sábado, 30 de mayo de 2009

"Bite-me-babe" Red Velvet Cupcakes / Cupcakes Sangrientos "Terciopelo rojo"


Si no fuera porque he pasado bastantes años estudiando y que provengo de una estirpe de grandes lectores, yo hubiera sido pasto fácil de las novelas Arlequín. Parece que he hecho las suficientes lecturas de clásicos y militado en suficientes movimientos feministas como para que, a pesar de haber intentado empezar una de esas novelas, me diera la risa floja en el primer párrafo y no pudiera seguir.

Ojo, léase esto sin ningún tipo de tono condescendiente, ya sabéis que para mí la lectura es lectura, y lejos de mi intención de buscar la arenilla en el ojo ajeno, cuando el mío está llenísimo de best-sellers baratuchos.


En cierta forma, pienso que esas novelas son a la lectura de literatura lo que el porno a la lectura de revistas: porno sentimental. Y es que, sin ánimo de generalizar ni de estereotipar, creo que muchas mujeres buscan en esas lecturas el solaz de un romanticismo -muchas veces inflado al helio- que nunca obtendrán en la vida real (afrontémoslo, chicas, tras vivir juntos varios años, tenemos suerte si no eructan mientras los besamos), de la misma manera que muchos hombres encuentran en el porno lo que nunca saborearán en el dormitorio (no, el gang bang no es la fantasía número uno en el ránking de muchas mujeres).

Con esto no quiero decir que los únicos consumidores de pornografía sean los hombres (no, chicos, no sois los únicos), ni los hombres insatisfechos, aunque la mayoría del porno aún está producido por y para hombres, y en consecuencia, empapado de un machismo agresivo que deja bastante fría a una buena parte de las señoras. Sin entrar en lo de la explotación-objetivación de la mujer y blablabla, pero no quiero enfriaros el orgasmo.

Hoy el post va de libros (y series) que hacen suspirar o estremecerse, o las dos cosas, y de pastelitos que hacen relamerse, aunque el orden de los factores no altera el producto.

La serie de novelas de misterio-fantásticas-románticas (todo un cruce de géneros, voto a bríos) de la que voy a hablaros hoy está escrita por Charlaine Harris, (autora que, a juzgar por su foto, parece haberlas escrito en bata de flores y rulos), y protagonizada por Sookie Stackhouse, camarera telépata (sí, lo sé, esto suena cada vez peor) con una mezcla muy sureña de chica ingenua, anticuada, sexy y un poco trash, especialmente en su afición por los pantalones cortos muy cortos y los vestidos muy escotados.

La combinación de historia policiaca e historia de vampiros (con su historia de amor y una buena pizca de erotismo hot-hot-hot bien dosificado y sin demasiados tapujos), ambientada en la húmeda y calurosa Louisiana, con unas gotas de caricatura de la América profunda (en este caso sobrepasa lo profundo, es casi subterránea) es algo irresistible. Y yo soy una fan sin remedio de cualquier historia con vampiros desde que leí "Drácula" a una edad muy temprana y debí de entenderlo todo mal, porque Mina me cayó muy gorda, Jonathan Harker me pareció un lelo y el pobre conde Drácula, tan solitario, me inspiraba simpatía.

Los quebequeses se sienten especialmente cercanos a este estado del sur de la unión, por haber compartido una historia común, y haber conservado el francés contra viento y marea. Louisiana y su cultura cajún, los ritos vudú, la cocina criolla, el carnaval de Nueva Orleans, el jazz, el blues de los pantanos, esos pantanos rebosantes de caimanes y de mosquitos y esos bares rebosantes de rednecks, esas cadenas de radio con pastores predicando como energúmenos el Juicio Final, esas chicas decentes con minifaldas indecentes y esas bellezas negras de piel brillante y músculos tensos, todo ello sirve de tela de fondo a la historia.

El bar en el que trabaja Sookie está situado en Bon Temps, agujero perdido en la Louisiana rural, en la época actual, en un mundo en el que los vampiros han "salido del ataúd" y luchan por obtener la igualdad de derechos de una forma sospechosamente similar a cómo los negros lucharon por la misma causa no hace tanto tiempo. Teóricamente ya no necesitan beber sangre humana porque los japoneses han inventado "True blood", una nueva "bebida inteligente" que viene a ser sangre sintética, y que parece colmar las necesidades nutricionales de los ciudadanos chupasangre.


Estas novelas han dado origen a una estupenda serie (acabo de zamparme la primera temporada de una sentada y quiero más) producida por HBO, responsable de series de gran calidad como "Los Soprano", "Six feet under" ("A dos metros bajo tierra" en España) y "Sex & the city". Esta serie con mucho sexo y mucho blues está protagonizada por Anna Paquin, actriz que encandiló a muchos cinéfilos en "El piano". Para los que no la conocen y me leen desde el otro lado del charco, creo que en España salió en diciembre pasado (si wiki no se equivoca), y en Alemania acaba de salir.

Las damas ( y algunos señores, claro) estarán encantadas de ver en pantalla al guapo e inquietante vampiro Bill y sus impecables modales sureños, y los caballeros no le harán ascos a la guapa y jovencita Paquin sorprendentemente teñida de rubia y esgrimiendo lipstick rosa chicle, muy pornolicious, en hot pants y vestidos minúsculos, entre vulgar y virginal, y a menudo, ambas cosas a un tiempo. Los y las lingüistas y traductores se mostrarán interesados por ambos, disimulándolo hábilmente viendo la serie en versión original (subtitulada en inglés, si no leéis no os váis a coscar de ná), por aquello de oír el encantador y cantarín acento sureño. Estamos lejos de los Cárpatos, chicos. Para muestra, un botón.

Por si no lo sabían, caballeros, las señoras leen historias románticas mayormente porque "les ponen". Aunque luego lo disfracen de "es-que-es-una-historia-de-amor-tan-bonita". Así que si algún lector anda buscando un regalito sin complicaciones para su compañera, éste (la serie de libros o su versión televisiva) es de esos regalos que "keeps on giving". Ella pasará un buen rato leyéndolo, y hay fuertes probabilidades de que los dos pasen un buen rato cuando pare de leerlo. Pero yo no garantizo nada, ni devuelvo el dinero.

Por cierto, la receta de los cupcakes, rojos y aterciopelados, con su ligero sabor a chocolate y su glaseado de queso que sólo pide ser lamido, aquí. Ahora id a daros una ducha fría. Picarones.

lunes, 25 de mayo de 2009

Timbal de rigatoni: pasta con sabor a infancia



Se suele decir que la vida es una enfermedad incurable que termina siempre por matarnos, y es verdad. Éste no es un principio de post lo que se dice alegre, y parece no tener que ver gran cosa con la receta de hoy, pero cuando terminéis de leerlo (si tenéis la paciencia), veréis que sí. Como vasca de pro, soy capaz de relacionar prácticamente cualquier cosa con la comida.

Ayer, domingo, de nuevo tuve que decir adiós a otra persona, y esta vez fue a alguien de mi familia, así que aunque fue un adiós en la distancia (con un océano de por medio, muy a mi pesar), la persona de la que me despedí estaba paradojicamente más cercana.

Creo que una empieza a sentir que los años pasan cuando las pérdidas se suceden inexorablemente. En mi caso, espero que me den un respiro, porque últimamente es que no paramos. Y caray, vale que haya que morir un día, pero todos a la vez no, no se me atropellen, que hay sitio para todos. Y se me están poniendo los ojos como coles lombardas de tanto lagrimón funerario.

Así que la entrada de hoy es ombligocentrista y personal, con vuestro permiso. Necesitaba honorar de alguna manera, por muy fútil que sea, a mi tía Tere, TT. o tía Tula, como la llamaba en honor del clásico literario, sobrenombre que la hacía rabiar, porque "sonaba a vieja". Mi tía Tere era todo menos vieja, y eso que se nos ha ido septuagenaria, que es una edad respetable. Era una de esas tías de las de antes, las de ahora (entre las que me incluyo) no son lo mismo: tienen tatuajes, andan en moto y escuchan rock. Ella no necesitaba nada de eso para seguir siendo joven.

La tía Tere ponía cassettes de "Los 3 sudamericanos" en el coche cuando ella y mi tío me llevaban de fin de semana a su casa en La Rioja. Atravesábamos los viñedos escuchando "Pájaro Chogüi" (su favorita) a toda castaña.

Al no tener hijos, mi tía me acogía con todo el entusiasmo y la paciencia de alguien que no tiene que bregar con niños en la vida cotidiana. Me dejaba ponerme todos sus collares y sus vestidos de estampados imposibles, y probarme sus pamelas dignas de las carreras de Ascot. De su tocador siempre me fascinaba todo ese collarerío (mi madre no es muy amante de las joyas) y esa caja con jabones en forma de rosa y su perfume a juego. Ella sabía perfectamente dónde había andado, porque cuando salía de su cuarto con una densísima nube de olor a rosa flotando en torno a mí, sólo comentaba con una sonrisilla: -"Vaya, qué bien hueles."

Los fines de semana en casa de la tía eran de un lujo asiático para una niña pequeña; algo así como el equivalente a un fin de semana en el SPA de mi infancia. Mis tíos quizá no eran jóvenes y modernos, no tenían cassettes de Parchís (que era "lo más in" para los enanos de la época) ni video, pero a cambio me ofrecían toda su atención. Mi tía me servía el desayuno en la cama (algo que en casa no hacíamos), naranjas cortadas en medias lunas y chocolate con churros, un desayuno de una opulencia deslumbradora, al menos para mí, y lo comíamos sin prisa, los tres instalados en un improvisado picnic en pijama, en la cama de mis tíos.

La receta de hoy (foto de mi cuaderno, abajo), de Josée Di Stasio (en los enlaces de la columna de la izquierda, bajo la rúbrica "Recetas"), va estupendamente como homenaje a TT, que hacía los macarrones con chorizo más domésticos, ibéricos, grasosillos (en el buen sentido) y ricos que he comido jamás, y que los servía en raciones casi homicidas, de puro abundantes (ya os hablé de la hospitalidad agresiva típica de mi familia, hospitalidad que mi tía practicaba con entusiasmo abrumador). Si remplazáis las anchoas de la receta por unos pedacitos de chorizo, el resultado es exactamente ese tipo de pasta muy maternal, más seca que la pasta con salsa de tomate tradicional (al cocer en la salsa de tomate en lugar de en agua, la pasta absorbe mucho más sabor), casi dulce (la tía Tere creía firmemente en el azúcar como ingrediente de la salsa de tomate).
El nombre de este plato al horno, timbal, viene de la forma que tiene la pasta de formar un timbal que puede cortarse en rebanadas una vez frío (en las fotos aún estaba caliente). Se suele vender en los mercados italianos, y es una buena forma de comer pasta fría, sin cuchillo ni tenedor.


Es imposible resumir lo que fue Tere, y lo que fue especialmente para mí. Cualquier palabra suena inexacta, torpe. Sólo se puede pintar un esbozo, cuatro brochazos que den una idea de quién fue esa persona.

Mi tía era una mujer minúscula con los arrestos de un coronel de los marines, terriblemente miope y al mismo tiempo capaz de ejercer su antiguo oficio de modista cosiendo "de oído", alegre como un cascabel y con un sentido del humor a prueba de bomba atómica de varios megatones. Coqueta hasta el extremo (ahora ya sé de dónde me viene esa obsesión por la ropa), para ella toda mujer estaba más guapa con los labios pintados y teñida de rubia. Platino, aún mejor. No hay mal que con un buen tinte no pase, era su lema. Las dos estuvimos en eterno desacuerdo sobre este tema. Pero admiro su talante de "una puede estar sufriendo un martirio, pero no es excusa para salir hecha una facha".

Era la única capaz de comprender por qué a mis quince años yo necesitaba ese vestido/falda/pantalón ya mismo a pesar de tener un armario lleno, y la que me cosía cualquier cosa que le pidiera, a partir de uno de mis dibujos, por muy estrafalario que fuera, sin criticarme. Si yo me mostraba desagradablemente adolescente con mi madre durante una de las sesiones de prueba, los alfileres parecían desviársele de forma misteriosa, y un pinchazo oportuno solía interrumpir cualquier réplica respondona. Entendía maravillosamente mis vagas indicaciones sobre vestidos "a la Jackie O". Aunque no juzgara, me daba sus opiniones profusamente, eso sí. Y es que la tía tenía abundantes opiniones sobre muchas cosas, y las prodigaba sin miedo. "So, deal with it" sería para ella un epitafio perfecto.

Recuerdo haberme pasado por su casa con la cabeza semirapada y decolorada, el pelo blanco nuclear y un collar de perro rojo con tachuelas en el cuello (adolescencia difícil, sí), y haberme mirado sin hacer un sólo comentario peyorativo. Para ella lo importante era que yo estuviera lo bastante bien criada como para llevarle el encargo que me había dado mi madre. Que lo hiciera tatuada, desnuda o en patinete le daba absolutamente igual.

Mi tía era de esas mujeres españolas con la peculiar habilidad de dar la impresión de que el que manda en casa es el marido, pero sospecho que todas las órdenes que daba mi tío eran sugeridas por ella. Tras lo cual el pobre se aplicaba a ejecutarlas.

Tengo un par de imágenes en memoria de mi tío sudoroso, irritado y enrojecido, empujando un enorme sofá por todos los rincones posibles, mientras mi tía, siempre presa de una furia amuebladora-decoradora, decidía que finalmente el sofá estaba mejor donde lo habían puesto al principio. Con su habilidad costurera (y recicladora, mi madre ya se ha encontrado apoyada en unos cojines de raso color crudo, antaño su vestido de boda), era una de esas mujeres que te planta unas tremendas cortinas barroquísimas en menos de lo que se tarda en decir "flores de cretona".

Si es verdad que el cielo existe, y ya os he comentado lo que opino sobre el tema, probablemente mi tía Tere estará redecorándolo. Espero que a Dios le gusten los estampados, aunque tampoco creo que le deje meter baza.

domingo, 24 de mayo de 2009

Setas enigmáticas


Me gustan las setas en todas sus formas y manifestaciones -comestibles-. Éstas, curiosas y muy ricas, con ese pie enorme, se llaman "King Oyster". El "king" debe de ser por el tamaño. Y es que en Norteamérica they really think big.

miércoles, 20 de mayo de 2009

Oriente es oriente: Aloo Gobi Masala (Curry de coliflor)


Cuando se empieza estar cansado de estar encadenado al ordenador cual preso a su bola con grillete, nada como compensar esa carencia en picante de la vida con un buen plato bien especiado, picantito y humeante, en este caso, un curry. Y una buena comedia británica.

La culpa de que yo coma estas cosas es de mis amigas mexicanas, de Ed, más concretamente. Y no porque ella haya intentado convertirme a las virtudes del curry (cuando uno vive en la muy Gran Bretaña acaba adoptando la comida india, una de las pocas cosas positivas del colonialismo), sino porque yo antes de conocerla era una persona de fuerte carácter y estómago frágil, y no me atrevía con el picante. Pero Ed me cocinó unas típicas flautas verdes con salsa casera, y viéndola picar chiles como una posesa me sentí incapaz de hacerle un feo, y probé el platillo en cuestión.

Cuando vi que no sólo no necesitaba correr a buscar un extintor, sino que estaba muy bueno, y que no me produjo ninguna indigestión fulminante, un nuevo mundo de posibilidades llameantes se abrió a mis papilas. Resultado, la cocina en esta casa is flaming hot now, babe. Al menos de vez en cuando. Mi carácter sigue siendo bastante inflamable y mi estómago frágil, pero ambos parecen encajar fácilmente Tabascos (una herejía sintética, segun mis amigas) y jalapeños, chipotles y habaneros.


Este curry vegetariano de coliflor, o gobi masala, (aloo gobi masala en su versión paquistaní) es una variación personal de esta receta. Los cambios que hice a la receta original: a la coliflor le añadí unos cubos de calabaza (muchos currys que he probado mezclan batata, boniato, patatas o calabaza con la coliflor). Una cosa que no menciona la receta es que hay que cocer de antemano ambas verduras, al dente, para que no se deshagan cuando las mezclemos con la salsa (la coliflor al vapor y la calabaza al horno, en mi caso, aunque ambas se pueden hacer al horno, para que conserven una textura más firme). En lugar de guindilla en polvo utilicé medio jalapeño bien picadito (en Montreal es bastante fácil encontrar chiles mexicanos, aunque una guindilla corriente puede servir perfectamente) y añadí un poco de cayena en polvo y jengibre rallado, para echar más leña al fuego.

Como no tenía tiempo para hacerme mi propio curry, ni semillas de amapola ni anacardos, un par de cucharadas de pasta de curry Patak hacen maravillas, pasta que reforcé con cúrcuma, comino (en polvo y entero) y curry en polvo. Si no encontráis la pasta, el curry en polvo resulta bien.

El acompañamiento: unas alubias (eran unos restos, las lentejas o garbanzos también pueden acompañar este curry), y un puré de espinacas en el que calenté un poco de paneer (comprado), para darle el toque proteínico a la cosa.

El acompañamiento cinéfilo: la comedia de tema muy intercultural (a Noema probablemente le gustará) "Oriente es Oriente", "East is East" en inglés, "Fish & Chips" en... francés ;-). En la que se cuenta con mucho humor uno de los problemas de base que dificultan la adaptación de cualquier inmigrante (y de sus hijos), en este caso, el de un inmigrante paquistaní: uno puede sacar al hombre de Pakistán, pero no es fácil sacar a Pakistán del hombre.

lunes, 18 de mayo de 2009

Sin título.

La noticia me ha llegado más tarde que a vosotros, claro.

No sé qué decir. Yo para estas ocasiones utilizaba las palabras de Mario.

domingo, 17 de mayo de 2009

Blessed Are the Cheesemakers / Una de queso


¿Dónde reside el interés de una historia que aúna dos viejos locos que producen queso en una granja de Irlanda, una pandilla de ordeñadoras adolescentes embarazadas que ordeñan a ritmo de la banda sonora de "Sonrisas y lágrimas", un pobre tipo neoyorquino con el corazón roto y un alcoholismo incipiente y una pelirroja a la que su adorado marido ha puesto tantos cuernos que apenas entra por la puerta del establo? En el queso. Evidentemente.

Esta novela, "Blessed Are the Cheesemakers", entretenidísima y divertida, con personajes sumamente adorables, entrañables y bien perfilados, en uno de esos ambientes "pueblo-de-locos-irlandés" que siempre me ha gustado tanto (debe de tener relación con el ambiente familiar en el que crecí, sorry, mamá), merece la pena no sólo por el amor por el queso que perfuma todo el libro, como aquel medio kilo de Cabrales que me traje de Picos de Europa perfumó el coche, (coche cuyo uso compartía en la época con Estoico Hermano, hombre de nariz sensible que no pudo conducirlo en casi un mes porque no era capaz de entrar en él sin una máscara antigas), sino porque está bien escrita y vais a pasar un "ol' jolly good time" leyéndola (a los que puedan encontrarla en inglés, os lo recomiendo, los tacos de los vejetes protagonistas en versión original no tienen precio).

Creo que hoy os hablo de esto porque acabo de recibir el resultado de mi último control de colesterol, y me estoy preparando emocionalmente a decir adiós al queso por una buena temporada. Ssniff. Y es que el queso de soja no es queso, no. Y el quark, tampoco. Os dejo con un par de párrafos de esta novela. Y unas fotos de uno de mis quesos favoritos (no he encontrado fotos del Saint-Morgon, otro de mis preferidos), en guisa de sentido homenaje.

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"All right, all right", Fee interrupted rudely, banging his mug of tea on the table. "Thank you for your input, Mr. Kavanagh QC. Evidence, me arse." He sat there, looking grumpy. The truth was that the cheesemaking was not coming together as quickly as he needed it to. He already knew what today's curd would taste like. Like it had his grandmother's toenail clippings in it. And they hadn't called her The Old Crow for nothing.

[...] "You've trusted me before, Joseph", he said, "and you can trust me now, evidence or no evidence. They've got the chemistry, even you can see that, they just need the time. And in the absence of time, they need a bit of a shove."

"You talk about them like they're cheeses but they're not," Corrie said almost gruffly. "They're people. They're made of flesh and blood and we don't know what's gone into them so far. Chemistry or not, they don't seem to like each other and they're making cheese that tastes like toe jam."

viernes, 15 de mayo de 2009

Piensa globalmente, come localmente: Bocadillo de bogavante al estilo de Nueva Escocia / Nova Scotia Style Lobster Roll with fiddleheads


Cuando Ajonjolí propuso como tema para el HEMC de este mes una receta preparada con la mínima huella ecológica posible, es decir, con productos locales, al principio me desanimé, porque en esta parte de Canadá, Quebec, el invierno acaba como quien dice de terminar. Eso quiere decir que cuando en España ya se anda comiendo fresas, aquí aún tenemos montañas de nieve en los rincones y prácticamente todas las verduras y frutas (salvo las de larga conservación, como los nabos y las patatas) nos llegan de Chile, México o el sur de los Estados Unidos. La verdad, hacer un plato compuesto de nabos y patatas no me parecía lo que se dice excitante. Y cocinar sin verduras para mí es bastante difícil, no soy excesivamente carnívora.

Este blog suele intentar abriros una ventana sobre el paisaje canadiense -y más concretamente, quebequés-, así que aunque la mayoría de las recetas que propongo tengan un carácter muy "de aquí", intento que puedan prepararse con ingredientes fáciles de encontrar al otro lado del charco, salvo cuando la intención es mostraros una curiosidad, algo realmente típico. Para la de hoy no creo que podáis encontrar todos los ingredientes, especialmente los brotes de helecho, así que mil perdones. Es lo mejor que he podido hacer en unas latitudes en las que las primeras cosechas llegan en junio.

La receta de hoy, básicamente una cenita relajada, de las que se comen delante de la tele con un trapo en las rodillas, está preparada íntegramente con ingredientes quebequeses. Con una excepción: el aceite de oliva de la vinagreta. Podría haber hecho una de esas vinagretas con yogur, pero me parece que no le va muy bien a los brotes de helecho, y la ortodoxia no es lo mío.

A lo que voy: esta cenita muy de temporada consiste en un bocata de bogavante quebequés (en Quebec sabemos que ha llegado la primavera cuando llegan los primeros bogavantes a la pescadería, y florecen las primeras lilas), hecho con pan casero (directamente de mi horno, más local que eso no hay) de centeno y trigo integral, con harinas orgánicas de producción quebequesa.

Lo del bocadillo de langosta o bogavante puede pareceros una herejía, pero en el Canadá Atlántico (Nueva Escocia, la isla del Príncipe Eduardo, Terranova...) y en algunos estados americanos (como Maine) es de lo más típico. He aquí la receta. En Quebec, donde también se pesca este delicioso (y barato, comparando con los precios europeos) crustáceo, es un poco menos frecuente, se come más en ensalada o con mantequilla de ajo derretida. Como curiosidad zoológica os diré que durante bastante tiempo confundí el bogavante con la langosta. Para los curiosos, aquí podéis leer sobre la diferencia.

El toque verde, imprescindible en esta casa, lo pone la ensalada al vapor de brotes de helecho o "cabezas de violín" (têtes de violon o fiddleheads), típicamente primaverales y típicamente quebequeses, de los que ya os hablé.

El perfume lo ponen las lilas del parterre.

jueves, 14 de mayo de 2009

Gracias, guapos

Después de haber recibido más mensajes de voluntarios ofreciendo su ayuda de los que necesitaba o podré contestar de forma más personal (pena), me quito el sombrero y me inclino ante vuestra generosidad, desprendimiento, simpatía y solidaridad.
A todos los voluntarios y amigos españoles: Mili, Claudia, Ivana, Sara, María, Esperanza, Maite, Jordi, Alba, Lilith, Eva, Yolanda, Dani, Mónica, Txentxo, Estoico Hermano y Recia Cuñada, Lupe, Rafa; a los voluntarios y amigos latinoamericanos: Edith, María, su hermano Carlos, a Juliana, a su marido Francisco, Angélica, Adriana, Marcela, Diana y Sol, a todos,

Si tuviera pasta para enviaros a todos un paquetillo de agradecimiento, lo haría. Tendréis que conformaros con mi más sentido homenaje. Guapos, que sois todos unos guapos.

And the winner is... / Y el premio va para...

La respuesta a mi petición de ayuda a los lectores latinoamericanos (y a los amigos/maridos/conocidos) de dichos lectores fue tan espontánea, rápida y amable, que me sorprendió.

Como lo prometido es deuda, he sorteado un regalito de agradecimiento (no esperéis gran cosa, es un paquetillo con muestras de los productos típicos de Quebec) entre todas las personas que me han ayudado. No he incluído a mis amigas de aquí porque ellas saben que serán recompensadas en vivo y en directo ;-).

Así que el premio va para... (redoble de tambores)...



¡Tachán!


¡Juliana! (Que tendrá que escribir al buzón del blog para mandarme su dirección postal completa).

El mini-premio: unos bombones de arce y nueces, galletas de sirope de arce, copos de azúcar de arce (estupendos para espolvorear las fresas, los yogures y el helado), un par de recuerdillos de Quebec y un poco de sucre à la creme (el fudge tradicional quebequés). Espero que le guste.


Gracias a todos los que me habéis echado una mano.

domingo, 10 de mayo de 2009

Pastel sexy de Tía María / Gâteau sexy au Tia Maria avec son coulis de framboises

Desde que he descubierto los lujuriosos pasteles de chocolate negro "con cosas", me ha dado por probar todas las recetas que encuentro. El hecho de ser una chocoadicta sin ninguna esperanza de rehabilitación probablemente también tenga algo que ver.
Empecé con el "Wake-up-and-smell-the-coffee-Dark-Chocolate-Cake" (pastel de chocolate negro y café espresso que os recomiendo con entusiasmo), seguí con el fantástico "Kiss-me-I'm-Irish Guinness Cake" y hoy continúo con este lúbrico pastel marmoleado de Tía María.


En realidad, no es el pastel el que es marmoleado, sino la ganache de chocolate con la que lo recubrí. La receta original proponía una simple cobertura de chocolate negro decorada con granos de café (aquí se encuentran recubiertos de chocolate, por seguir con la redundancia café-chocolate-más chocolate), pero me apetecía jugar con una cobertura de chocolate blanco y negro. El efecto marmoleado no lo conseguí exactamente como quería, (me quedó más como un motivo de venas varicosas que como un estampado de papel florentino, que era lo que pretendía), y es que he descubierto que el chocolate blanco es muy caprichoso a la hora de trabajar con él y fundirlo. Si una se pasa aunque sea ligeramente del tiempo necesario, se vuelve pastoso e imposible. Un poco como pasa con algunas relaciones.

Tras cubrir el pastel con la ganache de chocolate negro, vertí inmediatamente la de chocolate blanco por encima y con un palillo hice dibujos. Si hubiera tenido más tiempo, hubiera pegado virutas de chocolate negro alrededor de todo el contorno.

La masa de este pastel es terriblemente líquida, si no tenéis un molde desfondable totalmente hermético (aquí los llaman spring pan porque se cierran con un resorte), os aconsejo un molde tradicional. Si vuestro molde es presuntamente fiable, aún así os sugiero hornearlo encima de una bandeja de horno, para evitar "sorpresas".

Es precisamente lo líquido de la masa y la baja temperatura a la que se hornea durante largo tiempo, junto con la enorme cantidad de buen chocolate (y hablo de chocolate en tableta, y no de cacao en polvo), lo que le da a este pastel esa textura suntuosa -y untuosa-, extremadamente húmeda, casi como de pudding, que no se parece en nada a la textura de bizcocho más tradicional de los otros dos pasteles que he hecho últimamente y que rezuma chocolate de una manera que estoy segura que el Vaticano desaprobaría. Este pastel casi remplaza el sexo, vaya. Y lo de "casi" depende del talento del partenaire.

Por esa misma razón, no necesita ser rellenado de ninguna crema, ya es lo bastante cremoso y pecaminoso en sí mismo. Un coulis o salsa de frutas rojas más bien ácidas (frambuesas o grosellas) ejercen de contraste perfecto al dulce-amargo del chocolate negro (yo lo hice con 80% de cacao) y el fondo sutil de café.


La receta la encontré en la novela "Eat cake", de la que ya os hablé, la que os he enlazado aquí es exactamente la misma. Os animo con entusiasmo a que pequéis y lo probéis.

Porque siempre hay una buena razón de sentarse delante de un pedazo de pastel de chocolate.

viernes, 8 de mayo de 2009

Muffins pop de plátano


Deliciosos, sanotes, fáciles. La receta, aquí.


La canción para acompañarlos, aquí.
Dedicados a la Lupe, por su buen humor crónico. Y porque me la recuerdan mucho :-).

miércoles, 6 de mayo de 2009

International No Diet Day: Galletas guarrísimas de Reese

Tenéis que perdonarme si a veces hablo de cosas que ya existen por España, hace ya una década que crucé el charco, y, a pesar de visitas en vacaciones, no estoy muy al día en lo que a productos que puedan encontrarse en los supermercados se refiere. Por eso a veces puedo hablar de algo que creo que os va a parecer "exótico" a los que vivís al otro lado del Atlántico, y resulta que, como la sombra de la mundialización es alargada, ya se vende por allí.

Pero algo me dice que los chocolates Reese no se encuentran mucho por la Europa no anglosajona, el abismo de las diferencias culturales es demasiado profundo. Hay que tener papilas gustativas anglosajonas (o haber vivido mucho tiempo en un país que las tenga), para apreciar esta guarrería, este epítome de la cochinada norteamericana.


Para empezar, hay que ser capaz de apreciar la mantequilla de cacahuete, y la idea de que esta pasta ultradensa puede mezclarse con cosas varias, en este caso, el chocolate. La mantequilla de cacahuete es el desayuno tradicional de Quebec. Los quebequeses la untan alegremente en sus tostadas, y monsieur M., con esa horrible exultación mañanera que le caracteriza, (horrible, porque antes de las siete de la mañana no puede ser calificada de otra manera), la unta aún más alegremente, si cabe. Y la mezcla con cosas como plátano, miel, o Nutella. Cielo santo.

Yo que me levanto con la boca seca como la suela de una alpargata, y que no puedo articular palabra hasta que no me he metido mínimo dos vasazos de agua y uno de zumo entre pecho y espalda; yo que no soy matinal, que cuando el despertador suena antes de las siete (en este magnífico país, muy a menudo) quiero morir (sólo durante los primeros veinte minutos de mi jornada); yo que amanezco con un aspecto como si una pala mecánica me hubiera pasado repetidas veces por encima durante la noche (¿quién ha dejado entrar una excavadora al dormitorio? porque esa cara yo no la tenía ayer por la noche... y luego hablan de "sueño reparador"...) y que voy a la universidad con las marcas de la almohada aún impresas en el carrillo; yo que desayuno en el metro porque a esas horas luciferinas no me entra nada en el cuerpo, veo como mi quebequés de marido mastica esa cosa pastosa y pienso que, si le doy un tiento a su tostada, no seré capaz de despegar la lengua del paladar nunca más. Inconveniente para alguien cuyo trabajo consiste principalmente en hablar en público.

Pero mi relación con la peanut butter/ beurre d'arachides ou beurre de pinottes, como la llaman en Quebec, ha cambiado extrañamente.

Todo empezó tras una gripe de caballo que pasé durante mi segundo invierno aquí, el virus me había afectado también el aparato digestivo, y hacía como una semana que no podía tragar nada. Tras muchos tosidos, fiebre salvaje y noches abrazada a la papelera de mi cuarto (por si las moscas), cuando lo peor de la gripe comenzó a ser cosa del pasado, me levanté una tarde sintiéndome una piltrafa. Como estaba solita en ese momento (monsieur M. andaba de viaje, intimidando renos en el norte de la provincia), en un país hostil (al menos, sus virus me parecían bastante hostiles, los muy canallas) y en pleno febrero, y sentía las rodillas blandas como la gelatina, me senté en la cocina pensando algo así como "quiero a mi mamá", y más concretamente, "quiero a mi mamá con una cazuela de sopa de pollo entre las manos". Así que me puse a meditar en qué podía comer que no implicara cocinar ni moverse mucho.

La revelación: pan de sándwich, mermelada de grosellas, mantequilla de cacahuete. (Aquí, podéis meter de fondo "Así hablaba Zarathustra"). Sándwich energético. Y estuve comiendo el mismo durante las cuatro tardes siguientes.

Mi relación con la mantequilla de cacahuete cambió, aunque raramente soy capaz de comerla por la mañana. Eso no ha cambiado tanto.

Pero sí que soy capaz de perpetrar unas galletas en las que he sustituído las pepitas de chocolate por pedazos de Reese (pero en lugar de poner una chocolatina entera encima de la galleta, como en la receta, las he mezclado con la masa, así la mantequilla de cacahuete y el chocolate se funden juntos, mmmmhh). En honor del día internacional sin dieta: hoy. Bonita conmemoración donde las haya. Si queréis celebrarlo pero no os apetece cocinar, podéis celebrarlo con un sándwich de plátano con miel.

Y que le den morcilla a la celulitis. Imaginaos que tras comeros este sándwich, salís de casa dándole rienda suelta a la culpabilidad, y, distraídas, os pilla un autobús al cruzar la calle. Francamente, sería bastante lamentable que vuestro último pensamiento antes de dejar este mundo fuera: "No tendría que haber comido todos esos hidratos de carbono".

domingo, 3 de mayo de 2009

De tetas y pedagogía


Hace un par de veranos, en mi última visita a las Europas, una ciudad del norte de España, un cuarto de baño en el piso fuertemente hipotecado de Estoico Hermano: me cepillo los dientes con la puerta cerrada, con la vana esperanza de procurarme unos muy necesarios minutos de soledad. La puerta se abre bruscamente. Dada la falta generalizada de pestillos que padecen los domicilios de mi familia española y el exotismo de esa extraña costumbre de llamar a las puertas cerradas, practicada tan poco por mi tribu, no me sorprendo mucho.

Sobrino Espitoso entra corriendo, llevando unicamente unos diminutos (porque él es flacucho, incluso para un niño de cuatro años) slips morados y verdes del increíble Hulk, slips que, por cierto, le compré yo en un ataque de "tíitis" aguda.

Sobrino Espitoso, bajándose los minúsculos calzoncillos y sentándose en el retrete a toda velocidad : -"¡Me meo! ¡Me meo!"

Eso de hacer pis sentado debe de ser producto de su educación. Estoico Hermano -o Recia Cuñada- no confían en lo certero de su puntería. ¿Será genético?

Mi momento de soledad fue breve. Cierro la puerta (conociendo a mi familia, y teniendo en cuenta que el cuarto de baño es un clásico aseo español, dotado de bidé, aún hay espacio para que Estoico Hermano venga a ducharse y Recia Cuñada entre con Bebé a darle un baño de asiento): -"Vale, vale, ¿quieres que llame a la abuela por teléfono? Debe de ser la única que no te ha oído."

Ruidito de tierno pipí infantil. Mientras me enjuago la boca, mirando pensativa mi reflejo, Sobrino Espitoso, igualmente pensativo, apoyando el mentón en una mano, me lanza esta pregunta: -"Tía Arantza, ¿tú tienes tetas?".

Lo miro, la boca ligeramente abierta y las comisuras aún llenas de pasta de dientes, un poco descolocada y ligeramente ofendida, y no precisamente en mi sentido del recato, sino más bien en el pundonor. Que vale que no posea un escote amuebladísimo y voluptuoso, pero coño, lo que se dice tener tetas, tengo.

Yo (abombando un poco el tórax): -"Pues claro que tengo."

Nos ha jodido, el niño. Pero no lo digo, porque estoy intentando no cargarme toda su educación en una semana de visita, y hoy ya me ha oído decir -y repetido en la mesa con gran regocijo - tres "joder" y un "hostias".

Sobrino Espitoso, aún sentado en el retrete, los calzoncillos en torno a los flacuchos tobillos, escrutándome el área pectoral sin ningún disimulo, se permite dudar: -"¿De verdad?". Hay que decir que su madre, Recia Cuñada, está equipada con un escote que provocaría la envidia de Sofía Loren. Hace treinta años también hubiera provocado su envidia (hay que precisar, porque cuando vi a Sofía en la entrega de los Oscar de este año, daba bastante miedo).

Jolín, vale lo de que esta generación está siendo criada sin toda esa horrible culpabilidad católica en lo tocante al sexo, pero caray, este niño tiene cuatro años. Según Freud, tiene que estar como mucho al principio de la fase de latencia, y no interesándose por las tetas de nadie.

Yo: -"Claro. Soy una chica. Las chicas tenemos tet--- pechos."

Sobrino Espitoso: -"Ya le había dicho yo a Iñigo Borja que tú eras una chica. Y no me creía. Me dijo que si fueras una chica, tendrías tetas y pelo largo."
Bonjour, ideas reductoras a los cuatro años.

Yo, cerrando el grifo: -"¿Iñigo B---?" (¿En qué demonios estarían pensando sus padres al bautizarlo así? ¿Estarían borrachos? ¿Qué ha pasado con nombres clásicos como Juan, Pablo?)
-"¿Tu amigo no sabe que las chicas también llevan el pelo corto? ¿Y los chicos el pelo largo? ¿Y que no todas las mujeres tienen tet--- pechos grandes?"
(Probablemente los padres son de la Falange, y le dejan ver reposiciones de "Los vigilantes de la playa". Eso explicaría el nombre. Y el modelo femenino reductor.) -"¿Tú no tienes amigas con el pelo corto en la ikastola ?"

Sobrino Espitoso, ligeramente escéptico: -"Mmh. Karmele tiene el pelo corto, pero yo creo que es un chico. No tiene tetas, y escupe más lejos que nadie."

Yo, secándome las manos con la toalla, lista para destruir prejuicios sexistas a tan tierna edad, toda triunfante de lógica adulta: -"Pero, a ver, tu amiga Karmele, cuando tiene que hacer pis, ¿a qué baño va? ¿Al de los chicos o al de las chicas?"

Sobrino Espitoso, aún no completamente convencido por mi lógica irrefutable: -"Uhm." Se rasca la cabeza, pensativo. Pausa larga. -"Tía, ¿me enseñas las tetas?", dice al fin, sentado en la taza, con expresión seria y científica.

Yo, mirándolo con asombro -adiós, fase de latencia-, me debato en cinco segundos con todos mis principios:

a) Los educativos (deformación profesional): la sana curiosidad científica debe de ser satisfecha con respuestas.

b) Los psico-comportamentales: más allá de la intención pedagógico-anatómica, está el problema de los tabús. Si digo no, y muestro incomodidad, voy a traumatizarlo de por vida, pobriño, va a pensar que la desnudez es algo vergonzoso, su vida sexual será un asco y todo por culpa de su tía, que no quiso enseñarle las tetas en su tierna infancia. Bueno, igual la relación de causa-efecto no funciona exactamente así, pero qué responsabilidad, madre.

c) Por otra parte, mis nobles propósitos pedagógicos van a parecer difíciles de explicar si alguien abre la puerta y me ve en el baño, enseñándole las tetas a mi sobrino.

d) Y lo de satisfacer la sana curiosidad científica tiene sus límites, leche. Que primero es "enséñame las tetas" y a los 15 igual va y me dice que tiene mucha curiosidad por saber en qué consiste la sodomía con un vibrador a cabeza triple -esto del acceso ilimitado a internet es terrible-, y yo en algunas cosas aún soy muy judeocristiana. Y mis instintos pedagógicos tienen sus límites.

Ahí le ando, debatiéndome, cuando en toda su aplastante lógica infantil me suelta: -"Cuando vas a la playa las enseñas, ¿no? Mamá las enseña. Como todas las chicas. Si eres una chica, claro..."

No sabiendo aún si es su lógica la que me ha convencido, o mi orgullo ligeramente picado, me levanto brevemente la camiseta, con expresión resignada. Sobrino Espitoso observa desapasionadamente, con interés taxonómico.

Yo, bajándome la camiseta, con tono concluyente: -"¿Ves? Tengo el pelo corto y soy una chica."

Sobrino Espitoso: -"Es verdad. Son más pequeñas que las de mamá. Pero tienes. Y son un poco más grandes que las de Conchi."
(Conchi es la canguro que va a buscarlo a la salida del cole. Veo que ella también ha caído. Este niño tiene su talento.) -"Pero las de la abuela son diferentes. Como más planitas."

Santa Madre es tan incauta como yo. Debe de ser de familia.

Dicho esto, se levanta, se sube el calzoncillo, tira de la cadena y sale corriendo del cuarto de baño, gritando: -"¡MAMA! ¡MAMAAAAAAA! ¡Tenías razón, tía Arantza es una chica, me ha enseñado las tetas!"

Recia Cuñada, desde la cocina, con tono cansado: -"¿Ella también?"

viernes, 1 de mayo de 2009

Comida coreana

He probado algo nuevo: comida coreana. La cocina coreana está a medio camino entre la japonesa y la china, y hasta ahora nunca había tenido la oportunidad de probarla.

Los coreanos tienen sus propios raviolis, claro, ya os conté que el mundo de los raviolis o dumplings es inmenso. Los suyos se llaman mandu. Los raviolis de todo tipo y procedencia son algo que me gusta mucho, así que los veréis aparecer regularmente en este blog, probablemente flotando en un caldo :-).
Al contrario que a Mafalda, a mí me encanta la sopa. Empecé a apreciarla realmente cuando vine a vivir a un país nórdico. Es mi comida reconfortante por excelencia.

Las sopas claras, con mucho caldo, son las que más me gustan, especialmente las vietnamitas, y la sopa won ton.

Esta sopa tenía un caldo cuya base sabía a ternera, a pollo, col, chalotas, salsa de soja y otras cosas no identificables. Muy buena. A pesar de que pagué un "precio estudiante". Es lo bueno de Montreal, se puede comer bien fuera de casa, por poco dinero.


Lo típico-típico en un restaurante coreano es el bulgogi, plato de carne salteada o a la parrilla, servida con verduritas y arroz, y el kimchi , una especie de chucrut coreano, que se come solo o acompañando otros platos, en muchas formas diferentes. Parece ser que las primeras referencias a la elaboración del chucrut provienen de China del norte y fue exportado hacia Europa mediante la expansión de los mongoles. Otra cosa que viene de China.

Yo pedí un bibimbap de pollo. No me entusiasmó mucho, me pareció muy salado, probablemente por la forma de fermentar algunas de las verduras. Pero pienso reincidir, la próxima vez en un restaurante a precio un poco menos estudiante. Por aquello de reunir más información para formarme una opinión más completa. Y llenarme la pancita, que diría mi amiga María.