viernes, 1 de agosto de 2008

Sonata para escobilla nº 1 en Do menor, Opus 514

"My second favorite household chore is ironing. My first being hitting my head on the top bunk bed until I faint".
~Erma Bombeck

"Odio la limpieza. Haces las camas, friegas los platos, y seis meses más tarde hay que volver a empezar".
~Joan Rivers

"I'm not going to vacuum until Sears makes one you can ride on."
~Roseanne Barr

"Don't cook. Don't clean. No man will ever make love to a woman because she waxed the linoleum - "My God, the floor's immaculate. Mmm, lie down, you hot bitch."
~Joan Rivers

Imagen de Ed Polish & Darren Wotz


Aunque en esta decrépita casa montrealesa el trabajo doméstico se reparte a partes iguales (ninguno de los dos hace gran cosa), yo tengo la tendencia a hacer la parte que me corresponde en esos momentos aciagos en los que estoy intentando escribir algo que revolucione el mundo de la lingüística y no lo consigo.

Mis dos tareas predilectas en lo que al escapismo intelectual se refiere: limpiar el cuarto de baño y hacer la colada.

De lo de la colada ya os hablé hace tiempo, pero esto del cuarto de baño me preocupa. ¿Por qué prefiero limpiar el retrete a pasar la aspiradora, doctor? ¿Soy normal? Insisto, esto tengo que ir a que me lo psicoanalicen.

Si os preguntáis el por qué del título musical para este post más bien escatológico, tiene su razón de ser: mi dinámica de trabajo se ve afectada por ciertas molestias que se repiten tan a menudo, que la cosa empieza a adquirir un ritmo, una musiquilla cotidiana, esto empieza a sonar aun fastidioso baile doméstico. Una de esas molestias es el telemárketing.

Los canadienses, grandes usuarios de Internet, por alguna razón siguen utilizando mucho el teléfono para una gran cantidad de trámites y gestiones que en España te obligan (u obligaban, hace una década, cuando yo aún vivía por allí) a hacer cola delante de una ventanilla que contenía un funcionario/a que en general te atacaba los nervios. Hasta ahí, perfecto. A treinta bajo cero es genial poder renovar el pasaporte desde el confort de tu hogar.

El problema es que las empresas de este país siguen siendo grandes adeptas de esa práctica del averno: el telemárketing. Oséase: llamar a su domicilio a un individuo/a que no te ha pedido nada, y darle el plastazo para encajarle /venderle/ alquilarle un servicio /objeto por el que normalmente no ha manifestado ningún interés /preferencia /necesidad. Práctica durante la cual se le interrumpe /molesta /incomoda /carga /fastidia /incordia /enoja /enfada /fatiga /mortifica/ atosiga /irrita /joroba /importuna / y asedia. No sé si me explico. No me gusta que me llame gente a la que no he pedido nada, sobre todo cuando ando revolucionando el mundo de la lingüística.

A ver, que yo también he tenido mi dosis de empleos infectos y sé lo que es, aquí no arremeto contra el honrado trabajador que te llama, sino contra la maldita empresa que le obliga a llamar, pensando que es un excelente método de venta.

¿Y por qué no te vas a trabajar a la biblioteca?, dirán muchos bienintencionados lectores. Por un cierto número de razones que no daré aquí, pero que pueden resumirse en: tras una licenciatura y muchos otros estudios, así que varios años de trabajar como profesora, las bibliotecas empiezan a saturarme un poco. Probablemente, tras mucho trabajar en salas de profesores diminutas, con el codo de un colega incrustado en las costillas, ahora necesito unos años de soledad en mi oficina. Voy mucho a la biblio, pero para buscar libros, y vuelvo a casa.

¿Y por qué no miras en la pantalla del teléfono la identidad del que llama? dirán los mismos lectores. Fácil, porque la mayoría de estas llamadas no están identificadas, como no lo está el móvil de monsieur M., por lo cual descuelgo, en caso de que sea él y quiera decirme que soy la luz de sus días, pichoncito; o llaman de otras provincias, con lo que la llamada interurbaine que aparece puede ser mi santa madre desde las Españas, con una emergencia, del estilo "he leído un artículo sobre las mujeres de más de 35 que toman la píldora, parece que son más propensas a los accidentes cerebro vasculares, hija, ya te dije yo que, además de pecado, eso no era bueno". Argumentos ante los cuales descolgar el teléfono es imperativo.

Así que en la paz de mi hogar, dulce hogar, rodeada de mis libros de referencia y de pelo de gato, instalada delante de mi ventana con el arce (no el alce) de mi parterre meciéndose plácidamente al viento, ando yo leyendo un artículo sobre las dificultades de aprendizaje de la competencia intercultural en estudiantes coreanos, -o asín-, e intentando descifrar unos cuadros estadísticos creados para hacer sufrir, cuando...

¡¡¡DRRRRRINNNGGGG!!!! (Ay, no, esa onomatopeya se ha quedado antigua, es más bien:)

¡¡¡BIRLUPBIRLUPBIRLUP!!!! (Tengo un timbre de teléfono un poco chorra, efectivamente).

Ilustre lingüista en devenir, osea yo: -"Allô?"

Alegre televendedor, con voz forzosamente jaranera, porque hace ya como 53 llamadas que le mandan a paseo: -"Buenos días, señora. ¿Cómo está hoy?"

Esta preocupación por mi estado actual, viniendo de un perfecto desconocido, siempre me inquieta. Pero como sea que yo he ido toda mi vida a un colegio de monjas, con la consiguiente degradación moral que conlleva esta educación, y aún así, a pesar de dicha degradación, soy incapaz de colgarle en las narices a un buen hombre que sólo está haciendo su trabajo -y a comisión, el desdichado-, considero rápidamente varias respuestas posibles:


a) Decirle cómo estoy realmente, con todo lujo de detalles: que la tesina no avanza, que no entiendo los cuadros estadísticos sobre los malditos coreanos, que ando con una jaquequilla de origen hormonal y que uno de los gatos ha escupido una bola de pelos en la tapicería del sofá, bola que se ha secado ahí toda la noche, hasta que la he visto esta mañana, y que ahora es imposible de limpiar. También le contaría que tengo que vaciar el lavavajillas antes de que monsieur M. venga y me lance platos aceitosos encima de los limpios, y preguntarle si conoce algún remedio para eliminar una mancha de humedad en el techo de esta barraca. Y otro para las bolas de pelos, ya que estamos.

b) Responder: -"Bien. ¿Y usted? ¿Y su señora? ¿Y los niños? ¿Y su perro?"

c) Decirle: -"¡Mal! ¡La casa es pasto de las llamas! ¡Vamos a morir todos! ¡Aaaaahhh!!!" Y colgar.

Opto por una versión escueta de la b).: -"Bien, gracias. ¿Qué desea?"

Televendedor dicharachero: -"La llamo para notificarle que ha ganado usted un premio, señora."

Yo (con tonillo mortecino): -"¿Ah, sí? El júbilo me invade. ¿No nota usted cómo me invade? ¿Qué he ganado? ¿Un móvil, una tarjeta de crédito, unas vacaciones en Cancún? ¿Un presupuesto para cambiar las ventanas? ¿Unas prótesis de silicona?" "¿Y qué tengo que comprar a cambio de mi premio?"

Televendedor (un poco menos dicharachero y con tono falsamente ofendido): -"Señora, por favor, que yo no la llamo para venderle a usted nada. Usted ha ganado un privilegio inusitado, una oferta especial..."

Yo (ahora ya francamente irritada, la réplica de manual de ventas impacientándome, interrumpiendo): -" Mm, ¿podría usted perdonarme un momento? Ahora mismo estoy con usted..."

Acerco el teléfono al suelo, agarro el Larousse Ilustrado con la otra mano -tapas duras- y empiezo a percutir el parqué con él, como una posesa. Vuelvo a pegarme el auricular a la oreja y, exagerando mi acento hispano, digo, jadeante: -"Usted perdone, es que me ha pillado preparando..., mmh, tengo bastante trabajo, sobre todo hoy, que celebramos... es que hoy es día de fiesta en nuestro culto, ¿sabe?"

Televendedor (perplejo por esta súbita confidencia): -" Aaah, ¿celebran ustedes algo?" (El plural "ustedes" dubitativo, incluyéndome en una comunidad nebulosa y desconocida).

Yo (ganando confianza): -"Ay, sí" (en español), "Hoy es la fiesta grande para nosotros, ¿sabe? Celebramos el ritual aquí en casa, y tenemos la ceremonia esta noche, porque es luna llena, ¿Usted me entiende, verdad?" (Con voz más baja, tono conspiratorio).

Televendedor (inseguro): -"Euh, sí, claro. Luna llena. Ya veo. Pero déjeme volver a lo del premio..."

Yo (ahora pasándolo en grande): -"Ay, el premio, sí, qué ilusión , para mí que los rituales están surtiendo efecto. Los sacrificios, ¿sabe? Siempre funcionan. Justamente, quiero que me explique mejor lo del premio, pero ando con las manos ocupadas, estoy poniendo el teléfono perdido de sangre..." (termino, con tono casual).

Televendedor (inquieto, repite débilmente): -"¿De sang..? Si está usted ocupada, señora, no tiene más que decirme a qué hora es más conveniente para ponerme en contac..."

Yo (melosa): -"¿Y no visita usted a domicilio? Porque para que yo entienda bien lo del premio... Y así conocería al grupo... No importa que venga tarde. ¿Vive usted solo? ¿Cómo dice usted que se llama?"

Televendedor (apresurado): -"Mire, señora, creo que la pillo en mal momento. Ya volveré a llamar. Le deseo un, euh, bonito día. Y, euh, felices, ehm, fiestas."


Foto: Artesanía Topalli
Con tanta charleta, ya me he desconcentrado. Así no hay quien termine la tesina.

Me voy al baño, a darle a la escobilla.

6 comentarios:

jb500.blogspot.com dijo...

holaaa

son insoportables, pero reconozco que tu sistema es bueno, el proximo que me llame al despacho vendiendome vinos, manuales de tributacion o una fuente de agua, lo invitare a un akelarre

:-)))))))

v'sss

Maria Fernanda dijo...

Jejejejeje pero avoue que son una inspiración para muchas entredas de blog y muchos cuentos de terror, si Poe los hubiera conocido...

Lo que más me gustó es el Opus 514 jajajaja la mía es Opus 418 ni modo, estoy menos IN que tú.

Dispersa Desastre dijo...

Jajajajajajajaja (carcajada "a papo lleno" que le decimos en casa). Muy bueno lo tuyo... me lo apunto, que ya estoy cansada de decir "que la señora nostá en casa y no nos deja al servicio hablar por teléfono".
Un besuco.

Arantza dijo...

JB: ... y si alguien se pone a dar alaridos detrás del teléfono mientras hablas con el televendedor, es un método aún más inquietante y eficaz.

MF: si es que las pillas todas, hasta mis guiños para los de aquí. Espero que te llamen menos por la Belle Capitale Nationale. Por cierto, las calaveritas, monas, ¿verdad? ;-)

Dispersa: hay otro método muy útil, pero más grosero; le dices que te disculpe un momento, apoyas el teléfono en la mesa, y te vas a seguir haciendo lo que estabas haciendo (la colada, la tesina...). Una hora más tarde, normalmente se han dado cuenta de que te has a)olvidado de ellos -piensan que eres una abuelita con Alzheimer- b) choteado de ellos malamente.
Sólo para los más recalcitrantes.

Anónimo dijo...

Ahh si olvidé dos cosas:
1.- Escuché en las noticias que pronto podrás inscribirte en una lista para que NUNCA nadie más vuelva a llamarte. Estos canasienses si que piensan en uno :) Yo creo que el Ministro ya estaba harto de que le hablaran jajajaja Aqui casi nadie habla, l-i-t-e-r-a-l-m-e-n-t-e con eso de que mi círculo social se quedó en el 514. La que si está OUT es Edith, le pasó como a Carrie en la peli, su celular es 438 ya no alcanzó 514 jejejejeje.

2.- Olvidé comentar las calaveritas. Creo que están muy bien, comprenden el contexto social que los mexicamos les damos, es decir reír de la muerte. Bueno, aqui más bien te reiste del pobre vendedor, pero bueno, licencia poética para la españolita i Olé! :p

P.D. Ánimo con la tesina, ya sé que quieres revolucionar el mundo de la lingüística, pero vamos que no lo revoluciones tanto que nos dejas desempleadas :P

*sale*

MF

Arantza dijo...

MF: gracias por la sugerencia, me temo que ya me apunté a la famosa lista (versiones anglófona y francófona), y lamento anunciarte que no funciona al 100%. Creo que es porque algunas empresas ni se molestan en consultarla. La próxima medida radical: borrarse de las páginas amarillas.
En cuanto a tu vida social, no te quejes, que me han dicho por ahí que te has hecho toneladas de amiguitos :-)