


(Imagen de Ed Polish y Darren Wotz)
La reina Elizabeth me cae bien, aunque no haya tenido el gusto de conocerla (todo se andará...). Me gusta la familia real británica, como me gusta casi todo lo británico. Mejor dicho: me gusta que existan, que no es lo mismo. Me gustan su flemática compostura y su falta de vergüenza (pensad en las famosas conversaciones telefónicas de Camilla y Charles...). Me gustan sus escándalos, buenas maneras, titánicos sombreros, meteduras de pata y atuendos de caza (entre otros, el kilt del príncipe Charles y las sempiternas botas Wellington o wellies, que llevan todos en Balmoral), todo ello me proporciona gratos momentos de solaz y entretenimiento.
Por alguna razón que no llego a determinar, la familia real española no me permite el mismo esparcimiento y diversión. Curioso. Debe de ser que, con tanto matrimonio consanguíneo, la familia Borbón ya no tiene la genética muy fresca, que se diga. Y son unos sosos de tomo y lomo. Las lecturas de discursos del rey... yo despidiría a su profe de declamación ya mismo. He oído a gente recuperándose de un derrame cerebral en pleno reaprendizaje de la lectura con un logopeda leer con más dinamismo.
En la Inglaterra de "The queen and I", el partido republicano gana las elecciones, con lo que el Reino Unido se convierte en una república y la familia real británica es enviada ipso facto a una casa de protección oficial, su nueva residencia. La reina Elizabeth comienza a cobrar su pensión de jubilada y a aprender a vivir con medios, er, ligeramente limitados. Y se las arregla bastante bien. El príncipe Philip, con menos capacidad de adaptación, termina con una depresión de caballo, deja de afeitarse y de ducharse y se pasa el día viendo la tele.
Esta semana acabo de terminar otro libro de la misma autora, "Number ten", en el que parte de una idea similar. Edward Clare, primer ministro británico, jefe del partido laborista, es cada vez más impopular y se le acusa de haber olvidado las condiciones en las que vive el pueblo llano inglés. Esto le motiva a salir de su cómoda residencia en el número diez de Downing Street, y a lanzarse en un viaje de incógnito por Gran Bretaña, disfrazado de mujer. Por supuesto, siendo humor británico, lo de travestirse va a terminar gustándole. En este viaje peculiar, el primer ministro descubre cosas como el programa de tele "Who wants to be a millionaire?", el cream tea y lo desastrosamente mal que funciona el sistema de salud pública. También descubre cómo aplicarse el colorete.
En mi opinión, (y es sólo eso, mi modesta opinión), este libro no es tan divertido como "The queen and I". Pero me he reído bastante con algunas de las escenas de la historia.
Y para terminar, algo sólo para auténticos anglófilos: "The queen". Si aún no la habéis visto, alquiladla, preparaos una tacita de té con galletas y disfrutad de la dirección de Stephen Frears y de la soberbia interpretación de Helen Mirren. Creo que si Liz fallece, podría remplazarla sin problema.
Aparte de que la población de castores es muy importante en Quebec, causando a veces grandes problemas con sus presas a prueba de bomba (literalmente, a veces los de Obras Públicas tienen que dinamitarlas, por lo sólidamente construídas). En esta foto, una de las presas construidas por castores (tomada en nuestro paseíto campestre del sábado):
En la caminata también vimos setas con aspecto peligrosísimo...
...y culebrillas.
Toda esta reflexión del principio sobre lo de sobrevivir en la naturaleza , fue provocada por una película que vi hace poco, "Hacia rutas salvajes" ("Into the wild"), de Sean Penn. Es la historia (basada en hechos reales) de un joven americano, Chris McCandless, que partió a la aventura en Alaska con la romántica idea de vivir sin ningún tipo de atadura material, cual animalillo silvestre, vaya. Comiendo las bayas y raíces que pudiera recolectar y los animales que pudiera cazar. He conocido gente aquí que ha acampado en pleno invierno quebequés en el bosque, que saben cazar y sobrevivir, y he escuchado un número suficiente de historias lamentables como para saber que una gran parte de la gente que muere en la montaña o en el bosque lo hacen por falta de conocimientos, de preparación y, sobre todo, de respeto por la naturaleza; por esa arrogancia que nos hace pensar que controlamos nuestro entorno, cuando la gran mayoría de nosotros no es capaz de hacer fuego con un mechero, ni os cuento ya sin él. En fin, todo lo que pienso sobre el tema se refleja muy bien en el blog de Paco, leed la entrada "La alternativa McCandless", muy recomendable.
La película de Sean Penn es una película muy decente, pero si el tema os interesa, un must sería leer los cuentos de Jack London, uno de mis clásicos preferidos, especialmente "To build a fire". Os hará ganar un nuevo respeto por la gente que es capaz de arreglárselas lejos de la civilización.
Ya que estoy muy integrada, y las cartucheras no perdonan la fritura (los doughnuts, en este caso), me animé con otro desayuno típico: tostada de mantequilla de cacahuete y mermelada. Si me lo hubieran dicho hace nueve años, no me lo creo: yo que me levanto con la boca seca cual suela de alpargata, y que necesito tres vasos de agua antes de poder considerar la idea de comer algo, ahí ando, masticando una tostada de mantequilla de cacahuete, probablemente la combinación más pastosa del mundo. No probé a decir "Pamplona", ni "psicopedagogía", por si acaso me ahogaba. Pero con abundante café y muchas palmaditas en la espalda, todo acaba por pasar.
Nuestra primera intención era pasar a Vermont, pero nos dio miedo la cola en la aduana, porque aquí las fronteras existen, y vaya si existen... la más mínima broma al aduanero US, y se ponen los guantes de látex en un tristrás, qué gente, no tienen sentido del humor... monsieur M. ya ha pensado en amordazarme antes de pasar; en fin de semana festivo siempre hay mucha más gente que pasa a los Estados Unidos, así que nos quedamos en los Cantones del Este, al sur de Quebec, cerquita de la frontera pero sin atravesarla. Bordeamos el lac d'Argent (lago de plata). Ésta es tierra de lagos.
Paramos en el parque del monte Orford, para darnos una caminata, de la que ya os mostraré fotos. Está situado a orillas del lago Memphremagog, en la foto. Ese nombre tan raro es amerindio.
En una parada para comprar algo para beber, descubrí un refresco mexicano, de la marca "Jarritos". Sabor de pomelo. La botella era enorme y me gustó.
Entrada a la isla de Montreal por el puente Champlain...
...y vista de la ciudad con fondo de "Rhapsody in blue", de Gershwin. Siempre pongo ese disco cuando entramos en la ciudad. Os dejo con esta vista: Montreal en esa brumilla característica suya de calor y humedad (smog para los menos románticos), y Gershwin en una tarde de verano.
... aunque los dos últimos puntos también podrían aplicarse a los clichés que perjudican a las mujeres en el mundo laboral.
Hay otras amigas blogueras que sufren los efectos de otros topicazos también muy extendidos por aquí.
Mi situación es más bien curiosa: estoy en medio de la nada étnica y cultural. No soy una quebequesa "de pura lana", pero para los latinos soy también una marciana (no hay precisamente mucho español suelto por Montreal, ni en Quebec). Ya véis, es mi sino: soy una lone rider, siempre seré una latina para los canadienses, y una gringa para los latinos.
Cuando trabajo de intérprete, traduzco siempre para gente de América Latina, y los pobres siempre se muestran un poco desorientados al oírme hablar. Hasta recibo calurosas felicitaciones de lo bien que hablo español para ser una "gringuita", que me dijo una amable abuela mexicana la semana pasada, dándome palmaditas orgullosas en el brazo. Le dí las gracias muy seria y le confesé que hace muchos años que practico el idioma.
Un poquito de sabiduría Trivial Pursuit: el verano meteorológico en el hemisferio norte empieza el 1 de junio (la primavera, el 1 de marzo; el otoño, el 1 de septiembre; el invierno, el 1 de diciembre). Esto se decide principalmente por medio de estadísticas, ya que todas las estaciones duran lo mismo según el calendario. Una excepción: el invierno, que cada cuatro años tiene un día más.
Tampoco quiero aguaros la fiesta. Si habéis sido fans de la serie, como yo (figura en mi podio de series preferidas de todos los tiempos, junto con "Doctor en Alaska" y "Twin Peaks"), disfrutaréis del espectáculo, porque no es otra cosa. Si no habéis visto nunca la serie, os recomiendo gastaros el dinero que pensabáis gastaros en el cine alquilando una temporada o dos.
"Knitting during World War II On the Home Front during World War II, knitting served as one more way Americans could support the war effort. The November 24, 1941 cover story of the popular weekly magazine Life explained “How To Knit.” Along with basic instructions and a pattern for a simple knitted vest, the article advised, “To the great American question ‘What can I do to help the war effort?’ the commonest answer yet found is ‘Knit.’” Thousands of Americans picked up their needles to knit socks, mufflers, and sweaters to keep American soldiers warm and provide them with a home-made reminder of home.
Hala, a vuestras labores.
¿Por qué uno de los refrescos "nacionales" de Quebec, la bière d'épinette o spruce beer (literalmente, cerveza de pícea, o como se dice en España, de abeto) sabe y huele de una forma que me recuerda mucho al "Vim limpiahogar"? (No, no le he dado un tiento al bote de Vim, pero sólo por el olor, me imagino cómo sabe).
Sé que el origen de este refresco es una bebida elaborada por los indios, bebida que salvó a los primeros franceses llegados a Québec del escorbuto. Se preparaba fermentando agujas de abeto. Si queréis saber cómo se prepara en casa (la receta está en francés), pinchad aquí. Os advierto que creo que el tipo de abeto utilizado, la pícea, no existe en España, no tengo ni idea de si el abeto común de allí es comestible. Así que, una vez más, no me hago responsable de posibles intoxicaciones. Que no se diga que este blog es una incitación al envenenamiento.
El sabor y aroma artificiales del refresco industrial actual deben de ser los mismos que utiliza la marca Vim, si no, no me explico el parecido. Por eso soy incapaz de apreciar esta delicacy de las bebidas quebequesas... un refresco con sabor a pino.
Las fresas eran de California, y tenían una pinta tan bonita que me mandaron mi habitual boicot USA a tomar vientos. Y es que ya sabéis que yo tengo la ortodoxia bastante anémica, y la filosofía bastante fofa. Un cesto de fresas bien rojas, y olvido todas mis convicciones. Menos mal que no ejerzo ningún cargo público, se me podría corromper con una buena caja de bombones. Como decía Groucho Marx, "Éstos son mis principios. Si a usted no le gustan, tengo otros".
He aquí la receta. Su pasmosa facilidad es aún más pasmosa cuando se prueba el resultado, delicioso. Espero que sirva para reconciliar a una amiga con esta planta tan rica.
El ruibarbo era congelado (la temporada aquí es hacia el final del verano, en agosto). Esta verdura (porque es una verdura, aunque se cocine como fruta), se congela muy bien, ya cortada. También es muy fácil de cultivar, para los amigos españoles que tengan dificultades para encontrarla. Sólo debéis recordar que la única parte comestible es el tallo, -que se parece bastante al del apio, pero con un color rosa espectacular-, las hojas son tóxicas.
Utilicé muy poca azúcar, éste es uno de esos raros postres en los que cambiar bastante las cantidades de azúcar no afecta demasiado a la textura. Y en lugar de mantequilla, hice los "grumos" de avena con aceite de canola. La acidez natural del ruibarbo, y el hecho de que las fresas son primaverales y no veraniegas, hicieron que casi tuve que añadirle un chorrito de sirope de arce al servirlo.
A mí me gusta servirlo caliente, con una bola de buen helado de vainilla. El helado se funde al mismo ritmo que el corazoncito de mi quebequés de marido cuando le sirvo este postre. Si un día necesito pedirle algo terrible, como que me done un riñón o que cambie el color de las puertas de armario que se ha tirado dos días repintando, le plantaré primero un plato delante.
Monsieur M. recibió este postre con ovación. Y vuelta al ruedo.