"A lo único que tenemos que temer es al miedo en sí mismo". - Franklin D. Roosevelt
"No es que tenga miedo a morir, es sólo que no quiero estar ahí cuando ocurra". - Woody Allen
"Get the facts first, THEN panic!" - Anónimo
***************
En estas fechas de largas noches y pandemias de gripe apocalíptica, de solsticio y de fantasmas y apariciones, una entrada de miedo:
En una cena con unos amigos de monsieur M., a la hora de la sobremesa, que todos los amigos integrales-abrazadores de árboles-aprendices de tamtan de monsieur M. parecen siempre coronar con una tisana casera, supuestamente estupenda para la salud pero que sabe como debe saber el agua del prelavado de mis calcetines de jogging, la conversación giraba en torno a las motivaciones últimas de cualquier ser humano en la vida (he olvidado decir que, además de abrazadores de árboles e integrales, los amigos de monsieur M. son gente profunda. Casi abisal.)
Uno de los amigos, taza de mejunje verdoso humeante en mano, dijo muy simplemente y sin aire pretencioso que, en su opinión, las personas funcionan casi exclusivamente impulsadas por dos emociones: el miedo y el amor. Ya, ya, ya, estáis leyendo esto a escondidas en la oficina, con apenas el último sorbo de café con leche en las comisuras de la boca y leer esto os produce una reacción de arcada automática. Pues bien, permitidme sorprenderos por una vez, hablando en serio: esta perla de sabiduría post-hippy hizo sonar en mí una campanilla interior, con el inconfundible tintineo de lo que suena exacto. Y creo que este amiguete, a pesar de preparar unas tisanas infames, tenía mucha razón.
Algo en mi fuero interno me dice que esas dos motivaciones (por separado o combinadas) rigen en gran parte mi vida y la de mucha gente que conozco. Me gustaría decir que mi vida también está regida por nobles ideales, más grandes y elevados que mi pequeña y poco importante persona, pero a quién voy a engañar a estas alturas, yo que engordo sólo porque el ego no me cabe en el cuerpo (los muffins no tienen nada que ver, estoy convencida). De aquí a que me muera, ya sólo aspiro a la honestidad y a mantener un mínimo de decencia.
Yo he sido criada por una gran miedosa. Santa Madre, con todo su amor materno y una tonelada de buenas intenciones, hizo lo que todos los padres y madres hacen con sus retoños: acribilló a sus hijos de miedos confundiéndolos con la prudencia, pensando que así aumentaría nuestras posibilidades de sobrevivir. En lo básico, tuvo éxito. Tanto Estoico Hermano como yo hemos llegado a la edad adulta, sin lesiones mayores ni mutilaciones importantes. Hasta ahí, misión cumplida. Santa Madre lo hizo lo mejor que supo con sus limitaciones del momento, que es lo que toda la gente con descendencia suele hacer, y por lo que son acusados e inculpados sistemáticamente por sus hijos en cuanto éstos llegan a la adolescencia.
Padres y madres que me estáis leyendo: relajaos. En el tema de criar y educar a vuestros hijos, da exactamente igual como lo hagáis. En cuanto cumplan los catorce, ellos van a recordaros que lo habéis hecho mal de todas maneras, y que la culpa de todo lo que no funciona en sus miserables vidas es vuestra. Así que servíos una copita y descansad mientras aún podáis. Sólo me permitiré recordaros una cosa: que los miedos son una ETE, una enfermedad transmisible educacionalmente. Y que a vuestros cachorros va a costarles un huevo, una pasta en psicólogos y mucho tiempo y energía librarse de ellos, a veces toda una vida. Preciosa energía que podrían dedicar a algo más provechoso. Así que antes de pasarle uno a los churumbeles, preguntaos si es realmente necesario para su supervivencia. O si sólo le estáis pasando un miedo vuestro, en plan herencia familiar. Porque una vez que lo herede, le durará largo tiempo.
Volviendo al tema que nos ocupa: estos miedos en los que me infusó Santa Madre desde mi más tierna infancia incluyen desde el pío temor de Dios hasta el miedo a las corrientes de aire (que, según ella, pueden llegar a ser mortales), pasando por el pavor a sentarse en los retretes públicos y a hacer ejercicio físico o a bañarse en agua fría durante la regla. Esos terrores también incluyen el miedo a las tormentas eléctricas, a los desastres naturales varios, a la velocidad superior a los sesenta kilómetros por hora, al sexo prematrimonial y al sexo en general, a viajar sola, a las alturas, a la fruta no lavada y a dormir en un cuarto que no ostente un crucifijo colgado encima de la cama (éste nunca me lo explicó con detenimiento, pero sospecho que uno se arriesga a perecer de una combustión espontánea, o fulminado por un rayo, si no ha cerrado las ventanas movido por el práctico miedo a las tormentas).
Aún hoy en día, Santa Madre no puede contenerse y me recita sistemáticamente por teléfono todos los sucesos escalofriantes y sangrientos que ha leído en el periódico: desde asesinatos de mujeres a golpe de cuchillo jamonero, obra de maridos enloquecidos (creo que me considera a riesgo por el hecho de tener un marido, pero para tranquilizarla le digo que por el momento, ni está enloquecido, ni tenemos cuchillo jamonero); pasando por variados y mortales accidentes de coche (cuando le digo que uso el metro para todos mis desplazamientos y que sólo conduzco para hacer la compra, una vez por semana, en menos de un radio de cinco kilómetros de casa, no parece calmarla); hasta la gripe A (por mi trabajo, soy probablemente una de las personas más prontamente vacunadas contra prácticamente todo, aunque este argumento clínico no sirve, me saca a relucir el miedo a las vacunas). * Suspiro *.
El resultado de todos los desvelos de mi madre ha sido bastante mitigado: han hecho de mí una apóstata adicta al jogging incluso en sus primeros días del ciclo menstrual (lagarto, lagarto), a la que le encanta viajar sola y que no tiene mayor problema en emigrar al otro lado del charco, que vive en un país lo bastante civilizado como para poder sentarse en un retrete público y no lamentarlo, cuyo dormitorio no contiene crucifijo ninguno y en el que osa dejar una ventana abierta (a veces hasta dos, y es que yo soy así, intrépida y agreste), incluso durante las numerosas tormentas eléctricas veraniegas (sé que un día seré fulminada, lo sé). Y a mi edad, empiezo a tener más miedo de las anchuras que de las alturas. Pobre mamá. Aún no se explica qué error cometió en mi educación, para que yo ande desafiando a la muerte a cada paso.
Con el tiempo, también he conseguido cultivar miedos de cosecha propia: a los insectos de más de un centímetro, a estar perdiendo neuronas poco a poco debido a malas lecturas, a la dependencia (a todas las dependencias, en plural, a las personales y a las químicas), al fanatismo, a las grasas saturadas, al egoísmo y a la indiferencia progresivos, que se deslizan insidiosamente en tu vida y se instalan si los dejas, al sufrimiento, la enfermedad y la muerte de las personas que quiero, al agua profunda, a la derecha, al olvido. Ah, y a conducir el monstruoso pickup todoterreno automático que monsieur M. utiliza para el trabajo, y que me ha tocado cambiar de sitio hoy porque estaba mal aparcado, se ha ido con mi coche y le iban a echar multa. Es como conducir un maldito tanque. Es como ir al supermercado en panzer. Están locos, estos norteamericanos.
Me digo que al menos, mis miedos son mis propios miedos, y no los de otra persona. Y cuando luche contra ellos sólo podré culparme a mí misma de haberlos alimentado, y tendré que ridiculizarme y reírme de mí y echarle arrestos a la cosa. Porque imagino que una gran parte de crecer consiste en superar los miedos, aunque sólo quiera decir meter la mano en esa caja de libros que yace en el sótano. Incluso sabiendo que en ella pueden anidar los famosos Ciempiés Mutantes Gigantescos de la barraca montrealesa, y aplastar al que intente treparme por el brazo intentando contener un chillido lamentable y sacudidas histéricas de manos y pelo (nadie diría que tengo casi cuarenta tacos y dos licenciaturas, caray). Sin llamar a monsieur M., ni utilizar una recortada.
El miedo puede ser un freno que nos paralice e impida hacer muchas cosas, pero también puede ser un combustible que nos empuje a hacer otras. Muchos profesionales de la salud mental dirían que esta política no es buena, que es una motivación negativa. Yo me digo que depende de lo que queramos hacer con él: o lo alimentamos, o lo quemamos. Si me baso en mi experiencia personal, el hecho de ser una gran cobarde me ha impulsado a hacer todo tipo de cosas para que no se me note demasiado.
A fin de cuentas, el que no siente ningún miedo no es un valiente. Es un inconsciente o un gilipollas. Los bravos de verdad somos los que hacemos lo que sea necesario, aunque (en francés suena más fino), "ça sente la merde" mientras lo hacemos.
18 comentarios:
Arantza, me parece que Santa Madre tiene el don de la ubicuidad, porque que yo sepa está durmiendo en la habitación del fondo del pasillo. Igualita.
"El valiente no es el que no siente miedo, sino el que a pesar de tenerlo actúa" Anónimo.
Yo me considero también una valiente, a pesar de mi madre.
Un saludo, Begoña
yo SI tengo cuchillo jamonero
jajajajajajajajjajajaja
Uy, Arantza, gracias por escribir todo esto, y compartirlo sin miedo. Mucho material para pensar. Necesito tiempo para ir digiriéndolo. Un beso.
Yo, siempre que alguien me daba la brasa con hay que ser valiente y atreverse a... y a.... por que tal, y tal y tal...respondía "pero , a ver, dime donde esta escrito que en esta vida haya siempre que ser valiente?"
Ahora cada vez que lo diga pensaré en ti.
Un beso
Maite
Esta entrada me viene tan al pelo hoy cuando justo estoy atascada entre un movimiento que voy a hacer por amor y el miedo a cómo hacerlo, y me encuentro en el medio, a modo de relleno del bocadillo. El caso es que mi madre me ha educado infusionándome valor y deshaciendo miedos, de modo que yo no me explico cómo en mi edad adulta (que no madurez) en mi vida siempre me acechan muchos Miedos, de los cuales procuro deshacerme como si de una mancha de salsa de tomate se tratase, pero ahí están de todos modos.
(Soy la Anónimo que hizo como le pareció la crema de calabaza y manzana, pero con la emoción me olvidé de firmar).
Un abrazo
Beatriz
Ay dios, los miedos de las madres... es que son todas mellizas? Fíjate que yo sí que me planteo no meter demasiados miedos a mis niños, por lo que luego cuesta quitárselos de encima, como tú dices. Y porque te paralizan y te pueden impedir hacer cosas que luego se conviertan en una magnífica experiencia. Y qué me dices del miedo a no causarle un infarto a tu madre? Yo sí que necesito toda una vida para quitármelo de encima...
uf, los miedos. Gran tema. Llevo toda la vida combatiéndolos. Es agotador, tengo la impresión de estar siempre en guardia. Me da miedo volar y esta primavera me toco coger unos seis aviones sólo en el mes de mayo, conducir me produce pánico y aunque fui capaz de sacarme el carnet a la primera (¡con 30 tacos!) cada vez que cogía el coche me entraban sudores fríos y perdía varios kilos. Me fui a vivir, sola, al extranjero, sólo para demostrarme que podía hacerlo, aunque aún recuerdo cuando me dejó el bus en la estación de Rotterdam las ganas de llorar que me entraron....podría seguir, pero no quiero aburrirte.
No sé si estos miedos se han debido a mi educación. Lo que sé es que es un coñazo, un reto permanente. Ya me gustaría a veces ser loca o descerebrada para no tenerlos.
Hola,Arantza!
Me ha encantado tu entrada, y da mucho para pensar...
Creo que el ser humano va juntando miedos con la edad; yo al menos lo voy notando (eso o que de pequeña estaba en la inopia), y creo que se junta con que se acumulan cosas que se pueden perder...
Pero en general, estoy de acuerdo: los miedos se deben enfocar y aprender de ellos! Y si no, ser conscientes de lo que se está haciendo...
Un beso!
Lista de miedos:
- Cucarachas (denme ratas, lagartos o tigres de Bengala y no protesto; pero una cucaracha cualquiera me pone los pelos de punta).
- Coches (todos los coches, especialmente los que corren mucho, y muy especialmente los que me llevan dentro).
- Tiburones (sí, ya, pero yo vivo en una isla y a veces buceo).
- Que se acaben los libros. No porque se los coma Pinito, quiero decir que simplemente no haya más. No tener nada que leer.
Pues leyéndote me has hecho pararme un poco y pensar en mi Santa Madre. Ella me enseñaba que no había que tener miedo pero yo lo tengo y lo seguiré teniendo. Me encanta cuando superado ese momento, lo que no siempre ocurre, la "cosa" deja de darnos miedo y rápidamente se intercambia con otra de similar calaña.
Soy poco miedoso por naturaleza, no por educación, como en tu caso, fuy adiestrado en los más insufribles miedos...pero hasta ahora me consideraba un poco idiota por no tener demásiados miedos,,,asi que me dije...tengo miedo a no tener miedo y ahora..a no ser buen padre...todo se andara. Bicos
hola, este es mi primer comentario en el blog, muy bueno el post.
A mí tambien mi madre me cuenta toda clase de cosas sobre el machismo y las mujeres asesinadas con o sin cuchillo jamonero mientras me echa miradas tipo "vos también estás en el bolillero".
Peor porque tengo una katana (espada japonesa) y las peleas (pocas) con mi flaco son bastante espectaculares. Explicarle que hay más probabilidades de que él salga lastimado que yo (yo soy muy capaz de usar la katana pero él no), nunca le hizo efecto. De hecho, tampoco le hacen efecto ninguno de las realidades contundentes con las que se topa a diario. Sospecho que a algunas personas les gusta vivir con miedo.
Uy, que miedo me ha dado la entrada...
No, fuera bromas, me ha gustado tu entrada. Refleja muchos de esos miedos que todos tenemos y no sabemos porqué. Además me ha ayudado a tomar la decisión de que a partir de ahora le echaré la culpa de todos ellos a mi madre... juajuajua.
Un abrazo, Arantza.
¿Sabes qué me ha dado miedo al leer tu entrada? ¡¡¡Que soy yo la que me parezco a Santa Madre !!!!!
Es verdad que ella ha intentado y conseguido infundirnos miedos mil durante nuestra infancia, adolescencia y siguientes, con la inestimable ayuda de mi padre (si yo te contara), que es peor que mi madre.
En mi segura y atormentada adolescencia pensé que se habían equivocado en todo, con respecto a MÍ, nadie me entiende, no saben de qué hablan... esas cosas.
Ahora que yo estaba tan segura de que había "madurado", como dicen en las películas, y que estaba educando a mis hijas de una forma totalmente distinta a como me educaron a mí, llegas tú y me pones un espejo y veo a mi madre.
"Con los hijos siempre se comete algun error fatal, pero nunca sabes cuál" Esta cita es de una canción de Víctor Manuel.
Es lo más erudito que me sale en este momento.
Me voy a hacer un postre. Lo necesito, que me estoy estresando.
Besos miedosos.
Esperanza.
¡Ay! Y yo que pensaba que los miedos aparecían cuando te haces madre. Es decir, responsable de un bicho durante un montón de años...
Ya veo que son los años... Ja,ja....
Saludos
Begoña: me has entendido perfectamente. Y sospecho que madres como las nuestras hay más de una :-). Debe de ser generacional.
Ata: Me preocupas. Porque entre los múltiples miedos de nuestra Santa Madre, no se encuentra el de tener un hijo mayor desequilibrado. Ya que tienes cuchillo jamonero, hazles un bocata a tus hijos, anda. Que Sobrino Espitoso está muy flaco. Besazos fraternos.
Noema: ten cuidado, no se te vaya a indigestar :-). Y es que mis "filosofofeces" deberían incluír sal de frutas :-).
Maite: oye, que yo, dentro de mi cobardía extrema, soy muy valiente. Faltaría más.
Beatriz: vaya, qué intriga, esto de soltar la palabra justa en el momento justo, sin ni siquiera proponérmelo. No quiero ser indiscreta. Pero espero que todo te salga lo mejor posible. Otro abrazo de vuelta.
Miriam: Razón tienes. lo del miedo a causarle un infarto a la madre, no se me aplica. Y es que yo le he propinado un gran entrenamiento cardiovascular durante mi adolescencia. Si no le dio entonces, yo creo que ahora no hay peligro.
Ajonjoli y Marta: es verdad que vencer todos esos miedos cuesta mucho esfuerzo y energía. Y que cuando una se compara con gente que hace las mismas cosas, sin ningún problema aparente, le dan ganas de darse de bofetadas (al menos a mí). Pero bueno, cuando vences uno, siempre puedes decirte "uno menos". Ya sólo me quedan quinientos ;-). Animo, valientes. Que lo sois.
Lucía: yo creo que en mi caso no han aumentado con la edad. Sólo que con la edad me he vuelto más consciente de que los tengo (y de que en su mayoría son completamente inútiles). Otro beso de vuelta.
Lupe: Pues tiene mérito lo de vivir en Canarias con miedo a las cucarachas, porque de mi única -y muy limitada- visita a tus islas, recuerdo que el clima subtropical las había hecho prosperar hasta un tamaño que no recuerdo haber visto en ninguna otra parte, salvo en Marruecos. O quizá no es sólo el clima, y son los rayos gamma, o algo así. Como los ciempiés de mi sótano. con estos inviernos que tenemos aquí, no es normal. Yo creo que son mutaciones. Ayer terminé de empaquetar los caramelos de Halloween en esas bolsitas que se distribuyen aquí a los niños, y a monsieur M. se le ocurrió dejar la caja con las bolsitas en el sótano, porque hace más fresco y se conservan mejor, según él. Yo le pregunté qué pasaba si uno de los ciempiés mutantes se introducía en las bolsitas y algún pobre crío se lo encontraba dentro al abrirla en su casa, y la idea pareció encantarle, "muy apropiado para Halloween", dijo. El desalmado.
An: a mí tus miedos me parecen bastante sanos, especialmente el de no ser un buen padre. El miedo a no tener miedo... eso es vicio.
Brujita Sylvia: bienvenida a esta cocina. Tienes razón, es verdad que algunas personas parecen aportarle un poco de emoción a sus vidas con el miedo. Lo malo es que, como emoción, no creo que contribuye a hacer feliz a nadie.
Sara: trampa, trampa. Lo de echarle la culpa de todo a tu madre es lícito sólo hasta los 21. Después hay que asumir responsabilidades, que seguir culpando a la madre es la salida fácil:-).
Esperanza: vaya, pues si leer esto te ha ayudado a verte reflejada, quiere decir que has tomado conciencia de lo que estás infundiendo a tus hijos. Y si eres consciente, siempre puedes rectificar, ¿no?. Sobre todo porque vivir con tantos miedos también debe de ser agotador para tí.
María: imagino que las madres tienen bastantes motivos para tener miedo. Y lo difícil que debe de ser no pasárselo a los hijos.
Publicar un comentario