Hoy han llegado los obreros que van a cambiar las escaleras exteriores de mi cabaña en Canadá. La invasión de estos fornidos desconocidos con su francés difícil de descifrar (para mí), con sus pesadas botas dejando rastros de polvo de cemento en mis cuartos de baño, con su gigantesco container presidiendo en el sitio para aparcar delante de casa, con sus vistazos más o menos furtivos a mi muy redondo trasero mientras me bato en retirada e intento encerrarme en mi cuarto para cambiarme de ropa, me es algo enteramente familiar.
Desde que monsieur M. y yo nos mudamos a esta barraquita montrealesa semiderruida, desde que tengo memoria, hemos estado de obras. El precio ridículamente barato al que compramos esta choza se ha revelado no tan barato cuando uno piensa en la cantidad de reformas que hemos hecho, y que aún tenemos por hacer.
Afortunadamente, monsieur M., mi quebequés de marido, es grande, es fuerte, es paciente, es zen y es un dios del bricolaje. Y no le gusta ver deportes por la tele. En resumen, es el hombre de mi vida. El hombre de mi vida pasa abundantes momentos de la suya con la nariz metida en libros sobre circuitos eléctricos y fontanería doméstica, y entrañables ratos desatascando desagües e instalando duchas. Lo cual tiene como consecuencia que disfrutamos más bien poco de los museos de esta metrópoli cultural que es Montreal, pero tenemos dos retretes que funcionan, que nunca está de más. Puedo pasar perfectamente un par de meses sin ponerme al día de lo que pasa en el arte actual, pero con la cantidad de fibra que se come en esta casa, no puedo decir lo mismo de los retretes.
A las ventajas del "hágalo usted mismo" (uno no paga la mano de obra) se opone un inconveniente mayor: como las reformas se hacen en el tiempo libre, duran eternamente. En nuestro caso ya llevamos de obras el equivalente del tiempo que se tardó en construir la abadía de Westminster, aunque tenemos la suerte de contar de vez en cuando con ayuda a bajo coste, y NO, no es a bajo coste porque nos aprovechemos de un sin papeles. Es porque tenemos a Jules.
El resultado de esta camaradería marcial es que ahora, para los trabajos pesados, o cuando monsieur M. debe ausentarse para llevar la civilización al norte de Quebec y construir líneas eléctricas donde el alce perdió la cornamenta, yo cuento en casa con la presencia de Jules, cinturón negro de aikido, instructor de kyudo al igual que monsieur M., emigrante francés con el peor corte de pelo en la historia de los malos cortes de pelo y sabio autodidacta. A pesar de haber practicado el karate, yo no soy cinturón negro de nada, pero no vayáis a pensar que estoy indefensa: dadme harina y tiempo suficiente, y puedo cargarme un escuadrón de infantería de un empacho.
Jules es un bretón enjuto, seco, en los cuarenta muy avanzados, con un narizón muy francés y un sentido del humor asesino que prodiga en un acento sumamente gabacho y con seriedad inmutable. Su horrible corte de pelo es básicamente un esplendoroso "corte Longueuil", como lo llaman aquí, en honor de Longueuil, suburbio cheli a las afueras de Montreal.
Acostumbrada a este estado de mujer casada a tiempo parcial que provoca el trabajo de mi hombretón canadiense, no hay muchas situaciones que no me atreva a manejar sola (aunque no tenga especial habilidad, conocimientos, ni talento para ello), pero si hay dos situaciones en las que me siento especialmente disminuída psíquica son: el taller del mecánico -especialmente mientras me explica por qué va a sacudirme 400$ CA de factura-, y el misterioso mundo del bricolaje, la palabra "bricolaje" englobando los arcanos artes de la fontanería, electricidad y albañilería.
Así que si una tubería explota debido al hielo, un pedazo de techo del cuarto de baño se desploma mientras me ducho (verídico), hay un cortocircuito o la caldera se va a la porra y monsieur M. no está, no tengo más que llamar a nuestro Jules, y viene a salvarme en su blanco corcel. Bueno, en bici. Y en invierno, en metro.
Jules tiene el aspecto curtido del que ha vivido mucho, y es que ha vivido mucho. En su historial de múltiples empleos están el de cocinero en barcos de la marina mercante (empleo que le ha permitido visitar los bares de casi todos los puertos del mundo), cocinero en garitos de comida rápida en Montreal (Le roi de la patate, entre otros) y en algún que otro restaurante más fino, cobaya humana para ensayos clínicos (curro que ejerce todavía, cuando la cosa va mal, dice que ser pagado por yacer leyendo en una cama de hospital durante tres días no está tan mal, si se exceptúa la sonda para la orina), controlador aéreo y ahora, obrero de la construcción.
Nuestro operario favorito ha acumulado no sólo saber práctico; su dosis de saber teórico la adquirió por medio de densas lecturas e iniciando numerosas licenciaturas y no terminando ninguna. Yo creo que ha alcanzado el equivalente a un doctorado por acumulación. Ahora prefiere ser autodidacta y leer a Jung mientras le administran un nuevo medicamento contra el colesterol en el gota a gota. Soltero inveterado, relativamente popular entre les dames y con una pequeña dosis de donjuanismo muy discreto, tiene una hija en alguna parte de Francia. Hay que decirlo: Jules no es el obrero típico en Quebec.
¿Cómo sé todo esto? Pues porque Jules ha pasado tanto tiempo en casa, demoliendo paredes y reconstruyéndolas, que ha llegado a ser, si no un amigo-amigo, algo más que un conocido. Es algo así como un familiar que viene a pasar temporadas a casa de vez en cuando, destruyendo -y rehaciendo- algunas porciones de la misma. Desde que monsieur M. y yo empezamos nuestra vida en común en esta barraca común, nuestra relación parece haber sido siempre un ménage à trois, citando a Elvira Lindo: él, yo y un operario. En nuestro caso (en nuestra casa), monsieur M., yo, y nuestro Jules.
Como esto de tener como empleado a alguien que uno conoce crea una cierta zona gris en cuanto a los modales requeridos en la situación, y como quiera que yo intento ser educada, cuando Jules lleva tiempo trabajando en un proyecto en casa se crean unos hábitos peculiares:
-"Tip, tap, tap, tiptip, taptap", tecleo desaforadamente mientras escribo esa tesina que, lo sé, lo presiento, un día revolucionará el mundo de la lingüística.
-"¡DINGDONG!", suena de buena mañana (a las siete y media clavadas) nuestro timbre que, a pesar de ser montrealés, suena como todos los timbres de occidente. Sé que es nuestro Jules, que, aunque ya hace tiempo que tiene una llave (ventajas de tener un operario de confianza), también es educado y no entra en nuestra barraca como pedro por su casa.
El ritual que sigue es más o menos el mismo de todos los días laborables en los que no trabajo fuera: le abro la puerta, ya vestida en mis sempiternos pantalón de chándal y camiseta con eslogan ridículo ( hoy "Linguists are sexy things"), Jules entra, deposita la bolsa de herramientas en el suelo, se quita los zapatos de la calle (costumbre civilizada y muy quebequesa), los remplaza por los de trabajar en casa, y pasa a la cocina. Acabo de hacer una cafetera, así que le sirvo una taza y yo me sirvo otra, hablamos brevemente del tiempo, de la patética política canadiense, de cómo hacer un buen soufflé, y de la decadencia de occidente, él me suelta un par de citas impresionantes de Russell (es lo que tiene tener un Jules como operario, es muy instructivo) y acto seguido se sumerge en las profundidades del sótano y se pone a mezclar escayola, o a excavar un nuevo túnel para el metro, o lo que sea que esté haciendo ahí abajo, y a martillear como un poseso durante dos horas seguidas.
Durante esas dos horas, yo intento concentrarme en el piso de arriba y seguir revolucionando la lingüística, me tomo un Advil para el dolor de cabeza, respondo a sus preguntas intermitentes de -"¿Dónde ha dejado monsieur M. el taladro?" -" ¿Dónde guarda monsieur M. su martillo neumático?" y -"¿Sabes si monsieur M. tiene un compresor?"
A mis respuestas desganadas de -"No". -"Ni idea". -"No sé lo que es eso". -"¿Euh?" y -"Yo en su taller no entro ni loca, porque sólo de ver el desorden que impera me da urticaria", Jules gruñe un poco por lo bajo y revuelve en el desquiciadísimo taller que monsieur M. se ha montado en el sótano, su caverna del averno personal.
Una vez comprobado que lo que estoy escribiendo esa mañana no sólo no revolucionará el mundo de la lingüística, sino que va a ser crucificado intelectualmente por mi profesor, me preparo una tanda de muffins de manzana, o de plátano, o de galletas de mantequilla de cacahuete, y mientras se hornea, pongo otra cafetera y cuando todo está listo, me sirvo una taza, le sirvo otra a Jules, la pongo en un plato junto a un muffin o unas galletas calentitas, y se lo bajo a la caverna del averno. Jules para la máquina infernal con la que esté trabajando (una lijadora de parqués, o una sierra) y me quita el plato de las manos haciendo ruidos apreciativos como ohlala, o yumyum (os recuerdo que es francés).
Durante esta pause-café me hace más preguntas sobre cómo quiero el acabado de esto o aquello (sobre ese punto nos entendemos bien, no soy de esas eternas indecisas que cambian de idea cada cinco minutos, decido rápido y definitivo), me enseña sus progresos, intento hacer aprecio -aunque la mitad del tiempo no sé muy bien por qué está agujereando el techo del lavadero- y vuelvo a subir con el plato vacío, encerrándome en mis dependencias.
El mismo proceso continúa hasta la hora de comer, en la que aparece por la cocina con su tupperware lleno de algo que generalmente tiene muy buena pinta, lo calienta discretamente en el microondas y se vuelve al sótano o sale al patio a comer, libro en ristre (no es un hablador, este Jules, rasgo de su carácter que a mí me conviene perfectamente), o se va al diner de la esquina. La tarde transcurre de la misma manera, entre tecleo y martillazos. Los viernes suelo invitarle a cenar cuando termina su jornada, a veces acepta y a veces no.
Cuando acepta, tras haberse lavado del polvo blanco que lo recubre de pies a cabeza, mete discretamente la cabeza en mi oficina, me pide noticias de la tesina y yo se las doy. Monsieur M. suele llegar contento (home, ruined home), tras una semana de ser picado por los voraces mosquitos de la tundra, y nos pilla delante del ordenador, en pleno debate de: -"Tu argumento en este capítulo no se tiene en pie, no está empíricamente justificado, y algunas frases están muy mal formuladas." (nuestro Jules, en francés) y mis respuestas de -"Que no se tiene en pie, y una mierda como una piedra. Maldito gabacho." ("gabacho" en español en el original) -"Eso, cuando la lógica se tambalea, nos ponemos agresivas y sacamos a relucir la bazofia histórica napoleónica." (el Jules, en francés, entendiendo más castellano del que pretende). -"Narizón." (yo, exasperada, en francés en el original).
Es que tener un operario polivalente que te mira los participios (¿dónde se fueron los obreros clásicos, los que te miraban los pechos?) y te recuerda que no los has concordado con el sujeto, puede llegar a ser irritante . Además, sé que durante la cena va a criticar el punto de cocción de mis espárragos. Es muy maniático con los espárragos, este Jules. Casi tanto como con los participios.
Mi hombretón quebequés se acerca al ordenador, se inclina para darme un beso, palmea sonriente la espalda de nuestro Jules y le ofrece una cervecita. Jules dice que venga esa cervecita y vuelve la mirada a ese párrafo cuya argumentación flojea. Yo los miro a los dos, las sienes me laten, maltrechas del ruido de la jornada, y me entran unas ganas súbitas de que desaparezcan y de quedarme sola y en paz en mi casa semiderruída (por una tarde), y me digo: -"Henos aquí, de nuevo, en ménage à trois."
14 comentarios:
Otro hermoso relato tuyo que disfruto. Muchas gracias por el regalo!
No recuerdo como encontre tu blog, pero agradezco el libk q me trajo hasta aqui!
Encantador texto y divertido... para comenzar la jornada laboral!!
No sé si envidiarte, o sentirme afortunada, y tampoco sé muy bien el motivo... pero, diria que un poco de los dos!!
Saludos.
Dios, qué buen comienzo de mañana. No se si es un relato de ficción o el fragmento de un diario que nos dejas ver por encima del hombro. Da igual: me he imaginado verte tecleando mientras Jules llenaba la casa de porrazos. Ménage à quatre, por lo tanto. Agradezco a los dioses el hallazgo de tu blog. Gracias
¡Estupendo! El relato, tu Jules y ese ménage a trois.
PD: el corte "Longueuil" es muy popular por aquí, muchos no se han enterado de que los 80 ya pasaron, jajaja.
Fenómena, como siempre...
Leyéndote casi añoro a mi teutón albañil, que no se llama Jules sino Señor S., pero que igualmente me hacía compañía y me daba conversación mientras yo aquí sentadita delante del ordenador intentaba trabajar y él me demolía media casa... Y la de muffins y panes que le horneé yo a ese hombre... :)
¡Ponga un Jules en su vida! jajajajaja....me ha encantado!! soberbio! niña, no se como haces para superarte a ti misma (mismamente) en cada post...
Pero...ay! madre...que se me ocurrió mirar en link del corte de pelo....brrrrrrrr.....
Un besazo
Maite
¡Qué suerte tienes Arantza! al mío le gustan los deportes y lleva dos años arreglándome el enchufe donde conecto el flexo de mi mesa... :S
Aunque la tesina seguro que te ocupa más tiempo de lo que querrías, yo te sugiero que recopiles estas maravillosas anécdotas en un libro que yo lo compro seguro!
gracias por las risas que me proporcionas con tu docuficcion y el buen humor que me queda despues :-)0
si no existieras habria que inventarte, Arantza
que curioso que precisamente se llame Jules el 'fuertote' (aunque sea en participios) este
Maria C>
Vamos... se atreve ese tío a mirarme los participios y lo pongo bonito... Bonito en morado y azul de Prusia, digo... Anda que...
Quiero un Jules! Y voilá...
Arantxa un post preciosoooooooo, me imagino los ruidos de la obra, tú en el ordenador ejejejej y lo del final buenisímo ¡¡¡¡¡
buen finde
bikos
alinita
Zarawitta, me has quitado las palabras de la boca. Yo también quiero un Jules.
Yo, a ese corte de pelo, lo llamo "de futbolista de tercera regional". Es un nombre como muy gráfico.
Guillermo: compatriota hispano-canadiense :-), gracias por el elogioso comentario. Yo también he asomado la nariz a las aventuras canadienses de tu familia. Disfruta del verano... mientras nos dure :-D
Lobito: si en tu lugar de trabajo nadie está demoliendo paredes, definitivamente deberías sentirte afortunada :-).
Don Juan (¿o señor Navarro? :-): Nada que guste más a un escritor aficionado que el lector le diga que leyéndolo se imagina vivir la escena. Tengo que decir que mis "docuficciones" tienen un buen porcentaje de realidad y una parte de ficción, en proporciones que no desvelaré para no fastidiar el misterio. Y para que los personajes que se reconozcan no me partan la cara/dejen de ser mis amigos/ambas cosas. Gracias a usted por el amabilísimo comentario, y vuelva cuando quiera, que por aquí siempre se cuece algo.
Noema, Maite y Cíes: gracias por los piropos varios, guapazas. Cíes: has encontrado la traducción cultural perfecta de ese corte. Aunque Jules lo lleva en versión personal: la parte de atrás más larga y... trenzada (estremecimiento). Es verdad que hay gente que nunca se dio cuenta de que los ochenta pasaron. Cuando lo critico abiertamente (en malévola venganza por sus críticas a mi estilo en francés), se defiende diciendo que ese corte le da un toque lumpen muy útil en ciertas esferas del mundo de la construcción. Encuentra argumentos para todo, el tío.
Natalika: en cierta forma, sí que es verdad que cuando una "pone un obrero en su vida", éste le proporciona gratos momentos de compañía -destructiva, pero compañía a fin de cuentas- durante las jornadas de soledad académica-traductora. Pero cuando se va, también proporciona gratos momentos de soledad y silencio.
Iris: gracias, maja. Qué más me gustaría a mí que poder vender mis desvaríos, en lo que llevo escribiendo la tesina me podría haber mercado ya dos novelas :-). ¿Hay un editor en la sala?
María C.: mmm, a mí me da que tú sabes francés, pillina, y que te has coscado del doble sentido sutil de "avoir un Jules"... chuuut, no se lo digas a nadie... :-). Encantada de producir agradables efectos secundarios y jocosidades varias, reina mora.
Lupe: hombre, yo no sé si es que soy una mujer fácil, pero a mí que me mire los participios, tampoco me molesta tanto, mientras no me los toque... eso sí, cuando me pellizca la argumentación, ahí me indigno. Vamos hombre.
Zarawitta: mm, yo tampoco lo proclamaría abiertamente, no sea que piensen que no eres muy selectiva :-D... echa un vistazo aquí:
http://www.wordreference.com/fres/Jules
Alinita: gracias, me alegra que mi miseria recosntructora cotidiana sirva al menos para producir buenos ratos. Bisous.
Jaja, gracias por el tip creo que mi mal francés ahora es patético. De cualquier modo un Jules de "wordreference" ya lo hay, pero se necesita ayuda extra en casa y con la redacción de la tesis ja. Suerte la tuya..
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