eczema...

C. Es necesario para evolucionar en una relación, y como persona.

D. Hasta que la muerte nos separe, por supuesto. Hemos comprado nichos contiguos. ¿A que es romántico?

***

RESULTADOS:

Mayoría de A:
No hay duda. Eres un adulescente. Lo llevas sin complejos y sin tapujos. Te mereces encontrar como pareja a alguien como tú. Exactamente como tú.

Mayoría de B:
Calma. Eres un tipo normal. Con cierta nostalgia de la adolescencia, y cierta tendencia a la irresponsabilidad, pero nada que los demás no padezcamos. Tu inmadurez está en la media, nada espectacular.

Mayoría de C:
Confiesa: has mentido como un bellaco. La mayoría de los hombres responden, como máximo, una mezcla de B y C. Si has respondido con sinceridad, eres un hombre perfecto. Si por alguna extraña razón eres heterosexual y estás soltero, mándame un correo con tu número de teléfono, que se lo paso a mi amiga Mo ipso facto.

Mayoría de D:
Tú no eres maduro, tú lo que eres es un viejo prematuro. Una cosa es madurez, y otra putrefacción, macho. Sal de casa, entra en el siglo XXI con el resto de nosotros, vive la vida, diviértete un poco, hombre. Lo necesitas.

sábado, 19 de septiembre de 2009

Blueberry Muffins Blues / El blues de los muffins de arándanos


Lo más característico de vivir en un país en el que los cambios de estaciones son muy marcados (veranos muy calurosos, inviernos muy fríos con mucha nieve), es esa impresión que uno tiene de que los ciclos empiezan y terminan, y vuelven cada año de forma inexorable.
Las primeras fresas y el ruibarbo anuncian el verano, las primeras hojas rojas, los crisantemos y las calabazas en el mercado, el otoño; los gansos salvajes volando en formación, cruzando el cielo por encima del patio trasero, la llegada de los primeros fríos. Cuando se escucha desde la cocina a estos ruidosos escuadrones aéreos pasando por encima del cielo montrealés, ese ruido no engaña: si los gansos emprenden el largo camino del sur, el calor se terminó.

La seguridad de poder anticipar el cambio que se avecina es extrañamente tranquilizadora. Si hay algo con lo que podemos contar siempre, son los cambios. Y la fugacidad de las estaciones que pasan, brillando brevemente, nos urge a aprovecharlas hasta la última gota. Creo que por eso me gusta tanto Quebec, a pesar de sus largos inviernos. Es fácil sentirse vivo cuando se vive en una naturaleza siempre cambiante. La nostalgia de lo que se termina siempre se alivia con la impaciencia de lo que viene.
Los arándanos, fruta de la mitad final del verano, anuncian que el otoño está a la vuelta de la esquina. Uf, nostalgia de final de verano y "fugacidad" en un mismo post. Tempus fugit y muffins. Creo que es hora de que termine.
Por cierto, la receta.

sábado, 12 de septiembre de 2009

Barras diligentes de dátiles "vuelta al cole" / "Back-to-school" Dutiful Date Squares / Carrés aux dattes de la rentrée

"I didn't do very well in my math test —I couldn't seem to persuade the teacher that I hadn't meant my answers literally."
Calvin

"My education was dismal. I went to a series of schools for mentally deranged teachers." ("Mi educación fue siniestra. Fui a varios colegios para profesores con problemas mentales.")
Woody Allen

Yo no sé si a vosotros os pasa, pero a mí, como a todos a los que nos ha gustado ir al colegio y estudiar, cuando llega la vuelta al cole me entra un ramalazo de envidia al ver a los peques desfilar el primer día con sus flamantes mochilas nuevas. Tampoco vayáis a pensar que yo estudié en una escuela idílica y maravillosa, no, mi colegio andaba muy lejos de ser Hogwarts. Sufrí mi dosis de profesores amargados y de compañeros de clase odiosos. Pero también tuve algún buen profesor, me gustaba aprender, me gustaba la rutina escolar (sí, sí) y a finales de agosto yo era una de esas niñas bastante nerdy que miraba con arrobamiento su goma de borrar y su lápiz nuevos, abría sus libros y los hojeaba con entusiasmo. Tantas páginas con delectable olor a libro nuevo, tantas promesas de aprendizaje masacradas luego por enseñantes incompetentes... Creo que ese amor por la escuela debe de ser la razón por la que tantos desequilibrados como yo terminan por ser profesores.

En Quebec los chavales volvieron al cole la última semana de agosto, así que Monsieur M. (que comparte conmigo ese amor por la escuela, pero que es demasiado estable mentalmente como para trabajar en la enseñanza) y yo ya hemos pasado nuestro momentito de nostalgia de cada septiembre, que invariablemente superamos comprándonos un cuaderno cada uno. Como este año no trabajo en la escuela, mi caso se ha agravado un poco, y he tenido que acompañar el cuaderno de un diccionario nuevo, cosas ambas que han hecho que me sienta mucho mejor.

Una de las cosas que vuelve con la vuelta al cole (la rentrée, en Quebec) y la agenda bien apretada, es les collations, o las cositas para picar que una lleva en el bolso, para remediar posibles bajones de energía durante la jornada.
Aquí hay una excusa pseudomédica que se estila mucho para justificar esos picoteos: "Soy hipoglucémica", pero en la mayoría de los casos es una forma más refinada de decir: "Soy bastante tragona". Que lo soy, por Júpiter. Aunque tengo que decir en mi defensa que el hecho de que mi bolso, esa caverna de Alí Baba, contenga siempre algo de comer en forma de cookies de avena, manzana y otras frutas, queso, almendras o similares, me impide caer en la tentación de comer una de esas MacMarranadas que tanto abundan por aquí. Porque yo cuando tengo hambre no tomo prisioneros. Y la conciencia nutricional se me va al garete. También hay que decir que el variado contenido de mi bolso, a pesar de ser objeto de mofa y befa por parte de mis amigas, les ha sacado de penas más de una vez. Es mi instinto nutridor, que me puede. Parezco una madre, repartiendo comida y toallitas limpiadoras a derecha e izquierda. Caray.

Una de esas cosas muy socorridas para llevar en el bolso, por lo compacta, poco perecedera y porque no se aplasta en el fondo convirtiéndose en un pegote irreconocible, son las barras de cereales. Cuando llegué a Canadá, la moda aún no se había extendido a España, pero aquí era la fiebre de la super-nutrición-en-barra. Barras de granola, barras de fruta deshidratada, barras de proteínas. Y cuando uno mira los ingredientes de cerca, se da cuenta de que la mayoría de las marcas más populares contienen sobre todo un ingrediente: azúcar. O sirope de glucosa, sirope de maíz o fructosa, todos ellos igual de poco saludables que la buena y vieja azúcar. A eso le añades unos cuantos cereales rancios, aceite de palma hidrogenado, lo bañas de una capita de chocolate malo, y voilà!. Mierda en barra. Perdón. "Barra energética", lo llaman por aquí. Que la mayoría de las bienintencionadas madres meten en los almuerzos escolares de sus hijos pensando que es alimento, cuando equivale a un KitKat. Pero sin el placer culpable.

Si eres un poco exigente y quieres algo bueno (con frutos secos y nueces, sin azúcares refinados, con miel, con cereales integrales...) te dejas una pasta. Así que hoy os propongo una receta clasiquísima en Quebec, de las de la abuela, en versión -muy- ligeramente remozada, de un postre que también puede servir de merienda energética para los chavales (y no tan chavales), muy rico y nutritivo. Una buena solución para la "bolsa marrón". Y se hace en menos de lo que tardas en decir "barras energéticas".
Otra receta con avena. Ultimamente mi médica no para de cantarme las alabanzas de la avena y sus efectos anticolesterol, así que ando comiéndola cual caballo percherón. Ahí va:


BARRAS DILIGENTES DE DATILES / CARRÉS AUX DATTES

Ingredientes para el relleno:

- 500 gr. o 4 tazas de dátiles, cortados por la mitad y deshuesados

- 1 taza (o más, depende de lo frescos que estén los dátiles) de agua caliente

- 1 cucharada sopera de zumo de naranja

- 1 cucharada sopera de Maizena

- 1 cucharada de té de extracto de vainilla

- 1 pizca de clavo molido (esto es mi toque personal)

Ingredientes para la masa

- 1 taza y media de harina integral

- 1 taza y media de avena

- 1/2 taza de azúcar moreno (o miel, o sirope de arce)

- 1/2 taza de mantequilla, margarina o aceite vegetal ( no de oliva, algo de sabor más neutro)

- 1 cucharada de té de bicarbonato

- 1/2 cucharada de té de sal

Preparación

En un cazo a fuego medio, mezclar los dátiles con el zumo, la vainilla y el agua (previamente calentada en un cazo aparte). En una taza aparte, disolver la cucharada de Maizena con un poco del agua caliente y mezclar con el resto. Revolver bien y vigilar para que no se pegue (añadir más agua caliente si es necesario), hasta que los dátiles hayan absorbido el líquido y se hayan ablandado. Como la cantidad de agua es variable, el resultado debe ser un puré bastante espeso. Retirar del fuego y pasar un poco por la batidora, si os gusta un relleno de aspecto uniforme. Si lo preferís chunky, dejar enfriar tal cual.

Precalentar el horno a 190 º. En un gran bol mezclar los ingredientes secos: la harina, el azúcar, la avena, la sal y el bicarbonato. Añadir la mantequilla en pedacitos pequeños y mezclar un poco con los dedos . La mezcla será seca y muy grumosa, no os esperéis una masa de bizcocho.

Cubrir el fondo de una fuente de horno rectangular -previamente engrasada- de la mitad de la mezcla para la masa, apretándola un poco con las palmas de las manos. Verter uniformemente el relleno de dátiles y extenderlo, alisándolo bien. Echar por encima el resto de la masa, distribuírla de forma uniforme y apretar ligeramente. Al horno, ¡hop!, 30-35 minutos, hasta que se dore un poco.

Esperar a que se enfríe para cortar en cuadrados -¡o barras!-, de lo contrario el relleno aún estará blando y se os desmigará todo, como me pasó a mí en estas fotos. Una excusa estupenda para comerse todos los pedazos cortados. Si aún frío os queda un poco blandito, añadid menos agua la próxima vez.

Por cierto, con dátiles también pueden hacerse otras cosas muy ricas.

domingo, 6 de septiembre de 2009

Flechazo / The early bird gets the worm

Interior, día. Cocina montrealesa. Jules está tumbado boca arriba en el suelo de mi cocina, con la cabeza y los hombros dentro del armario que está debajo del fregadero. Una servidora se encuentra a su lado, sudorosa y a cuatro patas, con una linterna en una mano, apuntando a la tubería con la que lucha el Jules. Nuestro Jules jura en colorido francés de Francia, con toques regionales bretones que no acabo de entender del todo.

La escena podría parecer dudosa e incluso vagamente interesante si uno no la pone en su contexto: el sistema de tuberías de la barraca montrealesa se comporta de forma cada vez más temperamental, y este verano, a cada tormenta que hemos tenido (y hemos tenido muchas), al fregadero le ha dado por regurgitar de forma extraña. También parece tener problemas de flatulencia cuando la lavadora de nuestra vecina entra en el ciclo de vaciado. Esta mañana, tempranito, ha decidido dejar de tragar del todo, y se ha atascado.

Tras llamar a monsieur M., que esta semana se encuentra en ville, todo lo que he obtenido de él es un "llama a Jules" un poco cansado. Monsieur M. ha tenido varios encontronazos bastante sucios con el sistema de desagües de esta ruina que llamamos casa, y creo que ha llegado a su límite en lo que a lidiar con comida parcialmente descompuesta-pelos-materias fecales se refiere. La verdad, no se lo reprocho. Así que decidimos pagar para que otro lidie con ello. De ahí la presencia en decúbito supino de nuestro Jules, y mi pose como de escena de "Fontaneros cachondos buscan culos redondos". La lámpara frontal del Jules ha pasado a mejor vida durante la reparación.

El Jules: -"Putain! Bordel!" (dirigiéndose a nadie en particular y a la tubería en concreto) -"Levanta un poco la linterna", (dirigiéndose a mí). Jules es bastante dictador cuando una se ofrece a ayudarle. Tendría que haberle dado la linterna y dejarle que la sujete con los dientes. Ganas me dan. Tengo cosas mejores que hacer. Tengo una tesina por terminar.

Levanto un poco la linterna. Levanto también la otra mano y hago rotaciones de muñeca, porque están empezando a darme calambres. Me retiro un mechón de pelo pegado a la frente, perlada de sudor. Me duelen las rodillas, de estar arrodillada en los azulejos. Jules se debate con una llave inglesa.

Un fuerte chasquido, ruido de líquido que gotea, Jules aparta bruscamente la cara de debajo de la tubería, se incorpora a medias y se sacude un golpe fenomenal contra el canto del armario.

-"Aouch!"

El Jules, escurriéndose de debajo del armario aún tumbado en el suelo, con la mitad de la cara chorreándole un líquido marrón no identificado y frotándose un ojo: -"Putain de bordel de merde!"

Me acerco un poco a él gateando, haciendo un recuento mental de las diferentes sustancias que he vertido por el fregadero últimamente, y de su potencial corrosivo y cegador.

-"Vaya actividad que hay en esta casa. Y de buena mañana".

Ésa es la traducción. La frase original es más bien:

-"Having fun already? You, early birds."

Con la concentración y las bretonas palabrotas de Jules no he oído la puerta que, curiosamente, y como muchas en esta tranquila ciudad, no está nunca cerrada durante el día, y de la que basta empujar el picaporte para entrar.

Me siento bruscamente en el suelo, sofocada, intentando adoptar una posición lo más digna posible, con toda la dignidad que me permiten unos horribles pantalones de peto convertidos en bermudas a tijeretazos, y una cara sudada y roja. Jules se queda tumbado, frotándose la frente con una mano y limpiándose el ojo con la otra.

Naturópata Alternativa me mira desde lo alto de su espigado metro ochenta, con media sonrisa, mezcla de suficiencia y diversión: -"He venido a devolver el libro que me prestó monsieur M."

Su mirada pega un barrido hacia Jules, que ahora se ha incorporado y está sentado en el suelo junto a mí, un chichón emergiéndole en la frente y la mitad de la cara marrón. Sin mirarlo, le paso un pañuelo de papel del paquete que llevo en el bolsillo. Jules me da las gracias y empieza a limpiarse la cara con él.

Yo, defensiva (y aún sofocada): -"Monsieur M. no está".

Naturópata Alternativa, aún con esa sonrisa de medio lado, mirando la escena: -"Ya me lo imagino."

Yo, aún más sofocada y defensiva: -"Quiero decir, que está en el trabajo. Jules me está ayudando con el desagüe del fregadero."

Naturópata Alternativa, con sorna: -"Ya."

Jules, ahora levantando la cara semilimpia, absorbe la imagen de Naturópata Alternativa en toda su altura, larga melena blanca, brazos y piernas finos y fríos ojos azules. Naturópata Alternativa sería una mujer muy guapa, si no fuera tan irritante. Tiene ese don de decir exactamente lo que más va a molestarte en un momento dado. Algo así como saludarte recordándote que has engordado seis kilos, que la ropa que llevas te queda mal y que tienes algo verde entre los dientes. Muy peligrosa para la gente con la autoestima baja. Jules no parece tener ese problema, a juzgar por la forma en que la mira. Una sonrisa empieza a abrirse paso en su cara de gabacho narizón, una sonrisa que hace eco a la de la bruja de la medicina natural.

Me levanto del suelo, me enjugo el sudor de la cara con otro kleenex y tiendo la mano para recibir el libro de monsieur M. Naturópata me lo da, cuidadosa de no tocar mi mano cuando lo hace. Cuando estoy empezando a recobrar mi urbanidad y a pensar en que se supone que debo ofrecerle algo de beber (¿qué hay por casa que sea de comercio justo?), o que se sirva ella misma en la nutrida biblioteca de monsieur M., Alfonso irrumpe en la cocina (bueno, "irrumpe" igual es exagerar, entra cachazudo describe mejor el momento), nos mira a todos, se acerca a mí, se frota brevemente contra una de mis pantorrillas, ronronea un poco, se frota contra la de Jules (los dos se conocen bien), ignora olímpicamente a Naturópata Alternativa y se va a ver si quedan croquetas en su bol de comida. Naturópata lo sigue con la mirada, abre la boca para hacer un comentario, capta mi mirada fulminante y decide cerrar la boca de nuevo.

Yo, haciendo conversación para atenuar mi irritación: -"Jules y Alfonso son buenos amigos. Jules se ha ocupado de él muchas veces, cuando nos vamos de fin de semana y él está aquí, haciendo reformas."

Mirada azul e inexpresiva de Naturópata Alternativa. Silencio.

Yo, prosigo, nerviosa: -"Jules se porta muy bien con él. Se lo cepilla a menudo." Es lo que pasa cuando me exaspero. El francés me chirría. Se me patinan los reflexivos.

Resoplido de risa ahogada, del lado de Jules. Sonrisilla irritante de Naturópata.

Naturópata Alternativa, sonriente, a Jules: -"Así que cepillas a Alfonso, ¿eh?"

Jules, con otra gran sonrisa, mirándola a los ojos: -"Entre otras cosas. Hago reformas. Y corrección de textos."

Naturópata Alternativa, muy interesada: -"¿Ah, sí?"

Yo, gruño: -"Voy a buscarte hielo para esa frente, Jules". Me dirijo al congelador, y empiezo a hurgar dentro.

Naturópata Alternativa, acercándose a Jules y examinándole la frente (juraría que exagerando su acento anglófono, que piensa que le da un toque encantador a su francés): -"Un buen golpeh, ¿eh? My goodness."

Se dirige a mí: -"¿Tienes árnica?"

Yo, envolviendo los hielos en un trapo: -"No. Tengo aspirinas. Y bálsamo del tigre, ¿eso vale? Y no, no es orgánico."

Naturópata sacude la cabeza con desaliento. Clava los ojos en Jules, una lucecilla bailoteando en la mirada. Jules sostiene esa mirada con otra igual de fija. Yo, a un par de metros de los dos, con un paquete de hielo en la mano, los observo incrédula, como un espectador en un partido de tenis, moviendo la cabeza del uno al otro. La electricidad en la cocina es casi palpable. Juraría que veo un remolino de feromonas flotar en torno a ellos.

Eh merde: l'amour. Incomprensible.

(Imagen de Ed Polish & Darren Wotz)

jueves, 3 de septiembre de 2009

Bon appétit!



A pesar de mis trabajos forzados, este mes de agosto tuve tiempo para ir a ver la versión cinematográfica del libro basado en el blog de Julie, del que ya os hablé. Para mi sorpresa, la película "Julie & Julia" fue mucho mejor de lo que me esperaba. No me esperaba gran cosa, sino una versión del libro de Julie muy edulcorada y deslavazada para todos los públicos. Y sí, es verdad que la historia ha sido convenientemente aseptizada (los numerosos "fuck" que jalonan el libro fueron eliminados, así como ciertos episodios que implican gusanos, comida en descomposición y un asunto gelatinoso con una pata de ternera y un áspic de huevos, ugh), pero Meryl Streep está simplemente genial, con una "G" mayúscula.

Si podéis ver un día la versión original, os la recomiendo vivamente, su imitación de Julia Child no tiene precio, y os provocará más de una carcajada. Para muestra, este trailer de una cadena de tele americana, que compara las dos.
"Passion. Ambition. Butter. Do you have what it takes?"