miércoles, 31 de diciembre de 2008

Esta noche es Nochevieja...

Normalmente, nuestra forma de celebrarla es una open house, a la que los amiguetes vienen botella y algo de picar en ristre, llegan cuando les da la gana, y se van cuando los echamos. Este año, dios sabe por qué, se me ha ocurrido hacer una cena "mas íntima", con poca gente, supuestamente para ahorrar trabajo. Sopesando el curro de encontrar y tirar los vasos vacíos perdidos en el cuarto de baño, versus pegarme la megacocinada para una cena completa, creo que cuando propuse la idea no debía de haber tomado suficiente café. En fin.

El caso es que ya estoy manos a la obra, (o al puchero), y que tras numerosas llamadas transoceánicas a mi Santa Madre, todas ellas empezando con la frase: -"Oye, ama, ¿tú cómo hacías los...?", varios concilios con Estoico Hermano (que aprendió a hacer respetables alubiadas en su más tierna juventud, para alimentar al retoño de la familia -servidora- en ausencia de los padres) y Recia Cuñada, experta en tortillas, (no, María Fernanda, no las de maíz, las de patata), que me sugirieron varios pintxos, y correos telegráficos (cuando escribo un correo electrónico a Estoico Hermano, puedo permitirme la parquedad) de este estilo:

"Txipis conseguidos. STOP. Negros como los cojones de un grillo. STOP. Atacando piquillos rellenos en este momento. STOP. Pensando en abrirme un taskorro de pintxos. STOP."

...el resultado final es un menú más típicamente vasco que la invención de la txapela. Todo está elegido en función de impresionar a fuerza de exotismo a los amiguetes francófonos, y hacerles probar manjares para ellos desconocidos. Para ello, no he dudado en diezmar mi tan preciada despensa de productos inexistentes a este lado del charco, productos traídos con amor (y mucho papel de periódico), por mi vieja amiga Sumire, como mi alijo personal de gulas y el extracto de tintas de txipirón, hallazgo que nunca podré agradecerle lo suficiente. Me he basado en la suculenta mesa tradicional que mi aita y ama preparaban con mucho trabajo y dedicación. Esta vez, nada de "paelha".

Au menu, ce soir (ojo a las traducciones, no tienen desperdicio):

Pintxos variados (Hors-d’œuvre)
Crema de piquillos y anchoas

(Crème « terre et mer », poivrons grillés et anchois)

Banderillas y aceitunas
(Marinades et olives)

Magurios, karrakelas o bígaros (caracolillos de mar, vaya)
(Bigorneaux)

Caviar de tiempos de crisis (osea, de lumpo)
(Caviar en temps de crise)

Ensalada de bacalao
(Carpaccio de morue) ¿A que suena fino?

Surtido de charcutería : lomo, jamón, salchichón, chorizo (enviados por correo por mi Santa Madre, que ha inventado un nuevo tipo de tarjeta navideña en tres dimensiones: la tarjeta con embutidos)
(Charcuteries espagnoles assorties)

Pastel de pescado y marisco
(Terrine de poisson et fruits de mer)

Pimientos del piquillo rellenos de bacalao
(Poivrons grillés de Navarre farcis de morue) (Tengo contactos en Lodosa)

Entrante caliente (Entrée chaude)
Angulas de la Gran Depresión: gulas al ajillo
(Fausses civelles -civelles de la dépression économique- sautées à l’ail)

Plato principal (Plat de résistance)
Txipirones en su tinta (esto no lo comíamos en Nochevieja, pero el negro de la salsa siempre da mucho qué hablar, como por ejemplo advertir al personal lo que pasará al día siguiente, después de haberlos digerido. Genial como tema si la conversación decae un poco)
(Calmars dans leur encre)

Postres (Desserts)
Postres variados de Navidad : turrón, polvorones, peladillas, saca la zambomba María.
(Desserts espagnols assortis)

What-the-Dickens-Whisky-Fruitcake (no tiene nada de vasco, pero al fin y al cabo, los vascos somos de donde nos da la gana)
(Gâteau aux fruits au whisky)

Bebidas (Boissons)
Agua mineral a voluntad
(Perrier à volonté :-)

Vino tinto, peleón
(Vin rouge, ahem!)

Cava -¡hemos encontrado una botella de Freixenet!-; ya sólo me falta bajarme un anuncio de Porcelanosa.
(Champagne espagnol)

Licores
(Digestifs)


... y mañana la cocina montrealesa tendrá esta pinta...

Pero habrá valido la pena. De esta, me abro un tascorro, lo juro.

Pasadlo bien.

lunes, 29 de diciembre de 2008

Fudge fácil de fin de año


¿Qué creíais? ¿Que ya empezaba con las recetas ligeritas de"eliminemos la grasa navideña"? Noooo, estimados y pacientes lectores. Nada de eso. Ya habrá tiempo para la culpabilidad, las dietas absurdas y el rechinar de dientes en enero. Por el momento, y a pesar de mi propuesta vegetariana de ayer, voto por revolcarnos en el azúcar y la grasilla propia de estas fiestas, con alegre hedonismo y navideña inconsciencia.

La receta de este dulce de origen americano, el fudge, consistente y pegajoso manjar que hace las delicias de niños y dentistas, es facilísima, y como después de las comilonas de Nochebuena y Navidad la energía y el dinamismo comienzan a fallarnos un poco, es un buen momento para hacer este postre festivo, que queda estupendamente como regalo o como suave venganza contra esa prima detestable (tooma calorías directas a los muslos).
Para prepararla ni siquiera hace falta un horno, sólo necesitamos unas pocas guarrerías, un microondas y un martillo. Lo cual es un síntoma bastante claro del toque trash de esta receta. Al fin, una receta que aúna los estilos de los dos habitantes de esta barraca montrealesa: el bricolaje y la cocina.

Éste es un fudge de chocolate a la menta, con tropezones de bastones de caramelo, típicas chucherías que los niños canadienses encuentran en sus calcetines navideños. Si aún conserváis uno de esos viejos empastes grises pasados de moda, éste es el momento de librarse de él. Y de remplazarlo por uno de esos blancos, modernos, en resina, que han pagado dos tercios del mercedes que conduce mi dentista.

Procedamos:

INGREDIENTES

- 1 paquete de unos 350 gr. de chocolate chips (¿pepitas de chocolate?) de al menos 70% de cacao. Cuanto más negras, más rico el fudge (y menos empalago).

- 1 lata (300 ml.) de leche condensada

- 1/2 de taza (85ml.) de bastones de caramelo de menta, o de cualquier caramelo de menta de rayas, rojas y blancas o rojas y verdes, (por lo del aspecto), molido groseramente. (No, no quiere decir que hay que ser grosero mientras se muelen, sino que metéis los caramelos entre dos trapos y dais rienda suelta a vuestras frustraciones acumuladas en 2008, machacándolos con un martillo hasta reducirlos a migas. Yo probé a hacerlo con el molinillo de café de monsieur M., porque no me sentía demasiado frustrada. Tras casi haber quemado el motor del molinillo y no haber conseguido gran cosa, me sentí lo bastante frustrada como para darle al martillo con saña).

- 1/3 de taza de bastones de caramelo, molidos más finamente (sin blasfemar, vaya).

- 1 cucharada de mantequilla (dos, si el fudge es preparado en guisa de venganza).

- 2 o 3 gotas de esencia de menta (opcional)
- una pizca de sal (esto son manías mías)

PREPARACION:
Se mezclan en un recipiente apropiado para el microondas las pepitas de chocolate, la leche condensada (sin la lata), la esencia de menta, la sal y la mantequilla. Cocinarlos dos o tres minutos a potencia máxima, hasta que el chocolate se haya fundido.

Mezclarlo todo con alegría (y un cucharón). Añadir los bastones de caramelo molidos finamente. Revolver de nuevo hasta conseguir una pasta homogénea (un par de minutos).

Verter en una fuente cuadrada o rectangular, previamente engrasada (ligeramente, abundantemente si los fines de la receta son pérfidos y vengadores). Espolvorear por encima con ánimo decorativo los bastones molidos groseramente, profiriendo groserías si así lo deseáis.
Una vez enfriado, meter al frigorífico. Cortar en cuadrados cuando esté completamente frío. Como presentación, os aconsejo distribuir los cuadrados de fudge en cestitas de papel de las que se usan para hacer madalenas.
Es una receta tan fácil que hasta un niño de seis años sería capaz de hacerla. Yo no fui capaz, así que tuve que buscarme un niño de seis años para que me ayudara.

domingo, 28 de diciembre de 2008

Crudités et trempettes, o... la alegría del "junte"

Tras el primer empacho de las fiestas, aprovecho ese lamento que se escucha en estos momentos en muchas casas, lo de "nunca-vuelvo-a-comer/cocinar-tanto-qué-bestialidad-el-año-que-viene-cenamos-verdura-en-Nochebuena", para proponeros una bandeja de entrantes sanos, supervitaminados y mineralizados (Superratón estaría orgulloso de mí) y que dará un respiro a vuestro maltratado hígado en la cena de Nochevieja.

A todos aquellos y aquellas que han acumulado desde la niñez un cierto resentimiento hacia todas esas amonestaciones de mamá con relación a las buenas maneras, como la de "untar es de mala educación", les llenará de júbilo ignorar las maternas órdenes.

Porque hoy, ante estas soberbias y sanas recetas, untar no sólo no es de mala educación, sino que es justo y necesario -no iré hasta el extremo de decir que es nuestra salvación, pero es ciertamente nuestro deber cuando nos encontramos ante tal bandeja-. Al menos, en mi cocina.

Una de las cosas que más me gustan, como buena aficionada a las verduras, es cuando un familiar o amigo me invita a cenar, y como entrante, mientras se afana a terminar la cena, saca la tan quebequesa bandeja de crudités . También me gusta que me inviten a cenar, punto ;-). Normalmente soy yo la que suda delante de los fogones, así que cuando otra persona me releva, bendita sea.

A pesar de que este aperitivo ha sido adoptado en Quebec debido probablemente a las raíces francesas de los quebequeses, la versión que se prepara aquí es más norteamericana: se cortan las verduras crudas y se sirven con diferentes salsas (trempettes o dips) para untar. Mucha gente usa este aperitivo como forma de aficionar a las verduras a los niños recalcitrantes a los que no les gustan. Personalmente, prefiero el estilo más clásico de la rústica pero educativa colleja en la nuca, o las amenazas traumatizantes del estilo "cómete las acelgas o te arranco la cabeza y la lanzo por la ventana".

Esta bandeja es obra de la cocina montrealesa, aprovechando que estamos en fiestas y que poner algunas verduras en la mesa, entre tanto cava, entremés, foie gras y otros peligros para la curva abdominal, no está de más.

Las verduras que contiene son: pimiento (de cuatro colores: rojo, verde, naranja y amarillo), pepinos libaneses (una variedad miniatura, con piel muy fina y muy tierna), calabacín, rábanos y zanahorias.

Si queréis preparar una cena completa con antelación para poder pasar la velada charlando a la mesa con los amigos, podéis añadir unos tacos de queso, frutos secos, patés (o patés vegetarianos) y panes o crackers variados, salmón ahumado, y tenéis una cena sencilla en la que cada uno se sirve lo que quiere.

Propongo tres recetas de salsas para untar: la raïta, el hummus y la salsa de pimientos. Lo importante es que las salsas sean de texturas y colores diferentes, para que el conjunto sea más vistoso.

-La receta de raïta de pepino es muy fácil, hay tantas versiones de esta salsa india como personas que la preparan. A la base, yogur, pepino rallado y comino. También podéis hacer una variación y preparar tzatziki griego, igual de fresco y delicioso.

-El hummus, fácil de hacer y nutritivo, es una receta aún más sencilla de preparar cuando tomáis uno de esos atajos don't make it, fake it, que a mí tanto me gustan: un bote de garbanzos cocidos, tahini, ajo, aceite de oliva, limón y sal. Un par de minutos de batidora, y... voilà!

-La tercera salsa, la de pimientos asados, también tiene su versión "impostora" (Falsarius estaría orgulloso de mí): un bote -los prefiero a las latas- de pimientos rojos asados, otro de alubias blancas cocidas, aceite de oliva, zumo de limón, sal. Ya sabéis lo alérgica que soy a las medidas, la única recomendación que os daré es echar a partes iguales pimientos y alubias, aunque depende del color y del sabor que os guste. Otras versiones posibles: remplazar las alubias por queso feta, por un huevo duro... aunque ya no sería una salsa vegana, sino vegetariana. A mí personalmente me importa un pimiento, nunca mejor dicho, pero sé que los veganos son bastante estrictos, así que el que avisa no es traidor. Es más bien lacto-ovo-vegetariano.

No sólo es un plato agradable a la vista, es también una bandeja de salud -nunca comemos suficientes vegetales crudos, para poder aprovechar realmente todas sus vitaminas-. También viene bien como "engañestómagos" si tenéis mucha hambre y no queréis poneros ciegos a picar guarradas mientras esperáis que el plato principal llegue a la tan llena de tentaciones mesa navideña.

Y si os sobran pepinos, os cortáis un par de rodajas y os las echáis a los párpados cuando los invitados se hayan largado. Este truco no rejuvenece, pero es una excusa excelente para no fregar los platos. Es muy difícil fregar con rodajas de pepino en los ojos.

jueves, 25 de diciembre de 2008

Feliz Navidad / Joyeux Noël / Merry Christmas / Bon Nadal / Zorionak


Tras una noche maratoniana con la familia política, al llegar a casa monsieur M. y yo nos abalanzamos a nuestros pijamas de cuadros y nuestras pantuflas, encendemos el árbol, metemos en el DVD cualquier clásico que dure más de tres horas (suele haber pelea entre "Doctor Zhivago" -yo- y la trilogía completa del "Señor de los anillos" -él-, el primero que necesite hacer pis es un flojo) y nos arrebujamos en el sofá con sendos gatos en sendos regazos, en un estado de feliz estupor digestivo semicomatoso.

No sin antes desearos a todos una muy Feliz Navidad, si es lo que celebráis, o unas Felices Fiestas (sean las que sean: Hanukkah o Jánuca, Kwanzaa, para el Ramadán llego tarde*, pero nunca es tarde si el solsticio es bueno...).

Y si aún hay alguno que gruñe y pone objeciones, os deseamos ser simplemente felices. Que ya es mucho.

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(* Nota: me dice un amiguete musulmán que casi llego para la fiesta de Aïd El-Kebir o Eid al-Adha, así que felices fiestas ;-)

martes, 23 de diciembre de 2008

't was the night before Christmas / La víspera de Navidad

(Traducción-versión muy ¡ajem! libre del poema de Clement Clark Moore, «'Twas the night before Christmas», un clásico navideño americano.)

«Era la víspera de Navidad, y todo en la barraquita montrealesa era paz

nada se movía, ni siquiera Alfonso, ese campeón de la siesta;

los calcetines cuidadosamente colgados en la chimenea, las luces del árbol puestas,

con la esperanza de que San Nick llegaría pronto (y sin hacer ruido).

Monsieur M., y servidora estábamos acurrucados y abrigaditos acogedoramente en la cama como niños pequeños,

mientras visiones de bombones y de taladros inalámbricos (adivinad quién soñaba con qué) bailaban en nuestros sueños;

y yo con mi pijama estampado en muffins, y monsieur M. en su más puro estilo zen

(este nórdico hombretón no cree en los pijamas y duerme al natural)

acabábamos apenas de amodorrarnos para un largo sueño invernal,

cuando fuera, en el parterre, se oyó un ruido tremendo, como de vajilla rota,

salté de la cama dispuesta a atrapar a la maldita marmota.

Como un rayo corrí a la ventana,

la abrí temblando (no veais el biruji que hace en Montreal, a las tantas de la mañana).

La luna iluminaba la nieve recién caída, dándole un brillo de mediodía,

cuando, ante mis ojos asombrados vi como aparecía,

no Doña Marmota, sino un trineo tirado por renos,

con un tipo barbudo a las riendas, tan vivaracho y animado,

que asombrada pensé: -"Jo, no debería haber añadido tanto ron al eggnog que me he tomado".

Hasta que miré mejor y me dije, para el cuello de mi pijama:

"Debo de estar como una cuba, mejor me vuelvo a la cama,

el tipo este se parece a San Nick, Papá Noel, Santa Claus, vaya."



(De fondo, sonoro ronquido de monsieur M., desde la cama).

Mientras me frotaba los ojos, incrédulos y soñolientos,

el trineo comenzó el descenso.

Rápidos como centellas los renos trotaban,

y el barbudo en cuestión silbó, y gritando los llamaba:

"¡Vamos, Dasher, venga, Dancer! ¡Vamos, Prancer y Vixen!"

"¡Venga, Comet! Venga Cupid! ¡Venga, Donder y Blitzen!"

"¡Al balcón! ¡Al tejado!"

"¡Corred! ¡Rápido! ¡Rápido!"

Mientras, copos de nieve revolaban al viento,

hacia el cielo subían, rodeando el trineo en movimiento.

Por encima de la casa el trineo voló,

lleno de juguetes, con San Nicholas al timón.

Y entonces, en un abrir y cerrar de ojos, escuché en el techo

brincos y ruidos de patas de reno.

Preocupada por la decrépita barraca, susurré:

-"Oh, no, el tejado, ¿qué han hecho?"



Apenas me dio tiempo a dar media vuelta,

cuando San Nicholas aterrizó en la chimenea, rebotando maltrecho.

Vestía con pieles de pies a cabeza,

y su ropa estaba sucia de cenizas y hollín.

No pude evitar pensar: -"Encima habrá que pasar la aspiradora, y esta semana me toca a mí."

A la espalda llevaba un saco lleno de regalos

mientras lo abría me dije: -"Y monsieur M. que sigue roncando".



"Podría ser un loco, un maniaco sexual,

o peor, un vendedor , o un testigo de Jehová."

Mirándolo con desconfianza, en medio de la sala,

me preguntaba si llamar a la poli,

o atizarle con una pala.

Sus ojos --¡cómo brillaban! Tenía unos hoyuelos alegres

unas mejillas y una nariz coloradas;

la boca, graciosa, con una amplia sonrisa,

y la barba blanca como la nieve.

En la boca, una pipa,

y una corona de humo que en torno a él flotaba,

cruzando los brazos, medio dormida y helada,

le observé, irritada: -"¡Ey! ¡Oiga! ¡El de la tripa!

¡En esta barraca no se fuma!

¡Encima de despertarme, viene usted y me ahúma!".

Tenía una carota redonda y una panza bien llena,

que se agitó con su risa, y dijo: -"¡Muy graciosa, nena!"

Era un abuelo rellenito y regordete, un vejete jovial,

y lo de "nena" a mis 36, pues no me pareció tan mal.

Así que terminé riéndome, y perdonándole el humo;

él me guiño el ojo y murmuró algo sobre dejar de fumar.

Un gruñido procedente de la habitación, un ronroneo,

monsieur M. y Alfonso seguían en brazos de Morfeo.

"Valientes hombres de la casa"- pensé-

"Si este abuelete viene a robar el DVD,

le sacudo en pleno rostro con uno de mis fruitcake".

Sin decir palabra, San Nick siguió con su trabajo,

rellenó los calcetines; y dejó paquetes en el árbol -debajo-.

Y al terminar, se tocó con un dedo la punta de la nariz,



me saludó con la mano y desapareció por la chimenea;



saltó en el trineo y dio un silbido,

y salieron volando sin hacer ruido.

Mientras volvía a la cama y me tapaba de nuevo,

perpleja y convencida de haber mal digerido:

-"Demasiado eggnog, demasiado huevo"

pensando cómo explicar todo esto a mi quebequés de marido,

lejos, muy lejos, escuché como un eco:

"¡Feliz Navidad a todos, y a todos, buena noche!"

...Es la última vez que termino la cena con ponche. »

lunes, 22 de diciembre de 2008

Have a cookie... sugar.



Ouf, la Nochebuena (el enlace es para los lectores de este lado del charco) ya casi está aquí. Todo está listo: los regalos envueltos, las tarjetas enviadas, las galletas, horneadas y listas para ser servidas con un vaso de leche para el visitante nocturno (espero que no le importe que Alfonso y Julieta se traseguen con sigilo el vaso, durante la noche). Los calcetines colgados esperando a que "alguien" los llene de chocolatinas y otras cosas ricas.



Ahora es el momento de sentarse a jugar una partida de Scrabble con un plato de galletas como control de calidad, como decía alguien por ahí (para ver si están a la altura de Père Noël, claro). O de sacar el mamotreto anual que no he tenido tiempo de terminar ("Los hermanos Karamazov", por ejemplo) y hundirse en el sofá.

domingo, 21 de diciembre de 2008

Invierno... otra vez

Ilustración de Lynn Johnston

... desde un punto de vista climatológico, hace ya muchas semanas que el invierno ha llegado a Quebec, la región del mundo donde más nieva, junto con la penísula de Kamchatka. Mientras una palea las escaleras de la entrada (más que nada para saber dónde están) siempre puede decirse que, efectivamente, la cara positiva de la moneda es que al menos, no hay mosquitos.

Cada uno se consuela como puede.

La entrada de una casa montrealesa, en mi barrio.

sábado, 20 de diciembre de 2008

Variaciones en torno al sempiterno pavo (VI): "The Night Before Christmas" (versión un poco burra)

El último pavo del Adviento ha llegado a la cocina montrealesa. Es un pavo festivo, más despendolado que sus congéneres de semanas anteriores. Os lanzo el desafío de encontrarlo, advirtiendo, en el más puro estilo Shrek, que no hay ningún premio para los que lo hagan, que estamos en crisis y muy liados cocinando :-). Entender el acento cañí del burro en la versión inglesa es también todo un desafío. Ahí va eso. Os dejo enterrados por los preparativos, rodeados de fuentes de eggnog y de Santas de gofre. Yo tengo un pavo por descongelar.

Barras guarras (de cheesecake)


Siguiendo con las recetas dickensianas de esta época del año, os voy a proponer la que, con diferencia, más éxito ha tenido últimamente, y la más guarrona de toda la repostería que he cocinado para las fiestas, yo que soy integrista del integral: las barras guarras, guarras (insisto) de cheesecake (versión personal de las Bleak House Bars o Barras Casa Desolada, del último libro de Diane Mott Davidson, de la que ya os he hablado ). Guarronas, sí, pero muy ricas. A pesar de su nombre tristón.

La receta aquí, amablemente copiada del libro por una bloguera que, como yo, anda experimentando con las recetas propuestas en las novelas.

Un par de detalles que la receta no especifica: os aconsejo cortar las barras cuando ya hayáis refrigerado la fuente, porque en caliente, como lo hice yo (glotona que es una, e impaciente por probar), las barras se cortan mal y pierden la forma. En frío forman cuadrados perfectos, y las capas sucesivas (nueces, fudge de chocolate, y queso) se distinguen estupendamente. No cortéis los cuadrados muy generosos, os aseguro que el postre es tan cremoso y cochinote que con un pedazo pequeño vuestros comensales tendrán suficiente (por eso es ideal para un buen grupo, y con la ventaja de que se sirve en bocaditos, que podéis poner en cestos decorativos de papel, tipo muffin). Para dar el toque final, os recomiendo utilizar un buen chocolate cortado a cuchillo, en lugar de poner por encima las chocolate chips de la receta: la calidad del chocolate es mejor, y el aspecto final mucho más interesante.

Para los que no quieren sacrificar demasiado las arterias: yo hice el fondo de nueces con aceite vegetal, aunque se desmiga un poco más que con mantequilla, y la capa de queso con Philadelphia ligero, cuya sustitución de la grasa por productos químicos es probablemente peor que la grasa en sí, pero es lo que encontré en el súper (¿habrá escasez mundial de queso Philadelphia?).

Cuando envié a monsieur M. con la caja anual de dulcerío que suelo preparar para la gente que trabaja con él (tanto zen puede terminar volviendo loco a cualquiera, por eso intento tener un detalle con ellos), sabía que a las colegas con niños, ultraestresadas en estas fechas, les iban a gustar. Es más, hice una apuesta con él: le aposté que entre todos esos hombrecitos de jengibre, muffins rellenos de chocolate, fragantes rebanadas de fruitcake, delicadas galletas de azúcar, matizadas speculaas, sanas galletas integrales de avena y arándanos -para las que se preocupan por la línea-, lo que más éxito iba a tener eran las barras, guarras, dulces, densas, cremosas y pecaminosas, pero, oh, cuán ricas. Y no me equivoqué.

Hacia las nueve y media de la mañana, la mitad de la oficina -especialmente la mitad femenina-, tenía las comisuras de la boca pringadas de una mezcla de chocolate y frambuesa, los dedos pegajosos, y me mandaban correos entusiasmados pidiendo la receta.

Mujeres cansadas y estresadas: cómo os conozco. A falta de ocho horas de sueño reparador, bueno es el chocolate.

(* Nota para amables lectoras como Sara: estas barras son fantásticas para la congelación, que las vuelve más compactas y mejores para comer en "bocadito". Descongelar uno o dos días antes de servir/regalar, pero -importante- en el frigo, NO a temperatura ambiente. Y mantenerlas en el frigo el mayor tiempo posible).


jueves, 18 de diciembre de 2008

Cake jubiloso de jengibre (y sus muffins derivados)

Sigo el maratón pastelero navideño. La mayor parte de mis regalos salen de mi horno, y aparte de ser barato, es algo que suele gustar a todo el mundo. Ningún problema con equivocarse de talla o de color. O el chasco del "ya lo tengo".


La receta de hoy sale de una de esas novelas policiacas que tanto me divierten: los misterios culinarios. Esta serie, bien escrita, con gracia e ingenio, cuyos misterios son interesantes hasta la última página y cuyas recetas salen siempre bien, tiene como protagonista a una propietaria de un negocio de catering, que se gana la vida cocinando y entre bizcocho y bizcocho ejerce como sabueso aficionado. Está escrita por Diane Mott Davidson, y os la recomiendo, pasaréis horas muy agradables y disfrutaréis de recetas suculentas. Y que vivan los misterios recién sacados del horno.

La receta de este bizcocho se parece mucho a la de las galletas de jengibre, pero la textura es completamente diferente. Personalmente, me gusta mucho más que las galletas, el perfume del jengibre fresco es mil veces más aromático.


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Cake jubiloso de jengibre (y sus muffins derivados)
(Receta del libro "Sweet revenge", de Diane Mott Davidson)


Ingredientes
(para unos 20 muffins y un cake, osea, una brutalidad. Si utilizáis la mitad de todas las cantidades os dará para 2 cakes hermosotes):

(Para convertir todas las cantidades a cantidades "europeas", pinchad aquí.)

- 4 2/3 tazas de harina (yo he utilizado integral)
- 2 cucharaditas (de las de té, un poco más grandes que las de café españolas) de bicarbonato
- 2 cucharaditas de jengibre en polvo
- 1/2 cucharadita de canela molida
- 1/4 de cucharadita de nuez moscada (aún mejor recién rallada)
- 1/8 de cucharadita (si no tenéis medidor de cucharadas, no os volváis locos y echad una puntita de cucharadita de café) de clavo molido
- 1/4 de cucharadita de sal
- 1/2 cucharadita de pimienta negra (mejor recién molida)
- 2 tazas de mantequilla (yo he utilizado margarina no hidrogenada, normalmente prefiero usar aceite de girasol, más natural, pero como era la primera vez que probaba esta receta, no he querido arriesgarme a que la masa salga demasiado líquida)
- 2 tazas de melaza (como sé que para algunos de vosotros es difícil de encontrar, podéis sustituirla por miel, pero os recomiendo disminuir la cantidad de azúcar, o el cake resultará demasiado dulce. Sin embargo, la melaza le da un color y un sabor tostado muy agradables. Es un poco como la diferencia entre la cerveza negra y la rubia.)
- 2 huevos grandes
- 2 tazas de azúcar (yo he utilizado cassonade, un azúcar moreno no muy oscuro, ambarino)
- 1 1/2 taza de agua mineral (!) (os juro que la receta lo dice, yo la he seguido escrupulosamente, pero francamente, no creo que haya mucha diferencia con la de grifo...)
- 1 1/3 taza de crema agria (o yogur natural no azucarado)
- 1 cucharadita de jengibre fresco rallado
- 3 cucharadas soperas de zumo de naranja
- jengibre confitado para decorar (opcional)

Precalentar el horno a 180 grados (centígrados, no os pongais nerviosos). Tamizar juntos los ingredientes en polvo (salvo el azúcar): la harina, el bicarbonato, la sal, las especias. Fundir la mantequilla en el microondas junto con la melaza o la miel. Intentar no reducirlas a líquido, al revolverlas deberían ser más bien una crema suave. Dejar enfriar.

Batir bien en un bol grande o ensaladera los huevos con el azúcar, hasta que estén cremosos y casi blancos. Añadir la mezcla de mantequilla y mezclar, pero no mucho tiempo, sólo hasta que esté bien incorporada. Mezclar con la harina y las especias, pero no batir demasiado la masa, sólo lo necesario. Echar en la mezcla el agua hirviendo, la crema agria, el jengibre rallado y el zumo de naranja, y batir hasta incorporarlos.

Engrasar los moldes y llenarlos con la masa. El tiempo de horneado depende mucho del tamaño de los moldes: en mi horno de convección, los muffins han tardado unos 27 minutos, y el cake 65.

Para aseguraros de que están bien hechos, el truco clásico de pinchar el centro con un palillo y apagar el horno si sale limpio funciona.

Si tenéis tiempo, un glaseado con queso Philadelphia y naranja le va muy bien, en mi caso con helado de vainilla vamos que ardemos. Tras haberlo probado, me ha encantado, el resultado es especiado, ligeramente picante y con sabor a tostado. Sabe a invierno. A contemplar nevadas junto a la ventana. Fantástico acompañado de un chai.

Cuando los muffins se ha enfriado por completo, se congelan estupendamente y esperan con paciencia el momento de ser envueltos en cajas como regalo de Navidad.

martes, 16 de diciembre de 2008

Navidad: sustantivo propio femenino

"Christmas is a time when you get homesick - even when you're home."
~Carol Nelson

"Aren't we forgetting the true meaning of Christmas? You know… the birth of Santa."
- Bart Simpson

"I once bought my kids a set of batteries for Christmas with a note on it saying: toys not included."
-Bernard Manning


En una de esas fútiles reflexiones a las que me lanzo cuando tengo cosas más importantes que hacer, como terminar mi tesina o limpiar el cajón de arena de mis gatos (nótese que encuentro las dos tareas a un nivel de amenidad muy semejante), andaba yo pensando, con mi poderoso intelecto que un día (no sé muy bien cuándo) revolucionará el mundo de la lingüística, que la Navidad es, efectivamente, un sustantivo (o nombre, yo es que ya estoy un poco mayor) propio femenino. Y no es mera casualidad.

Tras diez navidades en compañía de mi bigfoot de marido, (por lo robusto y legendario, no por lo simiesco, eh, chéri?), en este gran congelador que es el Quebec, empiezo a sospechar que la Navidad tiene que ser a la fuerza femenina, porque de lo contrario, toda la maldita fiesta se hundiría.

(Bueno, vale, igual exagero. Pero si no exagero, no hay historia.)

Antes de que los caballeros que me leen (y me consta que hay alguno que otro) se rasguen las vestiduras y se suban por las paredes (por ese orden, porque hacer todo al mismo tiempo es casi imposible) ante mi afirmación, permítanme exponerles en qué me baso para soltar una afirmación así de sexista. Primo, y aunque parezca que desbarro, tiene relación con el tema: hace ya tiempo que mencioné que monsieur M. es profundamente alérgico a ir de tiendas.

Secundo, la puesta en contexto: una semana antes de Navidad. El salón de la barraquita montrealesa. La autora de este blog anda desenredando las luces del árbol.

Al mismo tiempo, vigilo las galletas en el horno (para la merendola comunitaria anual del trabajo), mientras intento que el gato Alfonso (de Alfonso X, más conocido en esta casa como Alfonso X el Gordo) no muera asfixiado -o peor, vomite- tragándose el lazo de los regalos que están a medio envolver encima de la mesa, mientras una colada de ropa -para llevar a casa del cuñado, en la expedición campestre anual por Nochebuena- da vueltas en la secadora (esto no es porque mi legítimo no sepa poner lavadoras, sino porque piensa que una camiseta de promoción de cerveza Boréale es de lo más elegante para la cena de Nochebuena, así que en las ocasiones importantes, oh-dios-mío-me-he-transformado-en-mi-madre: sí, lo hago, le preparo la ropa en kit, porque él es zen y no está al corriente de mundanos detalles como calcetín blanco con rayas azul y roja + elegante pantalón gris marengo = nononono). Simultáneamente, escribo la lista de cosas (y de comida que toca preparar) para llevar a dicha velada, mientras subo unas fotos para que la familia española pueda verlas en Flickr y aliviar a Santa Madre su nostalgia navideña. Tooooma multitarea.

Golpes vigorosos en la entrada (en Quebec, uno se sacude las botas de nieve antes de entrar, es un gesto de quebequés de "pura lana"). Monsieur M. entra, con una vaharada de frío, y se quita las botas dejándolas en la bandeja de la entrada. Mientras cuelga la parka, el gorro y los guantes, veo que ha depositado una minúscula bolsa de papel encima del banco del pasillo.

Esposa Irritable (servidora), sale al pasillo arrastrando una ristra de bombillas cual bata de cola, y con Alfonso tironeando del cable con los dientes (si esta casa arde durante las vacaciones, ya sabemos de quién es la culpa) : -"¿Ya estás de vuelta? Has batido récords de velocidad en compras navideñas."

Monsieur M. (de buen talante, grandote, afable cual Papá Noel de la Salvation Army, pero un poco más sexy, caramba): -"He terminado, así que estoy de vuelta. Y tengo hambre."

Esposa Irritable (luchando con una mano para que Alfonso suelte el cable, y con la otra levantando la diminuta bolsita de papel): -"No me digas que esto es todo."

Monsieur M., metiendo la parka en el armario, con su acostumbrado buen humor inalterable, que puede volver irrazonable a cualquiera: -"Ahá."

Esposa Irritable, ahora con una pizca de incredulidad en la voz: -"Has tardado exactamente una hora y treinta y cinco minutos para hacer tus compras navideñas. Incluyendo la media hora de ida y la media hora de vuelta al centro. Y los diez minutos de ida y vuelta a pie al metro."

Monsieur M., asintiendo con la cabeza, con aire satisfecho de sí mismo: -"A-há."

Esposa Irritable, con tono ligeramente acusador: -"Has tardado veinticinco minutos en hacer las compras de Navidad."

Monsieur M., abombando un poco el pecho, orgulloso: -"Yesssss, madame. De hecho, han sido veinte minutos, porque he parado en el Tim Hortons para comprarme un café. Y había cola."

Esposa Irritable, sintiéndose ligeramente más irritable, mientras desengancha las afiladas garritas de Alfonso -que no distingue bien dónde termina el cable y dónde empieza mi pierna- del pantalón : -"Imposible que te haya dado tiempo a comprar todo. No con la estampida que tiene que haber recorriendo las tiendas una semana antes de Navidad. Porque estaremos en crisis, pero ayer pasé por el centro comercial y la gente compraba como si se acabara el mundo. ¿Le has comprado el regalo a tu madre?"


Monsieur M., distraído, dirigiéndose a la cocina: -"Mais oui. Hey, huele bien."

Esposa Irritable, en pleno modo interrogatorio: -"¿Y a tu hija?

Monsieur M. se palmea sonriente el bolsillo de la camisa, con aire de deber cumplido: -"Ouais. Cheque regalo. El regalo que nunca defrauda. Sobre todo cuando tus hijos son mayores de 25. En la oficina de información del mall, justo a la entrada. Dos minutos. Y no pesa."

Esposa Irritable, aún escéptica: -"¿Qué le has comprado a tu madre? ¿Unos palos de golf? Porque la tienda de artículos de golf es la primera tienda que hay al bajar del metro en el centro. Que nos conocemos. Y ya sé que soy poco delicada, pero tu madre está en silla de ruedas. "

Monsieur M. tararea "Mon beau sapin" mientras mete la cabeza en el frigorífico : -"La primera tienda es una tienda de zapatillas de deporte. Así que le he comprado unas Nike. Por si los milagros navideños. Quién sabe, a lo mejor después de ver la misa del gallo por la tele se levanta y se pone a esprintar por todo el pasillo de la residencia."

Esposa Irritable, sacando la lengua: -"Ja. Ja."

Empiezo a fisgar en la bolsita de regalo. Retiro el papel de seda y saco una bufanda. -"¿Esto es el regalo de tu madre?"

Monsieur M., volviendo la cabeza del frigo, con expresión ligeramente ofendida: -"Sí. Le gusta ponerse bufandas, o chales, o, euh, cosas en el cuello. ¿Qué pasa? ¿Te parece fea?"

Esposa Irritable, patinando (en el sentido metafórico en el que se utiliza en Quebec, es decir, intentando arreglar la falta de tacto lo mejor que se puede): -"No, no. Es, ehm, original." (con tono que rezuma, a mi pesar, "espero que hayas guardado el recibo") "¿No había de otro color en la tienda?"

Monsieur M., mirándome como si estuviera hablándole en un idioma desconocido: -"¿Otro color? No sé."

Esposa Irritable, con la incredulidad aumentando de nuevo en la voz: -"¿Otro estampado?"

Monsieur M., pedazo de queso en ristre: -"No sé, no he mirado si había estampados diferentes."

Esposa Irritable, con una pizca de desesperación en la voz, que vale lo de ser zen, y haber eliminado el apego, y vivir sin dar prioridad a lo material, pero coño, un poco de sano sufrimiento navideño: -"¿Otros modelos de bufandas? ¿O de chales que pudieran gustarle más? ¿Otra cosa?"

Monsieur M. la incomprensión manifiesta en la cara: -"No sé. No he mirado otras cosas."

Esto es lo que pasa cuando una tiene como compañero a un hombre que ha crecido en una cultura protestante, y que desconoce el "ganarás el paraíso navideño con el sudor de tu frente -y del resto de tu cuerpo, cubierto por una parka pensada para estar fuera, a 30 bajo cero- en las tiendas abarrotadas, con una peregrinación absurda y malhumorada en horribles centros comerciales y con el maltrato de tu tarjeta de crédito". Y es que, aunque de tradición católica, los quebequeses han vivido durante siglos lo bastante cerca del protestantismo como para no creerse ese camelo de que hay que sufrir para ganarse el cielo.

Esposa Irritable, la incredulidad rayando el 8 en la escala de Richter: -"¿En otras tiendas?"

Monsieur M. : -"No he entrado en ninguna otra tienda."

Esposa Irritable, la voz ligeramente estridente: -"¿Quieres decir que realmente le has comprado el regalo en la primera tienda en la que has entrado?"

Monsieur M., cortando pan: -"La segunda. Recuerda el café. El cheque regalo no cuenta, no era una tienda. Eficaz, ¿eh? He entrado en la tienda, he visto una bufanda bonita, la he agarrado, he ido a la caja y he pagado. Pim, pam. Hecho. No sé por qué la gente se complica tanto la vida en Navidad. " Muy ufano.

Esposa Irritable, los ojos saliéndoseme ligeramente de las órbitas, enrollándome la ristra de bombillas al cuello para poder abrir el horno: -"Pim. Pam. Ya." " ---." "E imagino que lo tendré que envolver yo."

Monsieur M. mordisqueando el bocata con buen apetito, apoyado contra el mostrador: -"Me han ofrecido envolverlo y he dicho que no, porque sé que a tí te gustan esas cosas. ¿Tenemos tarjetas de Navidad por ahí? Para acompañar al cheque regalo. Y para mandar algunas."

Esposa Irritable, sobresaltada, enderezando la bandeja a tiempo antes de que se caigan todas las galletas: -"¿Todavía no has mandado tus tarjetas? Socio, creo que a estas alturas tienen más garantías de llegar a tiempo a lomos de reno."

Monsieur M., con la boca llena de bocata de queso: -"Mmpfbgrf. De todas maneras, la gente no se fija en esos detalles. La intención es lo que cuenta."

Esposa Irritable (ahora soy yo la que lo mira como si hablara en un dialecto desconocido): -"Regálale a tu madre un juego de palos de golf, y ya me contarás si ha tenido en cuenta la intención. De lo que estoy segura, es de que ella tendría la firme intención de romperte uno en la cabeza."

Monsieur M. me mira, con cara de oso polar degollado (lo del cordero no funciona en estas latitudes, y menos con su tamaño).

Esposa Irritable: -"A mí no me camelas. Tú lo que quieres son galletas calentitas. Son para el trabajo. Y voy a tener que terminar inventándome un mensaje navideño sentido y personal. Que te veo venir. "

Monsieur M. sigue clavándome la mirada. Juro que es capaz de hacer que le titile la pupila como en los dibujos animados de "Candy, Candy".

Esposa Irritable, claudicando, mordiendo una galleta y pasándole la bandeja: -"Pfff."

Total, lo importante es que terminemos la historia caminando juntos hacia la puesta de sol, cogidos de la mano. Aunque yo tenga la otra mano ocupada con bolsas de regalos, recibos, un boli y tarjetas aún no escritas.

lunes, 15 de diciembre de 2008

Familia interracial de jengibre


En Navidad no pueden faltar los hombrecitos de jengibre. Y Lupe los pide con insistencia, así que ahí van. Este sábado celebré mis recién empezadas vacaciones con un maratón galletero, que las fiestas navideñas ya han empezado (la avanzadilla de las fiestas empieza la primera semana de diciembre, ya que en Quebec la mayor parte de los lugares de trabajo tienen por costumbre hacer una fiesta para los empleados). Preparé una caja de galletas surtidas para una buena amiga que organizó un high tea pre-navideño.

Aprovechando el chute de adrenalina que aún tengo metido en el cuerpo por el estrés brutal de los exámenes finales y con la estación de la gripe en pleno apogeo en el trabajo (el hospital donde trabajo está de un lleno que andan pensando en acostar a los pacientes en estanterías en lugar de camas, para ganar sitio), pues llevo dos días como sin frenos, amasando, horneando, haciendo baños... monsieur M. aprovecha discretamente para encerrarse en su mazmorra del bricolaje (el taller en el sótano), y no salir.

Cuando preparo galletas por estas fechas, lo hago en modo producción en masa: justamente, preparo la masa, y como la mayoría de las masas de galleta necesitan refrigeración para poder manipularlas y cortarlas con los cortapastas sin blasfemar demasiado, mientras la primera se enfría preparo la siguiente. A continuación, estiro la masa con el rodillo y la corto, una masa detrás de otra, y como ésta es la fase del proceso galletero que resulta más engorrosa -y pringosa-, es un alivio pasarla "en serie".

Sólo queda poner las galletas cortadas en una superficie plana (cartón, bandeja... algo que quepa en el congelador), cubrirlas con papel encerado o papel pergamino, y congelarlas. Una vez lo bastante duras, es mejor meterlas en bolsas de congelación, para evitar que el frío "queme" la masa.

Como lo más trabajoso ya está hecho, el día que queráis preparar las galletas es un lujazo: sólo hay que hornearlas. Y decorarlas, si os apetece.

Yo no me concentré mucho en la decoración porque mi prioridad era más bien la variedad de las galletas, porque todos los comensales eran adultos a los que, como a mí, el colorante verde-pino no les emociona mucho, y porque en el universo de blogueros cocinillas ya hay algunas que son expertas en la materia ;-), expertas que podéis consultar si queréis pasar una tarde agradable decorando estos hombrecitos (actividad chachi si tenéis niños, que ya es hora de despegarlos de la gamecube, leche). Sin embargo, decoré algunas a todo correr por mostraros un poco la presentación tradicional.

La receta, es de doña Marta Estuardo, of course. Un inciso con un par de truquillos importantes: cuando Martha dice "refrigerar una hora la masa", hacedlo. Evitadme la tentación esa de "si total, esta masa se puede estirar ya mismo". Cuando empecéis a intentar despegar los malditos hombrecitos y a decapitarlos, arrancarles miembros y otras atrocidades, vais a lamentar no haber hecho caso a Martha. Creedme.

Otro truquillo: el papel encerado. El papel encerado le salva la cordura a cualquiera que haga galletas con formas más sofisticadas que un círculo. Si ponéis un pedazo bajo la masa antes de comenzar a estirarla y cortarla, y otro por encima, evitaréis que la masa se pegue a la mesa y al rodillo, y será mucho más fácil despegar los hombrecitos y ponerlos en la bandeja de horno sin crueles desmembramientos.

Truquillo final: en lugar de espolvorear la mesa-papel encerado-rodillo con harina, que tiene la tendencia a secar las galletas, hacedlo con azúcar glas. Antes de cortar cada galleta, untad el molde igualmente en azúcar glas, la forma del hombrecito será mucho más nítida.





Mi "familia interracial de jengibre" recibe su nombre por la tanda que se me requemó ligeramente cuando andaba amasando otro tipo de galletas (peligros del multitasking), así que el resultado es papá jengibre, mamá jengibre, abuelo jengibre, hijito jengibre... y el hijito adoptado en Haití.

Si no os apetece hacer la versión antropomórfica, no es obligatorio. He aquí la versión nórdica.


domingo, 14 de diciembre de 2008

Variaciones en torno al sempiterno pavo (V)

Hay quien, como Marona, hace la cuenta atrás del Adviento con delicadas tisanas. O como Noema, que enciende velas cada domingo, siguiendo la costumbre alemana. La cocina montrealesa, impregnada de esa cultura del "think big" tan norteamericana, sigue contando pavos.

La Navidad se acerca más y más, con sus maratones de cocina y veladas familiares, los niños que se acuestan tarde y empiezan a parecerse más y más a Chucky, el muñeco diabólico, los cuñados ligeramente cocidos, los pavos crudos y ligeramente congelados... ya que no podemos sumergir al cuñado en agua fría, sumergiremos el pavo, a ver si deja de estar como una piedra.

sábado, 13 de diciembre de 2008

Llega la Navidad...

Foto del amiguete Carlos

... y no con sabor a mazapán, al menos no en Montreal. Aquí llega con sabor a sugar cookies. Y a gingerbread.

Por todas partes, en todos los cafés.

viernes, 12 de diciembre de 2008

Sidra caliente


Mientras Montreal sigue muuuuy bajo cero (y así seguirá hasta abril), siendo enterrado por otra nevada, el cansancio del final de trimestre y de estos meses con muy poca luz se hace sentir. Así que estos días carburo a base de bebidas reconfortantes (y no, no todas tienen alcohol, que tengo que conservar alguna neurona para seguir revolucionando el mundo de la lingüística).

Hoy voy a hablaros de una de mis favoritas, especialmente cuando trabajo -o estudio- en cursos de noche, y no quiero beber café para ser capaz de pegar ojo al meterme en la cama: la sidra caliente con especias (hot mulled cider o cidre chaud, en francés). Esta bebida se asocia más con el otoño en los Estados Unidos, pero en Québec es una de las preferidas durante las salidas de esquí o de patines con la familia durante las fiestas (junto con el chocolate caliente, claro).

Normalmente la hago cuando hemos ido a andar en raquetas con amigos, y volvemos todos a casa para cenar, para entrar en calor mientras preparamos la zampada. Esta semana no hay tiempo, así que habrá que conformarse con la versión de sobre. No es mala, pero es un poco como comparar el café soluble con el café de verdad. No es lo mismo.
De nuevo esos sabores de Navidad: naranja, clavo, canela... mmmh.

La receta de verdad, aquí.

miércoles, 10 de diciembre de 2008

Winter Wonderland (o así)

Dibujo original de monsieur M., que aparte de ser un dios de la sierra y del taladro,
también es un artista.

Nevada gloriosa, esponjosa, lenta.

Mi vecino italiano, jubilado en perpetuo estado de mala gaita, palea furiosamente la entrada de su casa. Cuando yo, en mis escaleras, hago un alto con la pala y retiro un poco hacia atrás el gorro que llevo (el ejercicio hace que empiece a tener calor), lo miro, toda sonrisas y mejillas rojas, y pompón ridículo de gorro peruano con orejas, con ese buen humor tan tocahuevos de todos a los que nos gusta la nieve y viajamos en transporte público, y le suelto un jubiloso -"Bonjour!".

Tras responder -"Hi, there!" (él es anglófono, como casi todos los emigrantes italianos) añade : -"It's like living in a fucking winter wonderland!" (Esto es como vivir en una jodida postal de Navidad).

Me dan unas malvadas ganas de responder, completando su frase: "Seis meses al año, Mr."

Pero prefiero seguir paleando y no añadir a su pila de miseria. Ni de nieve.