Advertencia: ésta es una de esas entradas perfectamente inútiles que no os aportará absolutamente nada que pueda darle un sentido a vuestra existencia. Así que si tenéis algo mejor que hacer, como una colada de calcetines, escribir vuestro primer ensayo o la pedicura, podéis partir en paz. Y no, el título no alude para nada a la mujer de Franco, que le diable l'emporte.
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No soy nada matinal, creo que ya lo he dicho, aunque a vosotros no os importe un pimiento, y con razón. Me levanto en un estado semicomatoso que no desaparece hasta más o menos las siete y media o las ocho de la mañana, y eso, tras haber tomado al menos dos cafés. Es tardísimo en este país de nórdicos mañaneros enloquecidos, en el que hay atascos en los puentes de entrada a Montreal a las seis de la mañana.
Monsieur M., cuyo patrimonio genético es completamente opuesto al mío, se despierta "tarde" los fines de semana (seis y media o siete), sin despertador, por supuesto, y demencialmente en forma. Es de esas personas que pueden haber puesto tres lavadoras, salido a buscar el periódico, añadido un tabique de pladur, repintado el salón y haber hecho crêpes, antes de que yo ni siquiera haya cambiado de postura en la cama.
Debe de ser lo del zen, si no, no me lo explico; al principio me exasperaba ligeramente que yo acababa de encontrar la puerta del armario de la cocina para servirme el primer vaso de agua que me permite despegar la lengua del paladar, todo ello rascándome, (es que tengo esa mala costumbre cuando me despierto, pero intento rascarme como una dama, no vayáis a creer, al fin y al cabo soy una señora), y él pasando el aspirador como un poseso alrededor de mis pies. Menos mal que tenemos una buena comunicación en nuestra pareja. Al de dos cafés, eso sí.
En fin, que mi zen de marido me vio el otro día intentando desenredar un collar de la madeja de collares que tengo (porque me encantan los collares, cuanto más gordos, mejor), en mi estado semisonámbulo, -porque yo no seré matinal, pero intento mantener el estilo pese a todo, no renuncio a los complementos, ni hablar-, y me sugirió que encontrara una manera de organizar mi ferretería decorativa de forma compatible con ese estado de consciencia alternativa que es el mío cuando me visto. Creo que fue porque lo que me estaba oyendo exclamar era el tipo de vocabulario castellano que no quiere aprender.
Así que me he comprado un arbolito collarero. He colgado de él toda mi quincalla, y sólo faltan las luces de Navidad. No va nada con el espíritu japonés-fengshui del dormitorio, pero ya no digo palabrotas cuando intento condecorarme antes de salir corriendo.
Ahora salgo corriendo aún medio dormida, con una mala leche de escándalo, pero súper bien conjuntada. Llamadme "la collares".
6 comentarios:
Esos artilugios se utilizan mucho por aqui pero yo me resisto, prefiero jurar como un estibador de puerto, me deja muuuucho mas calmada.
Te puedo mandar un enlace internet de una amiga que hace collares, anillos,pulseras con pierdras... son magnificos y únicos!
Sumire: si es que estàs llena de energìa, chica. Tanto tai chi, tanto tai chi... :-)
Annie : gracias! Aunque es todo un peligro para mi magro presupuesto de estudiante...
Eso de : "me dicen la collares" me suena a cumbia o a corrido de narcotraficante! Qué bonito tu arbolito, aunque me gustaban más la manos que vimos. Ten cuidado de que los gatitos no crean que es su nuevo parque de diversiones :P
María: pues casi me parece hasta cool lo del título narcocorrido... porque a mí los títulos me gusta que sean muy estupennnndos, que diría mi amigo Jesús.
A mí también me gusta, era un comentario positivo :P Como buena literata me encantan las historias y los narcocorridos siempre cuentan una, no de las más afortunadas, pero c'est la vie! Empezaremos a escribir el corrido de la españolita Arantza llamada "la collares" por las perlas que le colgaban del cuello... pero tu corrido no será trágico, prometido ;)
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