miércoles, 18 de febrero de 2009

Hielo


Montreal está siendo enterrado por capas sucesivas de nieve, lluvia congelada y más nieve. Las aceras son auténticas pistas de patinaje, y las carreteras no están en mejores condiciones. Incluso con los neumáticos de invierno ultraeficaces que se usan por aquí (las cadenas no existen, y cuando les hablo de ese método, les parece algo... primitivo), llevo escuchando desde las cinco de la mañana los intentos infructuosos de los vecinos para sacar sus coches del "agujero" de nieve y hielo en el que están aprisionados.

Aunque Wikipedia lo explica más claro que yo, os diré que la lluvia congelada es un fenómeno muy típico de esta zona del Canadá, en la que los inviernos son muy fríos y hay grandes fluctuaciones de temperatura. El hecho de que un día amanezcamos a -20º y al siguiente estemos entre -5º y 0º, hace que las precipitaciones, que caen en forma líquida (porque la masa de aire en las nubes es súbitamente demasiado caliente como para que nieve), se congelen instantáneamente al tocar el suelo (o un árbol, o cualquier objeto), que está a una temperatura mucho más fría.

Es un poco más complicado que mi forma de explicarlo, entre otras cosas porque esas gotas de lluvia que caen están en un estado bastante poco común, llamado sobrefusión o superenfriamiento, estado que permite que esta lluvia, que en su caída atraviesa sucesivas capas de nubes cada vez más frías, pueda caer en forma líquida a pesar de haberse enfriado por debajo de su punto de congelación. Pero no necesita gran cosa (tocar simplemente los escalones de la entrada de casa, por ejemplo) para transformarse instantáneamente en hielo.

Éste es uno de los fenómenos climatológicos que más detestamos todos los que vivimos en Quebec: podemos lidiar con treinta bajo cero sin problema, pero el hielo es otro cantar. Para la gente mayor, es bastante aterrador salir a la calle (las posibilidades de caerse y romperse una cadera son muchas, a pesar de la gravilla y la sal de calcio que esparcen los quitanieves municipales con regularidad...). En Québec los abuelos llevan un crampón en el bastón. Como un piolet. Así que no le recomiendo a nadie pasarse de raya con un viejecito, puede terminar ensartado por una punta metálica.

Para los peatones más jóvenes tampoco es nada divertido, especialmente si el patinaje no es su fuerte, como es mi caso. No puedo ni contar las veces que me he encontrado rebotando sobre mis magnas (y afortunadamente abundantes) posaderas desde que vivo aquí. Y los conductores, que deben primero romper el hielo que cubre todo el coche, (y no con conversación agradable, sino más bien con una pala y una rasqueta), fundir el que ha entrado en la cerradura (con la ayuda de un spray anticongelante que he aprendido a llevar en el bolso, tras encontrarme una vez con la sorpresa de no poder meter la llave en la cerradura), juran profusamente en días como hoy.

Una de las mayores catástrofes naturales que se recuerdan en Canadá fue la tormenta de hielo de 1998. (yo llegué al año siguiente, uf). Tras cinco días de lluvia congelada ininterrumpida, los cables eléctricos de alta tensión, que habían cuadruplicado su peso y tamaño habituales, se vinieron abajo, y con ellos, todo el sistema eléctrico de Quebec se fue a la porra. Las torres eléctricas caían una tras otra como fichas de dominó. En un país cuya calefacción funciona con electricidad, un apagón masivo - de varias semanas- en pleno enero tomó proporciones gigantescas. La gente tuvo que ser evacuada de sus casas, porque la temperatura gélida que siguió a la lluvia hacía imposible vivir sin calefacción. Y no sólo eso, la espesa capa de hielo que lo cubrió todo dejó incomunicadas a miles de personas. Curioso, como algo tan bonito pueda ser tan peligroso.

Si queréis ver espectaculares fotos de archivo, echad un vistazo a las galerías del periódico montrealés -anglófono- "The Gazette".

Cómo me alegro de no tener que conducir hoy.
Mañana patinaré desde casa hasta la universidad. Saldré con demasiadas prisas y olvidaré el hielo en las escaleras, tendré que agarrarme al pasamanos con las piernas girando en el vacío como en un dibujo animado. El resbalón terminará de despertarme. Seguiré resbalando hasta la boca de metro.

Pero hoy, hoy trabajo en casa, así que no me queda más que mirar por la ventana y ver el mundo un poquito parado. O al ralentí. Y las ramas del arce de mi parterre inmóviles en este cristal frío.

9 comentarios:

The Intercultural Kitchen dijo...

Jo, qué pasada. Yo lo he vivido una vez, casualmente en mi primer invierno aquí. Me bajaba del autobús y me quedaban unos 200 metros a casa cuando ocurrió, necesité media hora hasta el portal. Los coches daban vueltas sobre sí mismos. La verdad es que me dio mucho respecto. Hace un par de semanas me quedé sin sacar el coche del garaje porque se había congelado la cerradura... y no estoy acostumbrada como tú ni tengo esos trucos Macgyver! Jeje :-D
En esos momentos se da una cuenta de lo indefensa que puede estar antes tales fenómenos, vamos que, si la naturaleza se arremanga, no hay truco que valga.
PD: aquí también toca cada invierno y primavera cambiar los neumáticos.

Lolah dijo...

Ufff...ya se me han quitado las ganas de salir esta mañana...y eso que aquí tenemos unos 8 grados...

La Lupe dijo...

La primera vez que me nevó yo estaba en Madrid. Mi padre, en Las Palmas. Eran las siete de la mañana. Busqué el teléfono. "Papi, ¿cuando nieva se va a trabajar?". "Sí, mi hija, lo siento pero sí". Caminé con un cuidado terrible sobre aquella cosa resbalosa y quebradiza y pensé que cuando me tocara la lotería me iba a vivir a Salvador de Bahía. Y mira que han pasado años, y sigo teniendo el mismo plan. Aunque tus fotos de cocooning dan una extraña envidia nórdica.

Anónimo dijo...

Lo cierto es que suena muy poco apetecible, la verdad. A veces pienso que los profanos ni nos enteramos de las filigranas que se hacen en otros lugares de este planeta para vivir el día a día...
Cuidadin mañana
Un beso
Maite

Anónimo dijo...

Uh!!! Y aquí alucinando porque en San Sebastián había 15 centímetros de nieve.
Creo que te vamos a regalar dos piolets, por si acaso.
¡Congelados días!

Marona dijo...

Anoche mismo volvimos el Tonisito y yo patinando hasta casa. Aunque sólo era nieve convertida en hielo, no esa lluvia maligna.
Totalmente de acuerdo con La Lupe, cuando aquí estamos a -6 siempre pienso en ti y que allí el termómetro se paró seguramente en -26 y me entra una especie de extraña envidia nórdica. :)

Arantza dijo...

Noema: ¿en Alemania no hay "defreezer pocket spray"? Si lo llego a saber, te mando uno. :-)

Lolah: 8 grados, ¡JA! Aquí con 8 grados hay chala--gente que se pasea en pantalón corto. Te lo juro.

Lupe: reconozco que cuando llegué aquí me costó hacerme a la idea de que la vida sigue a pesar del invierno. Hay un librito muy divertido, de un antropólogo quebequés, Bernard Arcand (y que acaba de morir, pena, era hermano del director de cine premiado en Cannes, Denys Arcand ), que se llama "Abolissons l'hiver". En el que expone sus razones por las cuales la vida que se lleva en Quebec en invierno es contra natura. Tras leerlo, se te pasaría la envidia nórdica. :-)

Maite: los quebequeses han inventado astucias para hacer frente a estas cosas, como unos crampones portátiles que se ajustan a las botas con unas gomas, para que resbalen menos. Si una no se obstina en llevar tacones de aguja en días así (y alguna que otra lo hace, resulta muy penoso verlas andar), se puede sobrevivir sin muchos problemas. Pero el primer año ya recuerdo haber tenido moratones en el trasero.

Marona: envidia nórdica, ¿eh?. Ya. Ya veremos a principios de abril, cuando allí ya broten las flores y yo os cuente las últimas nevadas. :-)

Arantza dijo...

María: bueno, es que 15 cm. -de nieve, aclaro- para Donosti es una pasada.

Anna dijo...

qué foto más bonita! Se nota que sacas partido a las características del país...qué frío !!!