Se terminaron las fiestas. De vuelta al trabajo, con el resto del crudo invierno por delante, y a nuestras espaldas, las cuentas y los kilos navideños acumulados. En mi caso, tengo en el horizonte entre tres y cuatro meses de gélido invierno canadiense , y de tesina intensiva a terminar a toda leche. Con la maldita crisis que todos los telediarios se apresuran a recordarnos cada cinco minutos, la cuesta de enero nunca ha parecido más empinada. No pretendo deprimiros, pero si pensáis que la cosa está negra, no sabéis hasta qué punto puede estarlo aquí, en Quebec.
Porque encima de los centímetros añadidos a nuestras ya macizillas pistoleras, y de los gastos despendolados durante las fiestas, en Quebec existe una maligna tradición que empieza a ser realmente popular, durante los meses de enero y febrero. Una va de compras durante las rebajas, inocentemente, despreocupada, intentando encontrar a mitad de precio ese par de botas invernales fantásticas que le hicieron tilín antes de las fiestas, y, zas, ahí están, malignos, despiadados: los trajes de baño. Los biquinis. Los tangas. Los pareos.
Ya estoy viendo vuestras expresiones interrogantes, vuestro asombro: ¿biquinis? ¿bañadores? ¿en Canadá, en invierno? Efectivamente. Biquinis, bañadores, esos perniciosos y minúsculos pedazos de lycra, concebidos para humillar a cualquier mujer, por muy cargada de doctorados que vaya por la vida. Cada invierno, una vez la magia de la Navidad, oh blanca Navidad esfumada, los quebequeses de clase media que pueden permitírselo (y son bastantes, porque el viaje desde aquí no sale muy caro), ponen pies en polvorosa (o en más bien en nieve en polvo) y huyen del invierno una o dos semanas a Cuba, a México, o a la República Dominicana.
Aunque yo no pueda permitirme la migración al Caribe (aún soy estudiante, intentando revolucionar el mundo de la lingüística), alguna vez he cometido el error de probarme una de esas viles prendas de desvestir. Nada como un probador con sólo una luz fluorescente, proyectando sombras que vestida ya te avejentan, esa luz azulada que ilumina de forma despiadada cada variz, cada nódulo celulítico, cada pelo superfluo (a ver si os creéis que en pleno invierno, a veinte bajo cero, una se pasea por Montreal perfectamente depilada, cuando la única superficie de piel que se muestra al mundo es la porción de rostro situada entre las cejas y las fosas nasales) para hacerte sentir como una morsa ensalchichonada en un bustier y braguita a juego. Intentar embutirse en un biquini en pleno enero, cuando se tiene la tez verdosa por falta de luz solar, y la grasilla invernal que nos envuelve confortablemente, es un suicidio seguro a la autoestima. Cathy sabe de lo que hablo.
Así que este enero, queridos lectores, antes de subiros a una báscula y sucumbir a un ataque de lástima por vuestro grácil talle de junco, echado a perder por tanto polvorón y tanto cochinillo asado, pensad un momentito en mí, unos grados de miseria más al norte; en mí, chillando desde el probador a la vendedora que puede irse a freír donuts, que no pienso salir del probador -sin espejo- a mirarme en el espejo exterior, para que ella me diga lo bien que me queda el biquini a lunares que me estoy probando y del que las carnes me rebosan abundantemente, ante toda la concurrencia de maridos que espera fuera de las cabinas.
Como sé que este enero más de uno intentará poner en práctica algunos buenos propósitos , tales como ir al gimnasio mínimo tres veces por semana, dejar de fumar, beber menos cervezas y hacer la dieta del pomelo u otras sandeces análogas (ya sabéis lo que pienso de las dietas milagrosas), y que las revistas en estas fechas nos agreden con titulares como "Fuera celulitis" o "Pierde esa tripita con cinco minutos de ejercicios al día", he decidido echaros una mano con una receta sana, parte de un programa de adelgazamiento que sigo desde hace tiempo, y que es mucho más llevadero: "Muslos delgados en treinta años". Este programa consiste en comer de forma razonable (permitiéndose episodios de glotonería indecente) y disfrutar de la vida, y pensar que si se está a finales de la treintena o a principios de la cuarentena, en treinta años la vejez hará que perdamos la mitad de la masa muscular y nuestros muslos parecerán mucho más delgados (un poco colgones, eso sí, pero no se puede tener todo). Y que dentro de tres décadas todos estaremos suspirando por tener el cuerpo serrano que tenemos hoy.
La recetilla de hoy, (
aquí, en francés) muy rica, utiliza como ingrediente de base el apio, esa verdura tan despreciada por muchos. Podría intentar vendéroslo diciendo que es una verdura depurativa, antiinflamatoria y antioxidante, llena de vitaminas C y B6, de fibra, de potasio, de ácido fólico y que tiene efectos calmantes, con lo que ayuda a controlar la tensión arterial demasiado alta. Pero la verdad es que yo no soy capaz de comer algo que sepa a rayos aunque me repita que es antioxidante. Lo que sí puedo deciros es que en esta crema, mezclado con manzanas (sí, manzanas en una sopa), da un resultado suave y aterciopelado, pierde ese amargor que es la razón por la que a mucha gente no le gusta, y sabe fresco y delicioso, y sííí, es bajo en calorías.
Imagen del apio tomada de organicpassion.info. La sopita es mía.
10 comentarios:
El regalo de Reyes que me hizo mi hermano el pequeño: una cesta elegantísima de cremas anticelulíticas, reafirmantes-¡lucha-contra-la-flaccidez! y específicas-para-la-piel-de-naranja-y-las-estrías.
Lo único que me consuela es que le tiene que haber costado una pasta.
Mi abuela, muy sabia ella, siempre dice que es "lo que queda en el plato lo que no engorda".
Probarse biquinis en invierno es un suicidio para la autoestima, mujer, además el verdoso de la piel (joer, ¡tengo el mismo!) no va con los lunares del biquini. Respecto al depilado hay que verlo de otra forma, para mí durante el invierno, cualquier pelo de más (y son muuuchos) bienvenido sea, que no veas como abrigan!
Buenaaaaas... ya estamos aquí... ;) Y ya ha empezado la rutina y el frío del carajo, así que me apunto tu sopa que esta noche me va a venir genial para no quedarme tiesa (mira que olvidarnos la ventana abierta durante las vacaciones de Navidad, nchts...). Lo de probarme el bikini lo dejo para otro año, que sólo de pensar en ello me da la tiritera... brrrr...
Bufff...si me pruebo yo un bikini me da na payá fijo que fijo, si no voy ni a la piscina por no verme en bañador (y es de los subiditos, no te creas) y blancurria perdida (yo no moreneo ni en verano asi que eso ya lo tengo "algo" asumido)...
Yo ya he jurao que el prox. lunes vuelvo al gimnasio, que voy a perder cuatro lorzas (minimo) y que voy a comer más sano que un conejo (¿?¿?¿?)....peerroooo...tia! que buenas me salieron las galletas!!! madre de Dios!!!!! que empacho!!!
Besos de mantequilla agradecidos
Maite
Ay Arantxa me encanta tu sentido del humor ejejejej te imagino en el probador, y recuerdo la cara de la dependienta de Zara que me miraba con alucinante incredulidad cuando le pedía una 40 pues no me quedaba la 38 jeejjeejj en su mundo las 40, 42 y demás no caben .... y eso que han cambiado el rollo de las tallas ejejejje pelillos a la mar y fuera la depilación jejje que ya vendrá el verano y con el los suplicios para ser bella... ahora con este frio a ponerse cualquier cosa qeu abrigue y que logre mitigar esta sensación de frio aquí en SAntiago...
besin
Kaixo, ni Angel naitz. Me gustan los blogs de cocina, y tengo familia en Montreal. Como siempre pasa, estaba dando una vuelta y me he parado aquí un momentito. Sólo para saludar y agradecerte tu blog.
Ufff!!!
Menuda idea la del gobierno canadiense para que la gente se ponga a dieta y vigile su colesterol.
Yo me deprimo cada vez que tengo que probarme un bañador (ni intento lo del bikini).
Probaremos la sopita, que en casa nos gusta la raíz del apio rallada (con mayonesa, eso sí).
Saludos.
Lupe (si eres la Lupe habitual de este blog, lo del añadido de "decrépita" me preocupa... ¿duras, las vacaciones?): ese regalo me recuerda al sainete que entonaba un amigo -que por cierto suele leerme-: "a partir de los 25, hidratante por el día, nutritiva por la noche". Maldito.
Noema: tu abuela tenía mucha razón. Sabía que probarse el biquini era un error, pero una parte de mí quería afrontar el desafío y salir airosa... demonios. Los lunares parecían óvalos, he ahí el resultado.
Marona: la ventana abierta durante toda vuestra ausencia, ay... si nos pasara eso, la casa parecería un glaciar a la vuelta (por no hablar de plantas y gatos muertos, y tuberías reventadas...). Nada, a darle al termostato y que viva la bata hasta que la temperatura suba. Si te sirve de consuelo, esta mañana nos hemos despertado a 18º bajo cero.
Maite: contenta de saber que las galletas funcionaron. Yo pasaría de la dieta-conejil, los conejos tienen la mala costumbre de no aliñar la ensalada (qué tristeza). Aunque su vida sexual abundante tiene que ser una forma interesante de quemar calorías. En cuanto al moreneo, si hay alguna conocida de esas tocanarices con lo de "Uuuy, pero que blanca estássss", responde mirando su moreno muy seria, con un escueto trio de palabras: "Cáncer de piel".
Alinita: aquí en Montreal hay una Zara en el centro, he ido varias veces por morriña, hasta que desistí: no entro en ninguno de sus pantalones. O la media del ancho de cadera de las mujeres españolas ha disminuído de una forma increíble (hasta la talla de niña preadolescente de doce años), o yo he engordado como una morsa en la treintena. Culpa a la tienda, jamás a tus caderas :-), es mi lema. Si quieren mi dinero, que corten la ropa con más realismo.
Angel: kaixo, bienvenido a la cocina. Saludos a la familia montrealesa.
María: insisto en lo que le he dicho a Alinita: culpa al biquini y no a tu cuerpo de mujer normal. La inmensa mayoría de las mujeres occidentales pesa más de 40 kilos y mide menos de 1m 80. No eres rara, millones de mujeres están en tu mismo caso. (Y se deprimen probándose el mismo biquini). Por cierto, yo hace años que boicoteo el Vogue, el Marie Claire, el Elle y toda revista que muestre modelos de catorce años en las primeras fases de malnutrición.
(sí, soy yo, la Lupe de siempre, y sí, las vacaciones fueron duras, aunque ahora, como llueve locamente en este trópico desértico nuestro y estamos aprendiendo a ir al trabajo en lancha salvavidas, se nos presentan nuevos retos de lo más rejuvenecedores, así que fin de las decrepitudes) (¿alguien sabe cómo se siembra el arroz?)
Lupe: lo del arroz, ni idea. Pero el kayak y la canoa -deportes popularísimos en Quebec, cuando no tenemos en los lagos una capa de hielo de dos metros que impide remar- parece que son estupendos para los tríceps un poco fláccidos. Yo lo digo por ser positiva.
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