domingo, 23 de noviembre de 2008

Jingle bells... jingle aaaaaaaaaall the way


Tras dos o tres académicamente estresantes semanas, en las que mostré ligeros signos de desequilibrio mental traducido en obsesión con las calabazas, algún psicoanalítico lector sugirió que mi fijación cucurbitácea se debía probablemente a que yo era una de esos aguafiestas que odian la Navidad, al anciano obeso vestido de rojo y todo lo que los acompaña (túmbese en el diván y cuénteme cómo eran las Navidades de su infancia).

Nada más lejos de la realidad, queridos lectores. Lo cierto es que adoro las Navidades, esta fiesta me gusta tanto o más que Halloween (bueno en los últimos años, Halloween andaba más arriba en el top 40, pero quizá sea porque la truculencia natural de mi carácter, acrecentada por esta tesina que no cesa, me hace preferir ese festejo de esqueletos, zombies y brujas, que tan bien van con el estado de mi estudio lingüístico, estancado y momificado de tal manera que dentro de poco comenzará a oler).

Llevo unas tres semanas conteniéndome, diciéndome que la integración a esta sociedad canadiense terminaría por eliminar mis reticencias, que la nieve llegaría y me daría entonces ese ataque navideño que me da todos los años, ataque durante el cual compro toneladas de postales Unicef (sí, sí, porque al menos una vez al año yo aún mando cosas por correo... en papel de árbol muerto), empiezo a mirar calzoncillos de cuadros escoceses para mi leñador de marido y a tener ganas de tomarme un eggnog, que siempre me pone un poco piripi (no suelo beber) y me manda a la cama de muy buen humor.

Porque yo soy muy navideña, queridos lectores. Extremadamente navideña, incluso. Excesivamente, dirá mi quebequés de marido. Leo a Dickens en diciembre, me trago feliz pelis como "Milagro en la calle 34" (empalagosa como ella sola) mientras hago galletas de jengibre en la cocina, cualquier versión de "Canción de Navidad" me provoca lagrimones (incluyendo la versión de los Muppets, patético), cada Navidad obligo sistemáticamente a monsieur M. a sentarse en el sofá y ver de nuevo "¡Qué bello es vivir!", de Frank Capra, una de mis películas favoritas de todos los tiempos, dejo felicitaciones en el buzón de mis vecinos (no sé por qué, mi vecino sikh nunca lo menciona cuando me ve...), escucho "White Christmas" de Bing Crosby y lo acompaño cantando... en fin, podéis imaginaros.

Pero mi inflamación navideña anual (o navideñitis aguda, según monsieur M., que sufre cada año de navideñalgia por mi culpa) este año no acaba de llegar. Curiosamente, esta afección no es exclusivamente de origen cultural y religioso (no he podido escaparme completamente de mi educación católica, pero me considero como mínimo, no practicante, y agnóstica convencida), sino que tiene que ver más bien con el lado profundamente maravilloso del hecho de que la humanidad se otorgue al menos un par de semanas al año en las que pensar en los demás, reflexionar sobre su relación con ellos, sobre la bondad -o maldad- que uno esparce a su alrededor, sobre lo que realmente nos importa, desearnos paz... (música de violines).

Ya, ya, los Grinch y Scrooge de turno me dirán: "Una fiesta en la que el consumo es el centro de todo, en la que el amor por el prójimo se mide en la cantidad de dinero que uno se gasta en regalos, en la que nos calmamos la conciencia donando dinero u objetos a instituciones de caridad, para poder olvidarnos de la gente que sufre el resto del año es de una hipocresía..."

¡Camelos! ¡Paparruchas!, respondo a estos aguafiestas. Hay formas de escapar al consumismo que le quita sentido a esta tregua anual, a esta celebración del estar juntos, y aún vivos y queriéndonos lo mejor que sabemos.
Cuanto menos dinero tiene uno, más fácil escapar de ello, desde que he vuelto a los estudios, yo me las arreglo perfectamente:-). Monsieur M. y yo nos hacemos regalos el uno al otro. Estoy segura de que este año se pondrá orgullosamente la bufanda que pica y que le estoy haciendo en estos momentos, yo, por mi parte, espero impaciente una caja de madera decorada para mis tés y tisanas. Prácticamente todo el mundo tiene algún talento, así que podríais ahorraros la ruina anual y probar. Si sois buenos cocineros, unas mermeladas o galletas caseras. Si sois tricotosas, las bufandas con aspecto artesanal nunca han estado más de moda. Como soy consciente de que empiezo a sonar como un artículo del Hola, si no sois nada artesanales siempre podéis regalaros masajes shiatsu o complicadas prácticas sexuales que incluyan renos y gorros de peluche rojo, por daros algunas ideas.

Imagen de Ed Polish & Darren Wotz
En cuanto a la Nochebuena, se pueden organizar juegos para que las cenas de familia sean otra cosa que una indigestión en devenir (y de paso, ocupar a los familiares e impedir que se aireen los trapos sucios durante la velada, y los tan típicos ajustes de cuentas por encima del pavo, que seré navideña, pero no ingenua, y sé lo que pasa en muchas familias...). Mi familia política tiene esa costumbre de organizar juegos, y aparte de pasarte la noche riéndote, no suele haber incidentes de esos en los que uno de los cuñados se levanta con la nariz un poco roja, estilo Rudolph, y le dice a otro: "Oye, tú, hace ya tiempo que quería ponerte las cosas bien claritassss...".

En fin, que como este post se trata de que este año la locura con olor a pino aún no me ha poseído -la culpa es de la nieve, que tarda en llegar-, me pregunto si una parte de culpa no será también de la sobredosis comercial canadiense. Aquí, el día de Halloween ya andaban cambiando los escaparates y poniendo árboles de Navidad. El desfile de Père Noël por la calle Sainte-Catherine (el equivalente al desfile de Macy's en nueva York), suele ser alrededor del 10 u 11 de noviembre. Parece que los padres se quejaron el año pasado, y este año les ha dado un poco de vergüenza y lo han retrasado.

Los anuncios de Navidad no han parado de martillearnos desde el 1 de noviembre, y los villancicos suenan a toda castaña, jingle bells, jingle bells, en cualquier comercio en el que entremos. Las decoraciones y los regalos se venden desde hace ya tres semanas.

En resumen, para cuando llega diciembre, en Canadá (y en Quebec) nos han jinglado tanto las bells que ya no podemos más. Hasta las irreductibles como yo terminan asqueadas. Y me sorprendo añorando España, en mi ciudad natal las luces y decoraciones no se ponían hasta la segunda semana de diciembre. Una tenía tiempo de esperar las fiestas, de desearlas.

Aquí están tan ocupados intentando hacerte comprar, que no cuentan con el factor espera, no te dan tiempo a desear nada. Al menos los americanos esperan hasta después de su Thanksgiving, en el último fin de semana de noviembre, para empezar a agitar los cascabeles. Aquí nos los tocan desde hace ya bastante tiempo. A este paso, los Twelve days of Christmas van a convertirse en los ten months. Y vamos a cantar Adeste Fideles en agosto, en biquini.

Voy a escribir a la gobernadora general de Canadá, la que representa a Liz por estas tierras, proponiendo un proyecto de ley que prohíba los villancicos, decoraciones y demás parafernalia de Navidad antes del 1 de diciembre. He dicho.

10 comentarios:

Anónimo dijo...

Arantza, guapa,
a) siento decirte que ayer estuve en el súper y que ya reinan los turrones, los polvorones y los villancicos interpretados por los pitufos makineros (pena de muerte para los que eligen la música de mi súper)
y
b) ¿hay alguna posibilidad, por pequeña que sea, de que una inútil como yo, que además tiene un horno ruin y malevolente, haga galletas de jengibre?

The Intercultural Kitchen dijo...

Jinglado las bells... jajaja... más claro no se puede expresar. Y que conste que soy de las que también adoran la navidad, pero esa navidad de la que hablas, reuniones de juegos con familia y amigos, tarjetas de UNICEF (este punto me ha hecho gracia, aunque este año después del escándalo de corrupción que ha tenido UNICEF en Alemania todavía tengo que decidir si se las compro a ellos), regalos hechos a mano y un poco de reflexión, por qué no!
La publicidad acaba de empezar aquí pero dulces navideños tenemos ya desde septiembre, lo que dices, dentro de poco estamos comiendo turrón en biquini, ni que estuviéramos en el hemisferio sur!
PD: aquí con el eggnog te ganarías la fama de "abueleta", no veas como le dan las abuelas al licor de huevo.

CRIS dijo...

Me encanta lo de "filofofa" y la ilustración del blow job last minute, claro que sí hay que ser creativos en vez de consumistas.En mi pueblo, Suburbia, colgaron las luces de Navidad a principios de Octubre, todo el mundo estaba escandalizado.A mí la Navidad ya empieza a salirme por las orejas,y aún no estamos a Diciembre, arg!.
Siempre he querido porbar el eggnog
Un beso

Anónimo dijo...

Bien, bueno, valeeeeee...quizá, solo quizá fui yo la que sugerí que cabía la posibilidad de que la navidad no te hiciete tilin (anda!! más bells jajajaja).
Pero es que yo estoy empezando a cogerle mania gorda y todo por esa cuadrilla de Golfos Apandadores (comerciantes? publicistas?) que han puesto las luces, los arboles, los turrones y demás "signos" evidentes de que "casi" es navidad....a mediados de Octubre!!!!!!
Coñe!! que hasta mi hija de tres años pasa del tema, claro, tanto folleto y tanta gaita al final se aburre y todo, manda....
Si yo lo que quiero es poner el árbol a mediados de diciembre, tener "un par de semanas" navideñas y alá!! a pensar en carnaval...bufff...que cansancio...jajajajajaja

Besos

Maite

Marona dijo...

Pues conmigo no podrán, no van a ganar... quiero decir que por mucho que den la paliza con los anuncios, los villancicos horribles y la presión por gastar a mí me sigue gustando la Navidad y hacer todas esas cosas cursis que molan mazo... incluso ver "¡Qué bello es vivir!", comer turrón, tocar la zambomba y reirme con el juego del amigo invisible o el bingo que montamos con mi familia para Reyes. Me gusta pensar que tengo la capacidad de decidir si gasto o no gasto.

Arantza dijo...

Lupe: vaya, snif, la precocidad consumista también ha llegado allí... lo de los pitufos makineros espero que no triunfe en Canadá. Nunca. Jamás. En cuanto a las galletas de jengibre, pienso hacer y publicar la receta, pero sin horno, no sé... como no utilices la energía geotérmica canaria... o el horno de un vecino majete...

Noema: Vaya, lo de Unicef no lo sabía yo... si es que hay corrupción hasta entre los renos de Papá Noel, caray, dentro de poco nos enteraremos que malversan regalos. Lo del eggnog, (del que también daré la receta, si mi edad venerable no hace que lo olvide ;-) no es exactamente licor de huevo, sino batido de huevo con licor. Mismos ingredientes, distinta cosa. Hics. Mu rico. Hics. Hoy nos ha caído una nevada de escándalo, he entrado en casa destempladilla, hics, y no veas lo rápido que te suben los colores con esto.

Cris: oye, que yo soy muy fina y no escribo cosas como blow job (bueno, probablemente sí, pero no hoy :-), en la ilustración dice "oral sex" que es mucho más delicado. Faltaría más. :-). Y es que mi madre me lee de vez en cuando. Y se pregunta qué error cometió en mi educación...
Veo que tú también eres solidaria en lo del hartón pre-navideno.

Arantza dijo...

Maite: Yo me niego a escuchar en casa nada que se parezca a un villancico antes del 1 de diciembre. Pero eso sí, el 1, se abre la veda. Y venga muérdago y rojo y verde por todas partes.

Marona: no, si a mi me sigue encantando la Navidad, pero no antes del mes de diciembre... oye, tú crees de verdad que "Qué bello es vivir" es cursi? Yo me niego a admitirlo. Sentimental, vale, Cursi, jamás.

Anónimo dijo...

(no, si horno tengo; lo que pasa es que es mala persona, y además temperamental, nunca sabes por dónde te va a salir) (vamos, que si se le piden cosas difíciles, mejor rendirse, irse a Ikea y comprar las galletas suecas ya hechas) (besos, gracias)

Arantza dijo...

Lupe: es lo que había creído entender a través de tus comentarios, que tu horno está poseído por Satán... has pensado en un exorcismo?

Marona dijo...

Bueno... va, lo dejaremos en sentimental, que me acabo de acordar de la canción "june Bride" de "Siete Novias para siete hermanos" y he entendido la diferencia ;)
¡Besos! (y perdona el comentario atrasado)