miércoles, 6 de mayo de 2009

International No Diet Day: Galletas guarrísimas de Reese

Tenéis que perdonarme si a veces hablo de cosas que ya existen por España, hace ya una década que crucé el charco, y, a pesar de visitas en vacaciones, no estoy muy al día en lo que a productos que puedan encontrarse en los supermercados se refiere. Por eso a veces puedo hablar de algo que creo que os va a parecer "exótico" a los que vivís al otro lado del Atlántico, y resulta que, como la sombra de la mundialización es alargada, ya se vende por allí.

Pero algo me dice que los chocolates Reese no se encuentran mucho por la Europa no anglosajona, el abismo de las diferencias culturales es demasiado profundo. Hay que tener papilas gustativas anglosajonas (o haber vivido mucho tiempo en un país que las tenga), para apreciar esta guarrería, este epítome de la cochinada norteamericana.


Para empezar, hay que ser capaz de apreciar la mantequilla de cacahuete, y la idea de que esta pasta ultradensa puede mezclarse con cosas varias, en este caso, el chocolate. La mantequilla de cacahuete es el desayuno tradicional de Quebec. Los quebequeses la untan alegremente en sus tostadas, y monsieur M., con esa horrible exultación mañanera que le caracteriza, (horrible, porque antes de las siete de la mañana no puede ser calificada de otra manera), la unta aún más alegremente, si cabe. Y la mezcla con cosas como plátano, miel, o Nutella. Cielo santo.

Yo que me levanto con la boca seca como la suela de una alpargata, y que no puedo articular palabra hasta que no me he metido mínimo dos vasazos de agua y uno de zumo entre pecho y espalda; yo que no soy matinal, que cuando el despertador suena antes de las siete (en este magnífico país, muy a menudo) quiero morir (sólo durante los primeros veinte minutos de mi jornada); yo que amanezco con un aspecto como si una pala mecánica me hubiera pasado repetidas veces por encima durante la noche (¿quién ha dejado entrar una excavadora al dormitorio? porque esa cara yo no la tenía ayer por la noche... y luego hablan de "sueño reparador"...) y que voy a la universidad con las marcas de la almohada aún impresas en el carrillo; yo que desayuno en el metro porque a esas horas luciferinas no me entra nada en el cuerpo, veo como mi quebequés de marido mastica esa cosa pastosa y pienso que, si le doy un tiento a su tostada, no seré capaz de despegar la lengua del paladar nunca más. Inconveniente para alguien cuyo trabajo consiste principalmente en hablar en público.

Pero mi relación con la peanut butter/ beurre d'arachides ou beurre de pinottes, como la llaman en Quebec, ha cambiado extrañamente.

Todo empezó tras una gripe de caballo que pasé durante mi segundo invierno aquí, el virus me había afectado también el aparato digestivo, y hacía como una semana que no podía tragar nada. Tras muchos tosidos, fiebre salvaje y noches abrazada a la papelera de mi cuarto (por si las moscas), cuando lo peor de la gripe comenzó a ser cosa del pasado, me levanté una tarde sintiéndome una piltrafa. Como estaba solita en ese momento (monsieur M. andaba de viaje, intimidando renos en el norte de la provincia), en un país hostil (al menos, sus virus me parecían bastante hostiles, los muy canallas) y en pleno febrero, y sentía las rodillas blandas como la gelatina, me senté en la cocina pensando algo así como "quiero a mi mamá", y más concretamente, "quiero a mi mamá con una cazuela de sopa de pollo entre las manos". Así que me puse a meditar en qué podía comer que no implicara cocinar ni moverse mucho.

La revelación: pan de sándwich, mermelada de grosellas, mantequilla de cacahuete. (Aquí, podéis meter de fondo "Así hablaba Zarathustra"). Sándwich energético. Y estuve comiendo el mismo durante las cuatro tardes siguientes.

Mi relación con la mantequilla de cacahuete cambió, aunque raramente soy capaz de comerla por la mañana. Eso no ha cambiado tanto.

Pero sí que soy capaz de perpetrar unas galletas en las que he sustituído las pepitas de chocolate por pedazos de Reese (pero en lugar de poner una chocolatina entera encima de la galleta, como en la receta, las he mezclado con la masa, así la mantequilla de cacahuete y el chocolate se funden juntos, mmmmhh). En honor del día internacional sin dieta: hoy. Bonita conmemoración donde las haya. Si queréis celebrarlo pero no os apetece cocinar, podéis celebrarlo con un sándwich de plátano con miel.

Y que le den morcilla a la celulitis. Imaginaos que tras comeros este sándwich, salís de casa dándole rienda suelta a la culpabilidad, y, distraídas, os pilla un autobús al cruzar la calle. Francamente, sería bastante lamentable que vuestro último pensamiento antes de dejar este mundo fuera: "No tendría que haber comido todos esos hidratos de carbono".

9 comentarios:

Anónimo dijo...

Yo vivo de este lado del atlántico pero bien bien al sur y siempre me pregunte como en Estados Unidos podían comer esos emparedados, parece que no son los únicos.

Ah, otra cosa: Exultación mañanera antes de las siete de la mañana? Imposible.

The Intercultural Kitchen dijo...

Aquí una que se levanta todos los días como unas castañuelas... aunque una tostada de esas no conseguiría meterme, y me están dando arcadas imaginándome las galletas... este... luego vuelvo, que para esta guarrada no son horas.

Dispersa Desastre dijo...

Que conste que en mi casa, mis chicarrones del norte han probado la mantequilla de cacahuete y les gusta... dicho esto me solidarizo con tu despertar mañanero: el mío es muy parecido y no soy persona hasta que me tomo el cafelito, también soy incapaz de meterme nada (y menos dulce) hasta un rato después. Y mi contrario se despierta alegre y dicharachero y, lo que es peor, charlatán... horreur.
Un besuco.

Miriam dijo...

Yo es que tengo un profundo trauma desde que probé la salsa de cacahuetes típica indonesia cuando vivía en Holanda (caliente!)... creo que no he sido capaz de volver a tomar ni panchitos, qué asco, y de eso hace 20 años ná más. Así que la mantequilla de cacahuetes es anatema pá mí, incluso durante dos meses que pasé en EE.UU., que probé guarradas sin cuento, pero esa no.

En fin, sobre gustos no hay nada escrito... aunque, yo sí que me levanto con un hambre feroz.

Salud

Ginebra dijo...

Ay, jamía, yo nada más levantarme me como lo que sea (una vez me atreví con una paella... en fin) y eso de la mantequilla de cacahuete me parece fascinante porque en efecto es una guarrería total pero joé qué bien entra (claro que también recuerdo a unos neozelandeses que hace dos semanas ponían carita de asco en mi casa cuando saqué los churros del desayuno, y dijeron que para ellos el aceite de oliva era una inmundicia total).

Anónimo dijo...

Guaaaauuuuuuu....vale, y seguro que estan buenisiiiiimas pero creo que esta vez paso....bueno, vale, solo hasta el prox. fin de semana jajajajaj...que pinta!! con sus tropezones y todo....ñam ñam ñam!!!!
Por cierto, tu post anterior me confirma lo que me dijiste, si que se te dan bien los niños, si... ;-P
Yo por la mañana puedo comer de tó recien levantada, de hecho, estoy convencida de que un día de estos nos echaran de un hotel por culpa del dichoso bufet del desayuno jajajaja

Un besazo!

Maite

PD.- verif de palabra: pican....pues si picamos, y que? jajajaja...yo picaré con la mantequilla de cacahuete.

Arantza dijo...

Cora: no, no son los únicos. Pero los quebequeses son más de comer la mantequilla de cacahuete sola, en tostada, por la mañana.

Noema: yo no he dicho que me levante de mal humor. De hecho, me levanto con la misma consciencia que un platelminto, así que ni siquiera puedo hablar de humores. Mi estado cerebral es tan puramente vegetativo cuando me despierto que las emociones no entran en juego hasta después del primer café. Y nada de arcadas, que las galletas estaban MUY ricas. Engordantes y grasorras, pero ricas.

Dispersa: camarada no mañanera, parece que la mantequilla de cacahuete, la natural (no la de Kraft que es la que come todo el mundo, mezclada con toneladas de azúcar y aceite de palma, sino la de puros cacahuetes molidos) es incluso nutritiva y buena para la salud (tan buena como comer nueces). Palabra de una nutricionista, que me lo dijo. Pruébala untada en pedazos de manzana ácida. Muy rico.

Miriam: ¡ah, la salsa satay! Pues es bastante empalagosa, vamos, que no me la comería a cucharones, pero acompañando unas gambitas en una receta tailandesa a mí si que me gusta. Pero simpatizo con tu trauma. Yo tuve un incidente con un sushi de calamar crudo (insisto, crudo, no marinado o cebichado o escabechado o blanqueado, sino crudo y gelatinoso, y mira que me gusta el sushi) que aún me acosa en mis pesadillas...

Gin: paella... tú lo que eres es inmortal. Bueno, yo recuerdo que en la veintena podía sacudirme con los amiguetes unos espaguetis con guindilla y ajo a las dos de la mañana (y sin haber fumado porros, ¿eh?) e irme inmediatamente después a la cama. Ahora si hago eso hay que llamar a urgencias.

Maite: así me gusta, tú eres de las que se apuntan a un bombardeo. debe de ser lo de tener niños, que os volvéis superheroínas supervitaminadas.

Marona dijo...

Pues a mí me debieron hacer el paladar a ese lado del charco porque a mí me encanta la mantequilla de cacahuete (esa que tu dices que es 100% cacahuete y nada más...) en dulce o en salado, caliente sobre unas brochetitas de pollo o fría untada en manzana ácida (como tú muy bien dices), por la mañana en tostadas con plátano y miel o por la tarde...
y esas "cups" las descubrimos el fin de semana pasado en el aeropuerto de Munich que tienen un supermercado con una inmensa selección de productos estadounidenses... también nos agenciamos chicles de canela, jujuju.

Arantza dijo...

Marona: definitivamente, tienes un paladar transatlántico... a mí también me pirran los chicles de canela.